«Yo no sé qué es la tristeza
Pero podría definirla así:
Un tobogán sin niños en una plaza cercada por el viento.
Yo no sé qué es la tristeza
Pero sé qué es la angustia:
Un tobogán infinito con niños envejecidos
Que resbalan hasta la arena sin haber pisado la cumbre.
Porque para llegar a la cumbre hay que tener alas
Y yo sólo tuve ansias,
Ansias de vuelo y de eternidades.
Hoy comprendo que tan poca cosa no alcanza
Que cada día se necesitan alas más rudas y agitadas
¿Pero qué cuesta soñar con el milagro imposible?
Yo no sé qué es la tristeza
Pero mala no ha de ser
Porque viaja conmigo desde niño
Y ya ves...
Le escribo versos»
Enrique Bossero vivió en mí desde
1977, cuando encontré en una librería su ser escrito en versos, en sus
"Veintidós poemas casi tristes"; y busqué otros libros, y dije sus
estrofas en radio, en tevé, y las escribí en los medios gráficos donde trabajé.
Y caminé con su poesía por sus «calles con nombres de poetas»
25 años después, ya dos mil dos, un regocijo que me fue música: Enrique
Roberto Bossero llegó a mí a través de un mail; y sabía de mi manera de bucear
en su palabra escrita, para encontrarme a mí misma; sabía de mi nombrarlo en
los medios.
Sabía, y también me había buscado, mucho.
Sabía, y también me había buscado, mucho.
En 2002 nos vimos por primera vez, pero nos sabíamos desde 1977; y cuando nos encontramos, fue el día siguiente de un día anterior que
no había ocurrido nunca en el tiempo de los relojes, y que había ocurrido
siempre en su luna que era mi luna, en su poesía y en la mía. Vernos fue, como
su poesía, un «encuentro de inocencias».
Enrique partió el 31/12/2014. Tenía 84 años
Cristina Castello, palabras al pasar,
escritas en mi Facebook