jueves, 12 de noviembre de 2015

Cristina Castello, periodista y poeta: «La poesía es la revolución de Dios»


Cristina Castello, entrevistada en Alemania para el libro 
«En écrivant la vie» («Escribiendo la vida») de Rodica Draghincescu [1]
Cristina Castello, escritora, periodista (más de 3.500 entrevistas con personalidades de la vida política y cultural del mundo entero, animadora de emisiones en la televisión argentina), está comprometida contra las injusticias sociales y políticas de Argentina y, sobre todo, enamorada de la literatura. Propongo pues aquí una especie de presentación general, seguida de un cuestionario que pueda situar sus experiencias, sus caminos, visibles al corazón de la cultura de su pueblo y a las miradas de los que en mucho otros países la admiran y la recomiendan (RD)              
RD: Usted tiene siempre en cuenta el conjunto de las aspiraciones y decepciones de todas las historias que vivió. ¿Cuál es su proyecto ideológico?
CC: Aúllan hoy las vísceras del mundo, y yo lo siento en el hueso del alma. Pero todavía, y para siempre, me vibran conceptos del pensador argentino José Ingenieros, a quien leí a mis once años. Por ejemplo, que cuando se pone la proa visionaria hacia una estrella y se tiende hacia tal excelsitud inasible, afanoso de perfección y rebelde a la mediocridad, es que se lleva el resorte misterioso de un ideal. Son palabras que se me adhirieron con persistencia de enredadera y aún palpitan en mí, tanto como el titilar deesa estrella. Así es que no adhiero a ningún «ismo» y abomino de aquellos -la mayoría- sin sustento axiológico, y de carácter puramente instrumental. Nada tengo que ver con las derechas, por cierto, pero reniego de todo lo dogmático que encarcele el alma o la lucidez. Soy una librepensadora, una francotiradora de ideas, sentires y semillas. Yo defiendo valores. Siembro. La bondad, la justicia, la libertad, la igualdad... La belleza, en suma, abarcadora de ética y estética. Dicho en términos no convencionales -pues no lo soy- la mía es una ideología de manos abiertas. Para dar. Lo cual significa andar a corazón abierto y conciencia despierta por los caminos; y también haber expuesto cuerpo y vida  -y no es metáfora- por la vida de «mis» demás. ¿Recuerda aquello de John Donne... «cuando muere un hombre sufre mi vida porque yo pertenezco a la humanidad»? De eso se trata.

RD: Sí... usted escribió «aquel olor a cárcel, aquel olor. Aquél». ¿Cómo fue su experiencia?

 CC: Por gracia, yo viví de este lado de las rejas -en libertad-, pero estuve amenazada de muerte y «prohibida» como periodista, y -por un mandato interior inexplicable- convertí mi vida en una lucha en paz y sin tregua por los seres humanos encarcelados, torturados y  «desaparecidos». Fue durante el genocidio que hubo en Argentina en el período 1976-1983 y cuyos responsables fueron los criminales -dicho así también por la Justicia cuando alguna vez fue Justicia- encabezados por Jorge Rafael Videla, presidente de facto, Eduardo Emilio Massera y Orlando Ramón Agosti; es curioso...todos usaban dos nombres...¿para potenciar la crueldad?. Bien... todos tenemos en la vida una o más zonas de fractura, un momento cúspide. Puede ocurrir a partir de cosas bellas o terribles, pero -en cualquier caso- dividen nuestra vida en un antes y un después. Nunca se sale igual de ellas, sino mejor o peor persona, según el material que haya en cada «adentro». La madrugada del 24 de marzo del ’76, cuando se declaró el  golpe asesino y torturador de Estado en mi país, y de pronto aconteció la muerte, empezó una de las dos etapas que convirtieron mis días en un antes y un después. Sólo –y tanto- por un mandato interior o por un destino que gritaba Humanidad, dediqué aquellos años de mi casi adolescencia a la defensa de quienes sufrían. No me importaba «de qué lado» estaban. Sólo me interesaba que sufrían («¿Quiénes son los que sufren? No sé, pero son míos»: Pablo Neruda). Entonces anduve con dolor de abismo, de cárcel en cárcel -con las requisas humillantes que aquello suponía- de unos jerarcas eclesiásticos a otros ; y abomino de todos ellos, tanto como  amo a los «curitas» buenos, a los curitas de Jesús, muchos de los cuales están «desaparecidos». Y «desaparecidos» quiere decir N.N., tumbas sin nombre y, en la mayoría de los casos, sin cuerpos en ellas. «Desaparecidos», después de haber sido sacados de sus casas: desde niños hasta ancianos y mujeres con hijos en su vientre, y enfermos... ¡seres humanos! Y tuve ¿personas? de los servicios mal llamados de «inteligencia» toda la noche y tantas noches, en la puerta de mi departamento donde vivía sola, de día en la búsqueda y de noche insomne, escribiendo y escribiendo; y sufrí toda clase de intimidaciones. El tema en sí mismo daría para libros y libros. Jamás entendí ni entenderé nunca la crueldad, pero eso no me paraliza. Me hago más fuerte en el horror, sobre todo cuando se trata del prójimo, y entonces el alma lleva a mi cuerpo. Y sigo. Siempre.

 RD: ¿Cómo es que está usted con vida?  
 CC: Digamos, a manera de síntesis y con el riesgo de simplificación que ello implica, que estoy viva por algún designio del Cielo. Que, por ejemplo, torturaron a una pobrecita madre de un detenido, «desaparecido» sólo porque le encontraron correspondencia extraoficial de su hijo. Y aquella correspondencia la recibía yo y yo se la entregaba por pura humanidad, porque ni siquiera conocía al muchacho. Pero ella, pobrecita mamá de un mártir, ni siquiera en el horror de la tortura me nombró. Ya ve... parece que algún ángel me protege para que yo proteja, y que, sin saberlo, nací con este destino. De poesía y de defensa de la justicia y de la libertad. Y a partir de aquel genocidio toda mi vida está puesta -más aún- para que «nunca más». «Nunca más» es una sentencia paradigmática en Argentina... sería largo explicarlo ahora. Pero, de nuevo con riesgo de simplificar, digo que significa la lucha en paz para que «nunca más» torturas, «nunca más» represión, «nunca más» la maldita muerte. «Nunca más» genocidios, «nunca más» golpes de Estado. «Nunca más» el hombre como error y horror de la Naturaleza. «Nunca más» las plazas vacías de las risas de niños abortados con picana eléctrica por monstruos que -antes- violaban a sus madres. Nunca, nunca... ¡«Nunca más»!

 RD: ¿En qué clima político e ideológico se encuentra la cultura de su país?  
CC: Es curioso... por segunda vez dice usted «ideología», y yo siento la expresión como una caricia. Como usted sabe, mucho antes de Fukuyama se gestaba aquello que él puso en palabras: el fin de la historia y la muerte de las ideologías. Argumentos perversos para  enarbolar la ideología del «dios Mercado», por la cual se mata la vida de millones de personas. Con armas y con hambre. Son ideologías del vacío y la impiedad que empezaron el siglo pasado, también en la vieja civilización europea, y siguen vigentes, aunque a veces se esconden, por ejemplo, tras aquello que en la escuela de Frankfurt -Adorno, Horkheimer- se llamó razón instrumental. Vivimos hoy el fundamentalismo de la violencia, que se ejerce sobre la mayoría de los seres humanos. Y Argentina es una de sus grandes víctimas. Dentro de ese marco, hay políticas alentadoras del gobierno actual en materia de lo que se llama «derechos humanos»; y me expreso así, porque también la alegría es un derecho humano y no veo que pueda tenerla quien no tiene qué comer, cómo estudiar o cómo cuidar su salud, por falta de medios. Son los millones de excluidos de la vida, sobre todo a partir de 1976 y -en materia económica-, fundamentalmente desde el ¿gobierno? del ex-presidente Carlos Menem; de una ¿persona? que enajenó Argentina y a los argentinos y que debería estar tras las rejas.  Pero, aun así, la cultura grita «presente» y este país donde nací tiene un nivel cultural alto. Con varios premios Nobel. Con un movimiento en este sentido que ojalá tuvieran algunos países llamados del «Primer Mundo». Con personas ingeniosas, que saben hacer arte, o elementos que salvan vidas, tan sólo con un alambre, con un hilito o con nada. Pero todo es a costa de los artistas, de los ingeniosos, de los creativos, de los científicos. De deseo e imaginación. «Si por casualidad, cuando me acuesto, dejo de atarme a los barrotes de mi cama, a los quince minutos me despierto, indefectiblemente, sobre el techo de mi ropero», escribió el poeta argentino Oliverio Girondo. Él volaba, él imaginaba. Pero ser artista, científico, ingenioso o creativo, y tener una conducta coherente en este país -más que en otros-  es estar condenado al olvido, en cuanto a calidad de vida y al sustento. Es ser un héroe.


RD: ¿Más que en otros países de América Latina? 
CC: Bueno... Argentina no escapa a las consecuencias de un «modelo» unipolar, que no puede existir y que está agotándose. Forma parte -como toda América Latina- de lo que se llama el Tercer Mundo: el de las desigualdades, la injusticia y la violencia de la pobreza. Pero, aun así, es un caso no asimilable a otros países de la América indo-hispánica. Por sus orígenes, tiene una fuerte connotación europea, pero hoy es un espejo desfigurado de aquellas culturas. Y mientras tanto, y aunque parezca contradictorio, hay una cultura abierta. Y poesía, música, danza, pintura y todas las artes burlan los designios del «dios Mercado» y crecen en todos los sectores socioculturales. Entonces, con un suspiro hacia mi adentro, y casi en estado de gracia, siento que la creación es tan fuerte como la vida. Que es la vida misma.

RD: ¿Se trata de una coyuntura cultural propicia para que florezcan las publicaciones literarias?
CC: Las publicaciones literarias florecen,  pero todo es a partir de esfuerzos individuales y de grupos pequeños que pagan para publicar y venden casi nada. Son los pocos que ejercen la resistencia como reivindicación de vida y arte y, por eso, no tienen lugar en los llamados medios de difusión masiva. Por otra parte, los suplementos «culturales» de los diarios publican casi nada de poesía; y, cuando lo hacen, es sin investigación ni comprensión estética. Ella es la gran ausente y, sin embargo, su voz aparece -escrita por amanuenses- en los discursos oficiales de los poderosos, para «lucirse» y después condenarla al olvido. En cuanto a las grandes editoriales -actualmente la mayoría pasó a capitales españoles-, son monopolios, y no publican cultura sino objetos de consumo para la idiotización de las personas. Máscaras. Son máscaras de noche y desierto, cuyo objetivo es denigrar a los escritores y a la existencia humana, porque eso y no otra cosa es negar la palabra escrita, cuando tiene luz.  

RD: ¿De qué generación de poetas procede? ¿Qué maestros reivindica? ¿Había en los años de sus comienzos en la literatura grupos o escuelas dominantes?  
CC: No «pertenecí» a ninguna generación de poetas, pues nunca -hasta ahora- me había integrado a grupo alguno. Soy intimista y mis diálogos fueron casi siempre de a dos; y si bien abomino de las personas misteriosas, porque amo los cristales, acecho el misterio y la belleza. Alguna vez estuve toda una noche en mi entonces jardín de flores todas blancas, en espera ansiosa y paciente del nacimiento de un jazmín. Son mis pequeños e infinitos instantes de deleite. Será tal vez porque gozo y padezco de lo que Louis Aragon llamó la pasión del absoluto. Escribo desde los cuatro años, pero siempre traté de ocultar mi poesía... aunque ella asomaba en la prosa y en la respiración del alma. Ahora cambié un poquito y en «mi» París, que tanto amo, se publicó en octubre de 2004 mi primer poemario (en francés y español): «Soif». Sed. Tengo sed. Y no procedo de ningún poeta, pero procedo de todos. Empecé a escribir quizás porque nací habitada por la poesía, a la que descubrí y disfruté, desde antes de tener memoria, con mi mamá: La «Chiquita» Batmalle, un ser de otro mundo. Poeta, y poblada de amor y poesía, me contagió su hambre de Azul, el ansia de Infinito. Ella fue mi «Gran Maestro», tanto como todos quienes alumbraron y alumbran mi ser. Paul Éluard, Robert Desnos, Paul Celan, Arthur Rimbaud, Federico García Lorca, Miguel Hernández, o los argentinos Roberto Juarroz y Alejandra Pizarnik, luces entre tantas luces, son mi imperativo de ojos siempre abiertos.

RD: ¿Para usted la escritura es un acto revolucionario?  
CC: Sí, la poesía es la revolución de Dios. Es un compromiso con la vida. Es reveladora y develadora. Es un secreto que se hace camino en un mundo brutal, para abrir mentes y corazones. Y claro... en Roma a los poetas se los llamaba vates  -que quiere deciradivinos-, como bien señaló  Philip Sidney en su Apology for Poetry. Y la escritura toda es revolucionaria, cuando es literatura y no vacío, porque es resistencia y es persistencia de auroras; es conciencia crítica para el mundo, motor para la imaginación y expansión del espíritu. Es un arma. Para el bien y la libertad, y tiene poder para transformar el mundo, particularmente la poesía. Por eso tantos poetas azules padecieron y fueron  asesinados en campos de concentración; porque la poesía, como todas las manifestaciones del arte verdadero, es muy peligrosa para el Poder. El Poder quiere esclavos y el arte es un horizonte definitivo de libertad. Y ya sabemos, con el español León Felipe, que hay un tirano que sujeta, y otro tirano que desata. Y entre los dos, el predio de la libertad, hazaña prometeica, de tensión angustiosa y sostenida, de equilibrio y amor.  

RD: ¿Cómo definiría su acto poético? ¿Y el acto político?  
CC: Todo acto es político, y la poesía, para mí, es un viaje hacia adentro, una interioridad, una manera de conocimiento: «¿Qué es escribir? Es algo que no puedes hacer hasta que no saques la última línea de ti mismo», dice un poeta ruso. Y de eso se trata. Pero yo siento que el acto poético no es sólo el momento de escribir, sino el intento por encontrar lo verdadero y la medida del amor hacia la humanidad. En cuanto a mí, sin poesía estaría perdida en el mundo, porque me perdería de mí.

RD: ¿Usted dice y provoca la realidad? ¿Cuánto dura la realidad, hablando en general? ¿En qué punto se entrecruza con la ficción que, por otra parte, no es más que una forma posible de la realidad? 
CC: La ficción es una parábola que refleja lo que llaman realidad. Pero... ¿qué es la realidad? Yo desconfío de esa palabra. La realidad, sí... «esa llave de clausura hacia todas las puertas del deseo» escribió Olga Orozco, poeta argentina. Y yo coincido con ella. La realidad es algo «armado», es lo que nos dan «hecho» y como única posibilidad. Es un muro. Es un final. Es una resignación. Yo me niego a aceptarla. Quiero construirla de otra manera. A ver... «guerra en Irak», dicen. ¿Eso es realidad? No. Matanza unilateral en Irak. ¿Existe la realidad o existen los ojos que la miran? El mar es líquido, dicen. Sí... eso parece. Pero no. ¿Es que hay algo más sólido que el mar, que nos antecede y nos sucederá? ¿Hay algo más sólido que los ramilletes de espuma con que seduce a las estrellas? ¿Hay algo más sólido que sus abismos insondables... más allá de donde el hombre -y aún su imaginación- pueden llegar?  

RD: Periodismo y poesía. ¿En qué marco?  
CC: Como en todo, en el compromiso. Yo no soy periodista. Soy persona y soy poeta. Me valgo del periodismo para contrabandear valores y poesía, con una siembra perpetua. Además, el periodismo del mundo de hoy -salvo alguna excepción- me repugna. No cumple con el deber ético de informar, ni de  formar. La luz de los televisores tiene color de muerte, porque ignora a quienes sufren o los toma para titulares sensacionalistas. Como habitantes de este planeta, en cualquier país, somos sobrevivientes de masacres y  vivimos entre los deudos de asesinados por la impiedad del Poder. Pero la mayoría de las empresas periodísticas callan, porque para ellas todo es mercancía e intereses. Así es que soy feliz con el periodismo sólo cuando puedo ser libre, absolutamente. Como lo fui -y volveré- en mi programa de televisión, «Sin máscara», o en la radio, y -sólo en algunos casos- en los medios gráficos. En éstos, jamás escribí una línea en contra de mis ideas, pero fui muy censurada y, a la fuerza, muy autocensurada.  


RD: Su poesía ampara la verdad, la bondad, la paz, la luz, la música, el amor, el idioma.  Sus palabras sugieren, esconden, recortan el mundo en secuencias de sentimientos y de sonidos y de imágenes dinámicas. Su escritura es rápida, fuerte, cautivadora, hechizante.  Su poesía adquiere rápidamente la polifonía de las palabras. ¿De dónde proviene este apetito por la palabra?
CC: Del vientre de mi madre. Siempre estuve enamorada de las palabras, pero tardé en comprender que escribir podía cambiarme la vida, aun cuando era desconocida para todos. Pero... no me crea, pues no soy yo quien escribe, sino  mis lecturas desde muy niña, el cielo que me penetra, la solidez del mar, los árboles,  las flores, el amor, la humanidad , que es poesía  incluso cuando la masacran. Por mí escriben palabras los faros, las personas buenas, la luna que me mira por la ventana, los hechos fraternos que me causan implosión, el horror que me pone en alerta, los amaneceres, los pájaros y las manos que se abren en ofrenda. Y la música y la pintura y el arte todo. Ellos me susurran las palabras, como también mi hambre de conocimiento, las personas que amo y los rostros de cada ser anónimo que, desde cualquier calle, me descubre el mapa de su geografía interior.  

RD: Usted escribió, en «Semillas»: «Quiero. Quiero y siembro. Quiero. / Que enseñemos bondad con bondad. Que el cielo esté siempre pecoso de estrellas /Quiero a adultos con risa virgen /y ángeles que retraten en niños/ Que los impiadosos respiren a Blake. /Que Rilke exorcice  la obviedad. /Que el Continente, el Mundo, el Universo/ sean para iguales y sin discriminación». Usted dialoga con el mundo. El idioma le provee las pruebas, le detalla la realidad, fija las reglas y exige mucho más allá de su articulación mágica. No deseo preguntarle sobre sus fuentes, sino sobre el estatuto metafórico generalizado de su poesía. ¿Podría  decirnos algo al respecto?  
CC: No, porque no lo sé. Sólo sé que no quiero pecar contra la imaginación, ni contra los sentimientos. Que detesto los artificios, que no quiero rendirme a la palabra fácil... esa a la que tantos suelen apelar para enviar a ciertos concursos. «Tengo la belleza fácil y eso es suerte», escribió mi Paul Éluard, y también yo la deseo, pero para aprehender esa belleza. No quiero rendirme a la palabra fácil, a la vox et praeterea nihil: aquello que es nada más que voz, sólo palabras, nada. Quiero sacar la última línea de mí misma. Quiero escribir al ritmo de mi estremecimiento con todos mis pares humanos. No quiero tener todas las respuestas, sino muchas preguntas. No quiero matar al niño que vive en mí. Quiero desaprender lo aprendido, para poder mirar todo como si fuera la primera vez.  

RD: Sugerir, preguntar o pretender tal o cual cosa, en un decenio en el cual no se tiene la esperanza de ser comprendido, significa tener coraje, iniciativa. Su deseo es su deber, y esto borra todas las crisis de la poesía de las cuales nos gusta hablar.  Usted es directa, combativa, sensorial, exaltada, espiritual; no le gusta el sentido de la abstracción. ¿Es una poeta del «no» o del «sí»?
 CC: Yo no sé si es coraje. Creo que, en mi caso, es la imposibilidad de ser distinta de mí misma. Pero... es usted una observadora profunda: cuando equipara en mí el deseo y el deber, que yo siento casi como un destino, está definiéndome. Y lo hace también en el abanico donde me muestra desde combativa hasta espiritual. ¿Sabe, Rodica? Creo que todo forma parte de todo. Soy dionisíaca para sentir y -en general- apolínea en el estilo. Abomino de los adjetivos y de los textos panfletarios, y cada día tiendo más a la síntesis. Pero esto no elude el compromiso. En una sola palabra puede haber una tensión espiritual que la haga potente, como puede ocurrir con una sola pincelada o con una sola nota musical. Además, hay momentos del espíritu que me llevan a una forma u otra. Entonces puedo escribir «Sed garganta arena», en lugar de... «Tengo sed como si en mi garganta hubiera arena». Pero también, y en vivencia del genocidio que empezó en Argentina aquel día del ’76: «El veinticuatro de marzo de dos mil cuatro debería ser una foto amarilla / Del 24 de marzo de 1976. / Pero asesinos de cristos pintan de colores la foto amarilla. / La renacen. / Debería ser foto  vencida por el tiempo.  Abortado el horror por savia y  vida. / En su lugar: clic y ojos burbuja de esperanzas. / Clic y caras  mapas de almas en víspera. / Clic y certezas de alborozos. / Pero corruptos de dineros requieren de también corruptos represores...». No creo ya que haga falta responderle si soy una poeta del «sí» o del «no», ¿verdad?

RD: ¿Cuál es el motivo central de su obra poética?
CC.: Mi sed. Sed eterna, bendita, insaciable sed.  

RD: «Agua. Música. Arte. Vida. Igualdad. Justicia. Libertad. Transparencia. Sed». ¿Estas palabras clave son representativas de su obra?  
CC: Lo central es la sed, que todo abarca, como le decía. De todos modos, las palabras me surgen como una necesidad desesperada de ser auténtica con mis sentimientos. Así es que, cuando escribo, trato de descorrer hasta el último velo para encontrar la última napa de mí misma. Justamente, el primer poema que escribió el irlandés Seamus Heaney se llama Digging [Cavando]. Cavando en él. Y después de escribirlo, sintió haber abierto un aire de luz que lo integraba con la vida verdadera. Como Cátulo, cuyas poesías de amor tienen un lugar único, por la austeridad con que expresó las delicias y torbellinos amorosos. Ya ve... la poesía es también una ventana hacia el germen del silencio.  

RD: En un número de «Tel Quel» (1965), Jean-Pierre Faye afirmaba que la palabra «poesía» es la palabra más fea de la lengua francesa. ¿Cómo se percibe la palabra «poesía» en Argentina? 

CC: De la misma manera. La poesía es la más degradada de las artes. Pero no hay una sola Argentina, sino -en esto- al menos dos. Hay un sector mediatizado e indiferente, pero hay también una Argentina oculta que espera la luz; son las grandes minorías a las cuales los medios de difusión ignoran. Yo supe a ciencia cierta cuántas almas forman parte de esa Argentina oculta, fundamentalmente con mi programa de televisión, donde el centro era la poesía y la mirada poética del mundo, en toda su verdad. Cada día se sumaban más televidentes, cada día una adhesión mayor. Así es que, más allá de la indiferencia de quienes quieren asesinar la poesía, ella permanece; quizás porque cuando se la conoce y vive, es imprescindible y supone un estado de alerta y de anhelo, de disponibilidad. Una promesa.

 RD: Su escritura no gira alrededor de las apariencias y, de esta forma, ella
toma el aspecto de un cuerpo a cuerpo. En usted está la necesidad de la experiencia física. Usted desbarata las astucias del lenguaje y ahonda en las cosas. ¿Ha pensado alguna  vez en definir el «verbo poético»?
 CC: De esto habló muy bien Robert Frost. ¿Recuerda?...dijo que un poema empieza como un nudo en la garganta, como una añoranza o como un amor; y que luego da con el pensamiento y el pensamiento da con las palabras. Perdóneme... déjeme responderle con esas palabras. No me gustan las definiciones. La poesía «es».  

RD: La independencia de su poesía fascina. ¿Hay en Argentina poetas que se le asemejen?  
CC: Hay muchos poetas independientes y muchos muy buenos, como ocurre también en la olvidada, y tan rica en arte, América Latina. Sin embargo, no sé si podemos hablar de semejanzas. Cada uno tiene su estilo, pero el diapasón sobre el cual se instala toda la música del poema es distinto en todos. Es la sonata o el himno de cada uno. 

RD: Señale, si le parece oportuno, las malas tendencias de la poesía universal contemporánea. 
CC: Yo siento que todo aquello que tenga una tendencia, fundamentalmente si es mala -tal su pregunta-, supone el sometimiento a los dictados de las modas. Entonces no es poesía. Entonces ¿para qué hablar de la oscuridad, si existe la luz? Tanta luz. Tanta luz. Tanta.  

RD: ¿Podría formular un deseo para todos los poetas de nuestros días?

CC: «Un estruendo: la / verdad en sí misma / hace / acto de presencia / entre los hombres, en pleno / torbellino de metáforas». Paul Celan lo dijo por mí, y si todos tomamos esa antorcha, no aullarán las vísceras del mundo. Nunca, «nunca más».  
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* Respondí a esta entrevista en 2004, cuando yo había publicado solamente un libro de poemas (ahora son 4) Ver mi bibliografía poética aquí. Conserva la actualidad. (C.C.)


      [1]  «Escribiendo la vida », se publica en su título original:
 « Schreiben Leben », interviews, por Rodica Draghincescu, Editorial « Pop Verlag », Ludwigsburg -  Alemania, 2004. Entrevistas con  Gérard Blua, Yves Bonnefoy, Michel Butor, Cristina Castello, Yves Di Manno, Jean-Baptiste Joly, Magda Cârneci, Maurice Couquiaud, Volker Demuth, Kurt Drawert, Rüdiger Fischer, Zsuzsanna Gahse, Guy Goffette, Olga Martynova, Petra Nagenkögel, Jean Orizet, Serge Pey, Eginald Schlattner, Dieter Schlesak, Alès Steger, Sandrine Rotil-Tiefenbach, Gérard Truilhé
Édial POP Verlag.
 Ludwigsburg - Allemagne, août 2005
Verlag. Ludwigsburg - Allemagne, août 2005 
Photo de apertura: Denis Garnier - París 2005       

martes, 10 de noviembre de 2015

Graciela Borges: "Esas cosas que se parecen a los secretos", en "Sin Máscara" con Cristina Castello


“...Y entonces tu recuerdo/ qué digo mi deseo de verte/ que me mires tu presencia de hombre que me falta en la vida”*, vivimos en la voz de Graciela Borges en Sin Máscara Y la poesía fue orgía de sol y dijimos poemas, con ansia de náufrago
“El niño es nuestra parte inconsciente y de alegría”, sonrió ella
Y con avidez de ojos que abren a la vida, leímos, hablamos, reímos Poetizamos. Preguntamos y respondimos al Universo
Como otras veces en su casa o en la mía, todo fue intimismo pero el público estaba unido a nosotros. “Y...Viste Cris, es como si estuviéramos solas y nos espiaran por la cerradura; su amor por Juan Cruz Bordeu, su hijo de alma.
Y entusiasmo y arte y Louis Couperin que nos escuchaba en la música de su clave. Y entonces amor y poesía con Idea Vilariño, poeta,”fueron en la tarde que ya era noche la sola única cosa ue nos importó en el mundo”

Cristina Castello

*Fragmento del poema de Idea Vilariño, que Graciela Borges leyó en mi programa
1999 ó 2000/ No recuerdo la fecha... ya la buscaré


lunes, 9 de noviembre de 2015

Satélite ARSAT-1: Cuando el Relato K va al espacio, por Roberto H. Iglesias

Roberto H. Iglesias.- En su irrelevante cadena nacional del 23.02.2015, la presidenta Cristina Kirchner no hizo ningún anuncio de fondo ni se refirió a los problemas que inquietan al país. Se limitó a inaugurar en Berazategui, al sur de la Ciudad de Buenos Aires, un llamado “edificio inteligente” de la municipalidad. Dijo: “Esta municipalidad no está comunicada a un satélite ni chino, ni ruso, ni norteamericano… ¡está comunicada a un satélite hecho por argentinos!”
Repitió más o menos lo mismo −en medio de un torrente de datos y números descontextualizados y a veces manipulados− en la cadena correspondiente a la inauguración de las sesiones del Congreso el 01.03.2015 (“1-M”).
Sería un problema que la Municipalidad de Berazategui estuviese comunicada por satélite,porque la transmisión de voz y de datos es mucho más rápida y eficiente por fibra óptica terrestre que por enlace satelital (ver más adelante). Según anunció la mandataria, el edificio también tiene ese tipo de fibra, de uso normal en casi todos los tramos de comunicaciones.
Si el edificio de Berazategui emplea fibra óptica, quizás no utilice ningún satélite. Pero… ¿por qué dejar que la realidad arruine un Relato tan bueno? (Donde hay fibra óptica disponible, salvo para servicios muy especializados, no se utilizan los satélites, especialmente en datos e Internet.)
A cinco meses de su lanzamiento, el ARSAT-1, el satélite geoestacionario del gobierno nacional armado en la Argentina y lanzado desde la Guayana Francesa a un costo aproximado de 300 millones de dólares, sigue absolutamente subutilizado.
Tan sólo consiguió como clientes a algunos canales de TV abierta de estados provinciales (peronistas), que los usan para alimentar sus repetidoras regionales (Canal 7 de Rawson, Chubut; Canal 3 de Santa Rosa, La Pampa; Canal 9 de Rio Gallegos, etc.) y las señales K porteñas (estatales y paraestatales): Encuentro, Paka-Paka, CN23, C5N. También el Canal 9 de Comodoro Rivadavia (Cristóbal López), así como algunos  canales de Telefé en el interior. Aparentemente, la señal del Canal 7 de Buenos Aires aún no está en el satélite, aunque se prevé que se haga presente en poco tiempo más.
Fuera de la conducción permanente de estas señales, hasta marzo de 2015 el ARSAT-1 hizo sólo transmisiones ocasionales. Como ejemplos pueden citarse el discurso de la presidenta por el 31 aniversario del restablecimiento de la democracia (10.12.2014) o el partido de segunda división de básquet por el Torneo Nacional de Ascenso Ferrocarril Oeste y San Lorenzo de Almagro (05.01.2015).
Estas modestas y limitadas actividades eran completamente previsibles, por razones que serán explicadas más adelante. Salvo nichos de mercado específicos, los satélites aportan muy poco a las telecomunicaciones hoy día, sean o no de “fabricación argentina”. Este último mito será también tratado en otra parte de este artículo.
El último refugio
Los kirchneristas acusan frecuentemente a sus críticos de desear que al país le vaya mal. O de estar tan cegados como para no reconocer supuestos logros del gobierno en áreas como la tecnología de punta.
Estos cargos han sido esgrimidos nuevamente tras el lanzamiento del ARSAT-1. Son acusaciones típicas de los gobiernos que buscan manipular o intimidar a la opinión pública, en una suerte de chantaje político-ideológico para acallar el desacuerdo y con un evidente propósito de control autocrático. Porque descontando algún caso patológico, ¿quién puede estar contento de que a su país le vaya mal? ¿Cómo la discrepancia sobre políticas o medidas puede equivaler a una traición a la patria?
Quienes sí merecen el repudio son los ejecutores de tales estratagemas: los que manipulan los conceptos de “patria”, “nación” o “soberanía” para conseguir ganancias políticas o económicas de una parcialidad y/o para propagandizar logros que no son reales. Son ellos los que comprometen al país en acciones mezquinas o realizaciones engañosas, efímeras o contraproducentes. Samuel Johnson les dedicó una frase lapidaria: “el patriotismo es el último refugio de los canallas”.
Todo esto viene a colación porque la puesta en órbita del ARSAT-1 se acompañó de un insólito y falaz despliegue propagandístico. El lanzamiento del satélite, a cargo de la empresa pública del mismo nombre, tuvo lugar el 16.10.2014.
(ARSAT es la Empresa Argentina de Soluciones Satelitales, una sociedad estatal creada por Néstor Kirchner para manejar un satélite que hasta entonces pertenecía a un  operador privado. Gradualmente, ARSAT fue ampliando sus funciones hasta convertirse en una compañía general de telecomunicaciones del Estado Argentino. Hoy es manejada por cuadros que responden al ministro de Economía Axel Kicillof y a la agrupación La Cámpora.)
El aparato de propaganda oficial se refirió invariablemente al “primer satélite argentino”. Télam, 6-7-8, TVR y Página/12 —entre otros medios— se encargaron de presentar el episodio como el comienzo de una nueva era en la cual Argentina “accedía a la soberanía satelital”,  ingresaba a un exclusivo club espacial, dominaba la tecnología de fabricación de objetos espaciales y daba un salto cualitativo en las telecomunicaciones.
Lamentablemente, nada de esto es cierto. Se trataba, simplemente, del Relato K elevándose por el espacio.
El relator del RelatoVíctor Hugo Morales, no paró de hablar del tema y hasta le dedicó una entrega de su programa televisivo Bajada de línea. Canal 7, que por semanas insistió con este tema como una de sus principales historias periodísticas, presentó el mismo día 16 un programa especial de más de dos horas: Argentina hacia la soberanía satelital.
Con el elenco estable del kirchnerismo para estos menesteres (el propio Victor Hugo, Adrián Paenza), se transmitió “en vivo” el lanzamiento del satélite desde la Guayana Francesa revistiéndolo con ribetes de epopeya nacional. El uruguayo hizo un relato del lanzamiento como si se tratara del gol del barrilete cósmico
(Lanzamiento en minuto 57:00)

Luego vino la cadena nacional. El ARSAT-1, dijo la mandataria, es “un orgullo”. También recordó la “decisión política” de Néstor Kirchner de crear en 2006 la empresa estatal ARSAT y de poner en marcha el Programa Espacial Argentino (como si Argentina no hubiera tenido una historia espacial previa iniciada en los años 60, con  lanzamiento de cohetes menores, envío de animales a la estratósfera y varios satélites desde 1990).



Ni primero, ni “fabricado”…
Como puede verse en el cuadro de más abajo, el ARSAT-1 de ninguna manera es el primer satélite argentino ni es el primer satélite construido o integrado en la Argentina. No es siquiera el primer satélite de comunicaciones geoestacionario que usa la posición orbital argentina para dar servicio al territorio nacional. Tampoco es el primer satélite “fabricado” en América Latina (ninguno ha sido completamente elaborado en la región).
CUADRO DE SATÉLITES ARGENTINOS
Fuente: elaboración propia con información de ARSAT, CONAE, INVAP, AATE, Universidad Nacional de Córdoba y la National Administration of Space and Aeronautics (NASA) de los Estados Unidos.
Se excluyen de esta lista los satélites canadienses Anik-1 y Anik-2, lanzados en los años 80 y alquilados  por la empresa Nahuelsat SA entre 1993 y 1997. Igualmente se excluye el satélite estadounidense AMC-6 alquilado en su totalidad por ARSAT SA entre 2006 y 2014. En todos los casos, estos satélites fueron originalmente activados al servicio de otros países. Por otra parte, el satélite SAC-B —que no aparece en la lista— resultó en un lanzamiento fallido en 1996, ya que no se despegó totalmente del cohete.
Una tarjeta para confirmación de radioaficionados
 del que verdaderamente fue el primer satélite argentino (1990)
Otro satélite argentino: el SAC-A, 
armado por INVAP y lanzado en 1998
La novedad verdadera
En efecto, el ARSAT-1 no es el primer satélite fabricado en la Argentina con tecnología y materiales  argentinos, como en forma propagandística anunció el gobierno. Los satélites anteriores, así como las actividades aeroespaciales argentinas previas, se habían concretado sin montar shows políticos ni exhibiciones de nacionalismo ramplón[1].
Ahora bien, ¿presenta el ARSAT-1 alguna novedad verdadera?  En realidad, se trata del primer satélite de comunicaciones ensamblado en la Argentina (sus principales componentes son extranjeros) para dar servicio comercial al territorio nacional desde laposición orbital geoestacionaria[2] asignada al país.
(Satélites científicos como el MUSAT o el Pehuensat-I también se construyeron ensamblando componentes en el país. Por otro lado, la órbita geoestacionaria  ya había sido utilizada desde 1997 por un satélite similar, el Nahuel-1A, que había sido construido en Europa; si bien era un artefacto al servicio de la Argentina era propiedad de un consorcio internacional, el cual −como todos los satélites argentinos, incluso el ARSAT-1− fue lanzado desde el extranjero.)
Es evidente que delimitando cuidadosamente una descripción siempre se logrará posicionarse como primero en cualquier cosa. Pero el Relato K ha querido transformar al satélite argentino en una epopeya única cuando se trata de un episodio común en el mundo y que no supone ninguna preeminencia para el país.
En primer lugar, contar con un satélite no es nada excepcional desde hace muchos años. Entre 1957 y la actualidad 51 países han enviado satélites al espacio, incluyendo Italia (1964), España (1974), Indonesia (1976), Pakistán (1990), Chile (1995), Turquía (1997), Sudáfrica (1999), Nigeria (2003), Colombia (2007), Perú (2013) y Uruguay (2014).
En segundo término, tener un satélite de comunicaciones en órbita geoestacionaria —entre los más complejos tecnológicamente— tampoco representa nada del otro mundo (valga la expresión). Desde los años 70 casi 40 países en el mundo operan satélites de comunicaciones geoestacionarios similares al ARSAT-1. Las siguientes son las fechas de los primeros satélites geoestacionarios de comunicaciones de cada país en el continente americano y la península ibérica: Canadá (1972), Estados Unidos (1974), México (1985), Brasil (1985), España (1992), Argentina (1997), Venezuela (2008) y Bolivia (2013). A fines de 2014 existen operativos en todo el planeta cerca de 250 satélites de comunicaciones geoestacionarios de uso civil.
Muchos países consideran que no necesitan un satélite de comunicaciones propio. No creen que sea una disminución a su soberanía alquilar un transponder (canal de transmisión-recepción) en un satélite ya existente para sus telecomunicaciones (esto depende del volumen de tráfico y de los operadores interesados). Ese transponder puede encontrarse en un satélite global o multinacional (Intelsat, Eutelsat, SES) o en un satélite de una nación cercana (las naciones centroamericanas, por ejemplo, alquilan facilidades mexicanas).
Otros países consideran que tampoco es un problema que en sus posiciones orbitales “de bandera” (aquellas asignadas por acuerdos internacionales y que deben ser usadas por los países respectivos) funcionen satélites de comunicaciones privados y hasta de empresas “extranjeras” (por ejemplo, Brasil, Suecia o la República Checa), siempre que estén autorizados y suministren servicios a la nación en cuestión.
El problema actual del mercado de satélites de comunicaciones civiles es que existe una capacidad más que abundante de conexiones satelitales en el mundo. Los satélites son un negocio poco rentable y casi en decadencia, dominado por unas pocas compañías de actuación mundial que operan con grandes economías de escala.
¿Por qué ocurre esto? Desde hace más de dos décadas, la gran mayoría de lascomunicaciones mundiales se conducen a través de fibras ópticas terrestres y submarinas; no por satélite. Las fibras han sido instaladas intensivamente en ciudades y trayectos interurbanos e internacionales (aunque no todavía en el tramo de “última milla” a los domicilios) y son más baratas, confiables y de mucha mayor capacidad de transmisión que los satélites.
Al día de hoy, los satélites de comunicaciones se usan exclusivamente para proveer conexiones en zonas marginadas terrestres o contactos con embarcaciones y aeronaves en navegación, así como para ofrecer servicios de televisión en las siguientes variantes: TV directa al hogar (DTH, como DirecTV), conexión con unidades móviles de emisoras y envío de señales a “cabezales” de sistemas de cable o repetidoras del interior (estas últimas funciones pueden ser efectuadas también por fibra óptica).
Sólo el DTH es una actividad rentable per se, pero para prestarlo no es necesario contar con un satélite propio, ya que se pueden alquilar los transponders de numerosos satélites de comunicaciones que operen en las frecuencias correspondientes y en las áreas de cobertura deseadas.
Otro problema de los satélites de comunicaciones es que normalmente no permiten ofrecer servicios interactivos (en forma directa) a los usuarios comunes (domiciliarios). Existen servicios de Internet satelital que por su lentitud, carestía y complejidad de infraestructura sólo se utilizan cuando no hay otra alternativa. La aparición de una nueva tecnología —la banda de frecuencias Ka— podría mejorar esta situación, pero es casi imposible que sea una competencia efectiva al Internet por conductores (por línea ADSL o de TV cable) o incluso al inalámbrico desde antenas terrestres.
Por su parte, la telefonía móvil satelital terminó resultando un fracaso masivo debido a su carestía y problemas. Estos teléfonos se emplean ante la carencia de comunicaciones (zonas aisladas, plataformas petroleras, áreas marítimas, etc.) o en casos especiales. Apenas existen unos miles en Sudamérica (hasta su muerte, Alfredo Yabrán tenía uno de ellos).
El ARSAT-1 no mejorará ninguno de los grandes problemas de que experimentan las telecomunicaciones en la Argentina: no sirve para la telefonía celular y sólo podrá proveer telefonía fija o Internet en lugares muy remotos y aislados, donde no estén disponibles otras alternativas. En realidad, su principal uso se limitará a una función muy específica: transportar contenidos de televisión al interior del país, lo que en muchos casos se puede hacer también por conexiones de fibra. Ese uso incluirá el DTH de la plataforma de la TV digital abierta -TDA- estatal y, quizás, otro DTH comercial de alguna empresa “amiga” del gobierno.
Cabe recordar que el ARSAT-1 compite además con numerosos satélites cuya área de cobertura comprende la Argentina (aunque por exigencias “de bandera” tiene la ventaja de ser el único satélite sudamericano que llega a la Antártida).
En un contexto de políticas estatistas y proteccionistas, el gobierno argentino puede siempre desarrollar la tentación de forzar a operadores nacionales a contratar servicios en el ARSAT-1 a mayores precios que los internacionales o a restringir la competencia para favorecer su propio satélite. Si esto ocurriese, la supuesta “soberanía satelital” puede significar prestaciones o tarifas más desfavorables para consumidores o pymes. De hecho, esto ya está contemplado en un artículo de la Ley Argentina Digital.
¿Perdida en el espacio?
La presidenta Cristina Kirchner no paró hacer afirmaciones inexactas (o bizarras) sobre el satélite: “El ARSAT-1 fue construido íntegramente en Argentina”, señalaba en un tuit del 16.10.2014. En su página oficial de Internet (01.09.2014) dijo: “ARSAT-1 [es] el primer satélite geoestacionario 100% argentino. Todo esto no es milagro ni suerte, tampoco viento de cola. Es voluntad política, decisión de gobierno y política de Estado”.
Su estilo autorreferencial, en este caso aplicado al satélite, apareció el mismo 16.10.2014 en cadena nacional: “Si yo no hubiese ganado [las elecciones] , ¿tendríamos el ARSAT en el espacio? Es una pregunta que deben hacerse todos los argentinos […] Estoy absolutamente segura de que los satélites no se pueden derogar [y son] una conquista de todos los argentinos […] Estamos en el espacio, somos el primer país latinoamericano que produce en forma nacional un satélite geoestacional [sic]. Tenemos mucha emoción”.
También el día 16 escribió en un tuit: “Argentina se suma al selecto club de países que producen este tipo de satélites, USA, Rusia, China, Japón, Israel, India y la Eurozona”.
El diario madrileño El País relativizó estas afirmaciones en un artículo con título burlón:El satélite 100% argentino que se fabricó en Europa (08.09.2014). Daba a conocer que “la carga útil” del ARSAT-1 (los instrumentos tecnológicos que le permiten realizar su función) resultó fabricada “por Thales Alenia Space, una empresa europea que fue licitada por INVAP para esta tarea. Lo mismo pasó con los sistemas de propulsión y el ordenador de a bordo, que han sido encargados a Astrium, una filial de la multinacional europea EADS”.
Termina el periódico español: “De hecho, la gran mayoría de los componentes físicos del ARSAT-1 han sido fabricados fuera de Argentina”. Un periodista de ese medio se puso en contacto con el gobierno argentino requiriendo precisiones, pero el vocero oficial se negó a revelar qué parte de los componentes era nacional.
Un cable de Télam del 16.10.2014 contradijo a la presidenta y a la propaganda generada sobre este tema y sostuvo que el “50%” de los componentes del ARSAT-1 son nacionales, recogiendo declaraciones del presidente de ARSAT, Matías Bianchi, un hombre del ministro Kicillof. Pero incluso la veracidad de esta afirmación suscita serias dudas después de que Bianchi agregó: Francia, uno de los países con mayor experiencia en la construcción de satélites, también está en ese porcentaje”. Es decir que para Bianchi, no hay grandes diferencias entre la capacidad tecnológica satelital de Francia y la de Argentina.
Cedamos la palabra a Pablo de León, ingeniero aeroespacial argentino residente en los Estados Unidos:
“El ARSAT-1 es un satélite de diseño europeo, es un bus estándar que ya existe desde hace algunos años. Te lleva 5 minutos de búsqueda en Internet y saber un poco de inglés el darte cuenta que todo el hardware y soft es comprado. Es un desarrollo de Astrium y Thales principalmente, con el aporte de otras empresas, casi todas europeas, y algunos pocos componentes norteamericanos. En el ARSAT-1 no hay desarrollo nacional, no hay know-how nacional, y no hay componentes nacionales. Todo fue desarrollado afuera”.
Cualquiera sea la verdad sobre el porcentaje exacto de elementos nacionales, la cuestión es que sus partes esenciales son extranjeras. El satélite “argentino” resultó tan ensamblado como un celular de Tierra del Fuego, un Ford Fiesta de General Pacheco o una computadora de Galería Jardín.
Fue la compañía estatal INVAP (Investigaciones Aplicadas SE) la que realizó el ensamblaje. Esta sociedad del Estado, creada en los años 70 por la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA), es una especie de brazo ejecutor de proyectos de tecnología de punta del Estado Argentino.

Se considera que INVAP funciona en forma eficiente, seria, a cubierto de las vicisitudes políticas y que ha alcanzado varios éxitos tecnológicos para el país, aunque es difícil separar el mito de la realidad: nunca se ha hecho un estudio a fondo de sus actividades. Su gerente general, el físico Héctor Otheguy, ocupa el cargo desde hace ya un cuarto de siglo. Ha concurrido varias veces a 6-7-8, califica a la presidente Cristina Kirchner como “la presidenta de la ciencia y la tecnología” y le ha respondido con argumentos políticos a figuras opositoras que objetaron algún aspecto del satélite.

El hecho de que el INVAP haya realizado en Argentina el “diseño” del proyecto, la integración de los componentes y el testeo tiene su mérito. Sin embargo, muchos países, si se lo propusieran, también podrían fabricar su propio satélite a partir de ensamblajes o usando más o menos componentes nacionales. Pero no lo hacen por razones competitivas; de la misma forma que, por ejemplo, ni Canadá, ni Australia, ni Japón, ni Sudáfrica fabrican aviones para sus propias aerolíneas comerciales —aunque podrían hacerlo, con mayoría de componentes propios o ensamblados— y, en cambio, prefieren comprar ya hechos los Boeing o los Airbus. No creen que eso comprometa su soberanía ni su desarrollo. (Sobre el caso  de la aeronáutica brasileña Embraer ver la nota al pie número [3] de este artículo.)

En realidad, sólo Estados Unidos, Rusia, Japón, China y la Eurozona (como unidad de 17 países) armaron alguna vez satélites sin recurrir a componentes “extranjeros”. Pero hoy día, en virtud de la producción globalizada, ningún país usa un 100% de piezas “nacionales”, aunque es cierto que aquellos países pueden alcanzar un grado de integración muy alto de elementos propios.
Por otro lado, cabe recordar que Argentina tampoco tuvo nada que ver con el lanzamiento. Menos de 10 países en el mundo, entre los cuales no figura ninguna nación latinoamericana, tienen la capacidad de lanzar satélites y sólo la mitad de ellos pueden ubicar objetos en la lejana órbita geoestacionaria, como la que usan los satélites de comunicaciones comerciales.

En Argentina dos organismos distintos están probando cohetes desde aproximadamente 2007, en medio de un gran secreto y algunos fracasos, sin que resulte claro cómo se coordinan. Se trata de los cohetes Tronador (de la Comisión Nacional de Actividades Espaciales, CONAE, dependiente del ministro Julio De Vido) y los Gradicom (del Centro de Investigaciones Científicas y Tecnológicas para la Defensa, CITEDEF –ex CITEFA− , dependiente del ministro Agustín Rossi).

Estos cohetes se encuentran en una etapa de ensayo, pero nunca se informa oficialmente sobre los resultados de los lanzamientos. Se supone que algunos han llegado hasta los 100-120 km de altura, pero tampoco se brindan datos oficiales al respecto. Lo mismo ocurre con los accidentes: frente al hermetismo gubernamental, se supo por ejemplo en 03.2014 que un cohete Tronador II lanzado desde Pipinas (provincia de Buenos Aires, cerca de la base aeronaval Punta Indio) se desplomó luego de elevarse dos metros. 

Ojalá que los intentos de los científicos argentinos fructifiquen más allá de las coyunturas relacionadas con los diferentes gobiernos, pero la verdad es que con la poca información disponible hoy es muy difícil evaluar si estos esfuerzos conducirán a algún lado. Nunca se puede saber hasta qué punto estos intentos están “contaminados” con el efectismo K.

No puede ser que un programa de este tipo esté rodeado por el secreto cuando en realidad debería ser todo lo contrario: debatirse con la máxima información entre la comunidad científica, formuladores de políticas y equipos de diferentes partidos.

Todo indica que es poco probable que estos cohetes puedan servir en un futuro cercano para lanzar satélites. Se supone que para colocar los satélites en órbitas más bajas deben llegar a los 300 – 500 km y tener una robustez de la cual esos artefactos aun carecen. Para lanzar un satélite de comunicaciones (geoestacionario) hace falta que se eleven a 36.000 km es decir, trescientas sesenta veces más altura de lo que se habría alcanzado hasta ahora.

En 2010 el director ejecutivo de la CONAE prometió que en 2013 Argentina estaría en condiciones de poner satélites en órbita, pero han pasado dos años de ese plazo y no hay avances en la materia.
(Brasil ha intentado infructuosamente lanzar satélites al espacio al menos en tres oportunidades.  El intento más importante fue en 2003, desde la base espacial de Alcántara,  Maranhão, pero el cohete estalló. El accidente dejó una veintena de muertos y destruyó la infraestructura de lanzamiento. Pese a estos percances, Brasil está más adelantado que la Argentina en la tarea de colocar un satélite en órbita con medios propios.)
Nora Bär escribió el 16.02.2015 una excelente (y objetiva) nota en La Nación sobre el programa Tronador.

Conclusiones

¿Qué quiere decir todo esto? ¿Estuvo bien ensamblar el satélite por medio de INVAP? ¿Fue acertado lanzarlo? ¿Es conveniente que lo opere ARSAT? ¿Puede generarse un sector satelital sustentable que le permita a Argentina disfrutar mejor de esta tecnología y exportar en forma sistemática[3]? ¿Las críticas contra el satélite son objeciones de peso? ¿O vienen de sectores mezquinos que no quieren que el país sobresalga tecnológicamente y que no pueden reconocer éxitos del gobierno?

Aquí hay una gran ensalada de cosas diferentes, servida intencionalmente por el gobierno, que es necesario separar cuidadosamente para poder evaluar cada ingrediente en forma separada: una cosa es el INVAP, otra cosa la “fabricación” del satélite, otra cosa es la necesidad y conveniencia de ARSAT y otra cosa es que Argentina opere un satélite y bajo qué condiciones.

No cabe duda que el país debe contar con un sector de ciencia y tecnología fuertemente apoyado por el Estado, sin que esto signifique coartar desarrollos privados. Y nadie puede mandar a ningún científico e investigador a “lavar los platos” como hizo un exministro de Economía. Ese sector debe estar no sólo regido por políticas de Estado, sino también tener un plan de prioridades.

Es que aunque parezca una perogrullada, Argentina no es una potencia mundial y no puede investigar ni desarrollar cualquier cosa, ni hacerlo a cualquier costo. Pero sí puede enfocarse, a través de INVAP, en temas específicos aprovechando ventajas comparativas —incluyendo cierto acervo tecnológico acumulado “nacionalmente” en algunas áreas—, en cuyo marco existan oportunidades de lograr know-how propio. 

Estas tareas deben desembocar en aplicaciones tecnológicas útiles al país y generar una industria exportadora sustentable. El ya aludido caso de la industria de reactores nucleares de la CNEA/INVAP ejemplifica bien este punto y es una historia exitosa.

Pero puede haber fracasos muy caros y hasta terroríficos. Entre ellos resaltan sin duda los intentos de construir submarinos de propulsión nuclear argentinos (anunciados desde hace más de 30 años) y que consumieron inútilmente miles (sí, miles) de millones de dólares desde entonces.

Aunque resulte increíble, mientras al Ministerio de Defensa se le hundían barcos solos (ver Google Earth, coordenadas 38º 53′ 42.50″ S, 62º 06′ 15.50″ W, imágenes de 2014, en Puerto Belgrano) y mientras el  Ministerio de Planificación no puede garantizar electricidad en el verano, este proyecto de submarinos nucleares se volvió a  anunciar durante la etapa K. 

A menor escala figuró la fallida Resolución 44 de la Secretaría de Industria que, en los años 80, buscó infructuosamente desarrollar hardware informático en el país. (Un caso diferente, por sus repercusiones negativas de política internacional, fue el cancelado proyecto secreto del misil Cóndor II desarrollado igualmente en la década del 80 y financiado por naciones árabes).

Sobre el satélite en sí mismo, quizás no estuvo mal el proyecto de ensamble para demostrar las posibilidades del país. (Un satélite típico de comunicaciones cuesta alrededor de 280 millones de dólares, más unos 30 millones de esa moneda en concepto de lanzamiento;  son aproximadamente los costos efectivos del ARSAT-1.)  Lo que estuvo mal es la utilización política de este hecho, rodeada de una retórica tan triunfalista como basada en falsedades.

Como ya se ha visto, muy poco de este artefacto respondió a tecnología “argentina”. La tecnología de satélites de comunicaciones no encierra ningún misterio y es ofrecida por numerosos fabricantes mundiales. Por lo demás, países como los latinoamericanos adquieren satélites de comunicaciones cada 10 o 15 años. (En los últimos 30 años, Latinoamérica ordenó solamente una decena y media de satélites de comunicaciones a cinco o seis fabricantes distintos y no se prevé que el ritmo de encargos de objetos de este tipo se incremente indefinidamente.)

Todo esto determina un mercado relativamente pequeño para que una nación como Argentina pueda participar con éxito en esta industria, sirviendo verdaderamente a necesidades internas y de exportación. Sin embargo, sí tiene más sentido la investigación y desarrollo de componentes y diseños para satélites científicos y experimentales (como los SAC, ver cuadro), donde Argentina puede mostrar algunos logros reales.
En cambio, ARSAT exhibe un historial bastante decepcionante. Se dice que la empresa fue creada de apuro para evitar que Argentina perdiera las posiciones orbitales “de bandera”, asignadas por acuerdos internacionales, debido a la desastrosa gestión de Nahuelsat S.A., la empresa mayoritariamente extranjera que se encargaba del satélite argentino (Nahuel 1) desde 1997.

Pero esta es una verdad a medias. El carácter privado de Nahuelsat no tuvo que ver con el fracaso de esta operación: con muy pocas excepciones, casi todos los satélites de comunicaciones de Occidente son propiedad de empresas particulares. Lo que ocurrió es que Nahuelsat se vio duramente golpeada por la crisis y devaluación de 2001. Pero, al contrario de otras compañías, no recibió ayuda ni apoyo del gobierno.

Pocos recuerdan que Guillermo Moreno fue titular de la Secretaría de Comunicaciones durante los tres primeros años del gobierno de Néstor Kirchner. Allí comenzó su fama de mantener reuniones con una pistola sobre su escritorio y fue en esa etapa cuando se desarrolló una fuerte animosidad entre el gobierno y Nahuelsat. Moreno fantaseaba entonces con crear una red celular estatal y con el monopolio estatal de los servicios satelitales.

La inseguridad jurídica resultante —y el espanto que causaba Moreno, aún desconocido a nivel público— influyeron para que Nahuelsat pospusiera indefinidamente el lanzamiento de otro satélite para cubrir la segunda posición orbital asignada a Argentina. La compañía no sólo no quería operar un segundo artefacto, sino deshacerse del único que tenía, ya al punto de la obsolescencia. Al final lo consiguió: se lo vendió al Estado Argentino por… ¡un peso! Así se creó ARSAT. 

Ya en 2005, Moreno alquiló en condiciones leoninas un satélite canadiense de segunda mano para cubrir la segunda posición orbital. Lo bautizó Pueblo Peronista-1 (PP-1) y a los 33 días dejó de operar. A la vez, el satélite que acababa de adquirir a Nahuelsat también se tornó completamente inutilizable. Para 2007, Argentina tenía dos posiciones orbitales asignadas y ningún satélite operativo. Esta situación, por supuesto, implicaba un peligro real: Argentina debía emplear tales posiciones luego de un tiempo o se perderían en favor de otros países.

El Estado Argentino podría haber licitado, con las debidas garantías, ambas posiciones —como hacen gran parte de los países, incluso México y Brasil—, preservándolas mediante la colocación de dos satélites operados por compañías privadas responsables y comprados a cualquiera de los fabricantes de plaza. Esto hubiese permitido resolver el problema en aproximadamente  un año y medio. Además, tal solución no le hubiera costado un peso al gobierno sino que, más aún, hubiera generado ingresos a las arcas fiscales como resultado de los impuestos cobrados a tales compañías.

Debido a que se trata de las posiciones orbitales “de bandera”, de haberse seguido este proceder, las compañías adjudicatarias de las órbitas tendrían ciertas obligaciones mínimas, como suministrar una señal más potente sobre suelo argentino (posibilitando el uso de parabólicas más pequeñas), así como llegar con sus señales hasta la Antártida (cosa que los satélites competidores no pueden hacer).

Pero el gobierno kirchnerista prefirió que la estatal ARSAT construyese y operase los satélites y se tomó para ello nada menos que ocho años, lo cual forzó a que Argentina alquilara durante ese periodo dos satélites usados, pagando decenas de millones de dólares.

Frente a los casi mil millones de dólares que el Estado Argentino desembolsará en los tres satélites de ARSAT (además del ARSAT-1 se planean dos más para los próximos años, los que previsiblemente generarán una mayor sobreoferta de conexiones) sus beneficios serán muy escasos. Más que nada serán aprovechados por canales de TV estatales (incluida la TDA estatal, que sólo emite señales oficialistas y apenas es vista por una audiencia mínima) y algunos canales y señales de cable privadas.

Además, los ARSAT competirán con una decena de sistemas (satélites latinoamericanos, norteamericanos, europeos y  multinacionales) que brindarán servicios parecidos en las mismas áreas geográficas.

Precisamente por esta competencia de “cielos abiertos” en telecomunicaciones satelitales la importancia de las posiciones orbitales “de bandera” ha tendido a diluirse, ya que hoy día desde una posición orbital de un país se suministran servicios a muchos otros. Muchos satélites pertenecen a empresas globales o “extranjeras”, respecto del país titular de las órbitas, y sin embargo prestan servicios a ese y otros países sin problemas.

Por ejemplo, los satélites de comunicaciones mexicanos son operados en la actualidad por tres entidades: Eutelsat (multinacional francesa), QuetzSat (consorcio entre capitales privados nacionales y la multinacional europea SES) y la SCT (estatal).

Y en un país tan “nacionalista” como Brasil, sus satélites de comunicaciones civiles están en manos de tres compañías completamente privadas y “extranjeras”[4]: los StarOne son de Embratel/Claro —empresa del magnate mexicano Carlos Slim que paradójicamente carece de artefactos sobre su propio país—, los Hispamar pertenecen mayoritariamente a la española Hispasat (a ellos tiene acceso Telefónica, igualmente española) y  el satélite Telstar es propiedad de Telesat, de origen canadiense. (Claro y Telefónica operan empresas de telefonía fija y celular en el territorio brasileño.)

Entre 2011 y 2014 ARSAT devengó déficits del orden de los 2.000 a 4.000 millones de pesos anuales —según datos de las cuentas ahorro-inversión que publica el Ministerio de Economía— y suele recaudar no más de 10 por ciento de su presupuesto. Es decir, sus números generan unos rojos comparables a los de Aerolíneas Argentinas, pese a que desde 2007 ARSAT está exenta de pagar impuestos (incluso IVA y gravámenes nacionales).

Como empresa, y no sólo en el campo satelital, ARSAT exhibe más fracasos que logros. Sus abultadas pérdidas no han servido siquiera para alcanzar objetivos sociales ni de alta tecnología.

Desde 2010 ARSAT llenó el país de transmisores terrestres de la Televisión Digital Abierta (TDA) y repartió más de un millón y medio de decodificadores para que los aparatos de TV más antiguos pudiesen captar la señal. Este despliegue costó hasta fines de 2014 unos 7.000 millones de pesos y se hizo para transmitir señales oficialistas y “amigas” del gobierno, al margen de la Ley de Medios y en violación de ella en varios aspectos: convierte en canales abiertos de alcance nacional a varias señales privadas que no deberían llegar a más del 35% de la población. Tanto empeño e inversión sólo han generado una audiencia regular mínima: 100.000 hogares (el uno por ciento de los hogares del país, según estudios).

Por otra parte, ARSAT creó a un costo considerable una Red Federal de Fibra Óptica de unos 25 mil kilómetros de extensión y que recorre todas las provincias argentinas. Esa Red, que hasta ahora costó unos 10.000 millones de pesos, permanece desde hace dos años “apagada” (salvo un pequeño tramo en el estrecho de Magallanes y otro en la provincia de Buenos Aires) porque no se sabe qué hacer con ella ni qué política de precios e interconexiones se debe establecer.

En 2012, ARSAT se propuso crear una empresa celular estatal. Se le buscó un nombre: Libre.ar,  un logo, un slogan (“y los libres del mundo responden”). Y hasta se filmaron avisos publicitarios que sólo aparecieron en Internet. Todo este movimiento —como es costumbre en el kirchnerismo— generó jugosos pagos y comisiones. Pero la compañía no se creó ni se creará jamás: urgido por exigencias de caja, el gobierno prefirió cobrarles miles de millones de dólares a las operadoras celulares existentes para venderles espectro.

Otro proyecto fallido de ARSAT fue un descomunal megacentro de datos emplazado en la estación Benavídez, a un costo secreto pero aparentemente sustancial. Entre otras cosas se buscaba que los organismos estatales lo usaran como centro de acopio de información. El periodista Diego Cabot, de La Nación, aludió a la “resistencia de los organismos públicos de entregar el tesoro de los datos a […] Julio De Vido y sus muchachos. Aún resuenan las carcajadas que se sintieron [cuando la AFIP] recibió el pedido de mudanza de sus datos”.

La Auditoría General de la Nación (AGN) ha emitido informes muy críticos de ARSAT. Entre otras cosas ha señalado que el tendido de fibra óptica sufrió importantes demoras y que ARSAT recurrió  a varios fideicomisos para financiar obras que no fueron aprobadas por ley. En el caso de la TDA el organismo afirma no  saber con precisión cuántas antenas y decodificadores se entregaron. Algunos de estos últimos llegaron a repartirse en zonas en las que no existían transmisores. Peor aún, destaca que la fabricación de los decodificadores, que iba a ser originariamente efectuada por INVAP, terminó tercerizándose —acto prohibido por el contrato— en beneficio de empresas amigas del gobierno (como una compañía de los Cirigliano, exresponsables del Ferrocarril Sarmiento).

La AGN ha encontrado también irregularidades en los casos satelitales (Actuación 195/10). Dice que “no se adoptaron los recaudos” necesarios para ocupar las órbitas en tiempo y forma,  que hubo “deficiencias en la tramitación de expedientes” y “falta de integridad en la documentación”.  El mismo organismo denunció a ARSAT a fines de 2012 a la Unidad de Información Financiera (UIF) por sospechas de lavado de dinero y alquiler de títulos de deuda argentina por 51 millones de pesos a un operador de mercado. Al final de este acuerdo, ARSAT cobraría capital e intereses.

Por supuesto, la AGN no puede auditar el grado de veracidad o propaganda del discurso emanado del poder político. Pero cualquiera que cotejara lo que se dice desde el gobierno con la realidad del ARSAT-1 llegaría a la misma conclusión: la llamada “soberanía satelital” y los satélites “fabricados” en la Argentina son partes de un Relato que ha llegado hasta el espacio.+
 El ARSAT-1 se lanzó conjuntamente con un satélite Intelsat usado por DirecTV para prestar servicio a Argentina y otros países. ¿Mera coincidencia o concordancia de intereses? Cristina Kirchner ha elogiado repetidamente a DirecTV, compañía norteamericana a punto de ser comprada por el gigante de telefonía AT&T y en cuya grilla nacional no retransmite ningún canal abierto local del interior argentino, como sí deben hacerlo obligatoriamente los cables en sus zonas de influencia. (En los Estados Unidos, DirecTV sí reproduce los canales abiertos de cada zona del país.)


© Copyright 2015 Blog CANAL, MENSAJE Y SOCIEDAD/CMS, Buenos Aires (Roberto H. Iglesias). Si este artículo es reproducido por cualquier medio debe citarse como fuente el blog y al autor.
*Blog del autor, Roberto H. Iglesias. Aquí
 "El medio es el relato": El libro que reseña, comenta y analiza críticamente
una década de comunicación kirchnerista (2003-2013). Autor: Roberto H. Iglesias. Prólogo de Silvia Mercado. 

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[1] Incluyendo, por ejemplo, el poco conocido caso en 1969 del envío a la estratósfera –82 kms- del mono Juan en un cohete Canopus despegado desde la base de El Chamical, en La Rioja, experimento a cargo de la entonces Comisión Nacional de Investigaciones Espaciales (CNIE) de la Fuerza Aérea Argentina. El animal fue recuperado vivo tras el descenso del artefacto.
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[2] Los satélites de comunicaciones civiles usan casi exclusivamente órbitas geoestacionarias. En esas orbitas, ubicadas a 36.000 kilómetros  de altura sobre la línea ecuatorial, los artefactos rotan a la misma velocidad que la Tierra, por lo cual aparentan estar fijos y siempre en la misma posición para un observador terrestre. Eso hace posible que las antenas parabólicas apunten a una dirección fija para trabajar con un satélite determinado (como las antenas de DirecTV).
Existe un número limitado de órbitas geoestacionarias alrededor del planeta, por lo cual la Unión Internacional de Telecomunicaciones (UIT, organismo multilateral) atribuye órbitas definidas a cada  nación. El país titular de la posición orbital geoestacionaria goza del derecho exclusivo de autorizar a un operador satelital específico para el uso de dicha posición, por eso se llaman a veces posiciones orbitales “de bandera” y, a los satélites estacionados sobre las mismas, “satélites de bandera”.
Los satélites de una posición externa a la determinado país pueden cubrir el territorio de este último (es decir, prestar servicios de telecomunicaciones en él) sólo si dicho país los autoriza.
Por último, si una nación no utiliza una posición orbital geoestacionaria luego de cierto tiempo, puede perderla en favor de otra nación.
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[3] Como los reactores nucleares para la generación de radioisótopos que la CNEA vende desde los años 60 a Australia, Argelia, Egipto y Perú.  Brasil presenta otro caso interesante: Embraer, la tercera exportadora de aviones de transporte civil de pasajeros en el mundo luego de Boeing y Airbus. Es un caso de éxito desarrollado inicialmente por el Estado brasileño cimentado por una política realista e inteligente de buscar en forma oportuna una ventaja comparativa en el mercado aeronaútico internacional, si bien su verdadera proyección tuvo  lugar tras su privatización en 1994 (el gobierno brasileño conserva la “acción de oro” de la compañía).
[4] Brasil pondrá en órbita en 2016 un satélite geoestacionario estatal de comunicaciones para uso exclusivo de las oficinas de gobierno y unidades militares, construido por la firma francoitaliana Thales-Alenia y que será lanzado desde la Guayana Francesa.