sábado, 5 de septiembre de 2015

Adolfo Bioy Casares: "obrero de textos", por Cristina Castello

Si sentimos con Kafka, que un libro es un pico de hielo que rompe el mar congelado que tenemos dentro, habremos hallado una de las claves del placer estético.  Entonces el arte será el recreo  de la lucidez, como en nuestro Adolfo Bioy Casares (C.C.)
oooooo
            La palabra escrita con arte en libros que nos enriquecen. La literatura que en esta cotidianeidad nuestra tan avara para el espíritu, es una señal.
Señal de la vitalidad del hecho estético. Señal de que hay varias maneras de expresar las cosas: con  palabras sin alas y lenguaje indigente, o con arte. Señal de que los aires de fin de siglo no están tan viciados, como para que el resplandor artístico no los penetre.
            Pharmaceutria, de Teócrito, data de principios del siglo III antes de Cristo y es el primer gran poema de amor que conoció la humanidad. Es un ardoroso monólogo de Simetha, dolorida por el abandono de Delfis: entrega y odio, desesperación y confianza,  aletean en esos versos. Fueron un suceso para las letras por mérito de Teócrito; y para la historia, por las  características que -gracias a la gran creación del período helenístico- tenía la sociedad griega de entonces.
            En nuestra sociedad y en estos tiempos, la poesía -y la buena literatura- parecen a veces patrimonio de elites. Pero no. Los libros son para todos aquellos, capaces de sentir sed. Generosos, nos dan una visión del mundo y pueden ser más sagaces que la inteligencia. Transforman la realidad porque le sacan la pátina opaca y revelan anhelo de una vida trascendente. Son ventanas, porque el conocimiento es luz. Como el arte y como el amor, son un camino para la grandeza humana. Y se explica: nos ofrecen algo que nadie pidió pero de lo cual -si se le da lugar- no se puede prescindir
            ¿Un día será best seller sólo la literatura noble? Quizás la pretensión debería ser más modesta.  Por ejemplo, que los buenos escritores no sean sólo una estampita escolar o un nombre en los suplementos de cultura de los diarios. Y que no dejemos que las urgencias nos quiten el sueño -de noche- y los sueños, de día: para  hacerle un lugar. Y para  que -como escribió Oliverio Girando- la vida no sea un largo embrutecimiento. Para que la costumbre no nos teja diariamente una telaraña en las pupilas, de manera que -aunque los mosquitos vuelen tocando las cornetas- carezcamos del coraje de llamarlos arcángeles.  Para que la letra impresa con contenidos y calidad nos ayude a ver. La vida (Cristina Castello)

-Se escribe para entender la vida?
- Se escribe por un impulso un poco ciego, pero puede ayudar…como la luz. Mire cómo entra por esa ventana (señala el sol que se cuela en nuestra charla)…es un bálsamo: una de las bellezas más intensas.
- La belleza no es fácil y hay que acecharla: sin tregua en su búsqueda, ni en su espera. Entonces puede surgir, como una revelación, ¿no?
- Usted lo ha dicho. Sin embargo, en mis primeras obras ignoraba esto y las hacía como una construcción  matemática, para ampararme tras ella. Así me fue: (sonríe) son horrorosas. Después entendí que uno aprende a escribir cada texto, como si fuera la primera vez y acechando la belleza, como usted dice.
-¿Con alegría?
- En mi caso, la alegría llega cuando se me ocurre una historia… ¡ah!…eso es una especie de prodigio. Pero la primera página me resulta muy difícil: no puedo pasar de un párrafo a otro, ni terminarla, sin sobresaltos….siempre hay que empezar de nuevo.
- Y en empezar -no en recomenzar- todos los días, está uno de los secretos de la juventud. Como si dijéramos: “hoy nazco”.
- Eso es extraordinario…es el mismo efecto de la luz,  ¿no? Yo he pensado (no es trágico, sólo reflexiona) que uno de los inimaginables horrores de la muerte  debe ser la oscuridad…como decía usted: no poder nacer ese día.
- ¿La vida da su savia a la literatura o ésta a la vida?
- Yo aprovecho la realidad para contar historias, pero no se me ocurre que literatura y vida sean cosas diferentes.
- Pero el arte -la literatura lo es- quita vulgaridad a la condición humana…
- Sí, cuando hace apreciaciones  inteligentes que nosotros (se ubica como lector) no habíamos hecho y que agradecemos, porque nos enriquece.
- ¿Cuando nos dice palabras que no habíamos escuchado, y que -sin los artistas- no hubiéramos pronunciado?
- Desde luego, palabras que son gratas a todos.
- ¿Y por qué leemos?
- Creo que agregamos un cuarto más a la casa en que vivimos. Quiero decir: gracias a lo que nos dicen los libros, vamos teniendo varias conciencias e imaginaciones, y no las únicas que tendríamos si sólo estuviéramos inventando cosas.
- Pero el prestigio de cada obra suele depender del juicio de los demás: para Leonardo, La Gioconda era una obra inconclusa…
- Sí, y está bien porque uno escribe o pinta para los demás.
- Sin embargo, ¿hasta qué punto la aprobación general define -con justicia- lo que es bueno o no?
- Claro…no es suficiente. Tiene que haber “algo” en un artista, que haga que su trabajo esté dentro de los cánones que lo ajustan y lo hacen posible.
- ¿Y en su caso, qué es ese “algo”?
- (Con dulzura) No sé, debe ser el Niño Pepito, el amigo imaginario que tuve de chico…dicen que ayuda a llevar bien la vida, ¿no?
- Comúnmente se valora lo decorativo y de fácil consumo: lo antiartístico. Según Cézanne, el objetivo sería -en cambio- tratar de lograr la perfección, sólo por el placer de la verdad y la sabiduría, ¿coincide con él?
- Sí, pero yo en realidad trato de hacerle grata la vida al lector, aunque sea por un ratito. Para eso, me ayudan las historias que la imaginación me cuenta y que después escribo despacio y muy laboriosamente.
- ¿Es difícil no rendirse a la facilidad, para buscar la excelencia?
- No sé…pero aceptar y entregarse a la facilidad no conviene. Yo lucho contra eso y por suerte, cada vez escribo con más dificultad: corrijo y siento que encamino los textos, pero siempre sigo encontrando estupideces.
- La idea es apuntar a lo sustancial y expresarlo con belleza, ¿no?
- Sí, pero para conseguirlo, no hay una receta: depende de la inteligencia y sensibilidad de cada autor.
- Y quizás de la humildad. Cuando Ingres tenía ochenta y seis años, le preguntaron por qué dibujaba un fragmento de Giotto y él contestó: “para aprender”…
- Tenía razón…en cambio, los que se sienten triunfadores, se ponen vanidosos por cualquier conquista: no me gustan.
- Algunos artistas se enamoran de sí mismos, ¿cómo preservarse de ese riesgo?
- No sé… (con simplicidad) pero yo no tengo esa tendencia. En todo caso es al revés: para poder escribir mejor,  trato de ser mejor persona…un mejor obrero de textos.
- ¿Y cómo evita la tentación de repetirse?
- Es una pregunta que seguiré pensando, (cortés) aún concluida esta entrevista. Pero…me parece que es más importante leer que escribir; y yo siempre estoy preocupado por eso: para descubrir cosas nuevas. Ahora…si todo lo que escribí es un solo texto y pura repetición…¡qué le vamos a hacer!
- En el proceso de creación, ¿qué importancia da al contenido y a la forma?
- Primero apunto al contenido: trato de entenderlo y después, de hacerlo agradable. Suprimo los amontonamientos de “eses”…que son la serpiente en el jardín del poeta y dan un sonido sucio. ¿Sabe?… (con ternura) no ponerlas, es un acto de buena educación. También lo es, no juntar las “y” griegas con las “elles”, o tantas palabras que empiezan con “a” y hacen “a…a”. Vea… (como si viera algo antiestético) es tan feo el sonido, que casi no puedo reproducirlo. 
Con Elena Garro, aquel gran amor 
y con Silvina Ocampo, su esposa
- ¿Entonces son los textos propios los que enseñan la belleza, porque se aprende mientras se trabaja?

- Bueno…es que en eso, los artistas somos unos chambones: nadie hace un libro que explique estas cosas… ¡y ni me hable de  “eñes” y “elles” cuando están cerca. ¡Ah¡…y para la prosa (como un maestro, humilde) tenga usted cuidado de que sus textos no sean una sucesión de endecasílabos o de octosílabos, como la poesía más elemental en español, como la de Fray Mocho.  
- Está definiendo el misterio del ritmo en poesía, pero escribió pocos poemas…
- Es verdad, porque mi mente me suministra historias fantásticas, pero no poesía. Sin embargo, le doy el lugar más alto y sé que es la experiencia más intensa. Pero además (con ternura y picardía)…¿estar cerca del ser femenino, no es lo más poético del mundo?
- ¿Las mujeres son sinónimo de belleza?
- Sí, y de reprimenda, porque cada vez que hablo de ellas, amigas mías me retan: me dicen que no me ponga en ridículo.
- Quizás alguna que amó se siente humillada, cuando se entera de las otras…
- (Ríe con inocencia) ¡Ah…ojalá!…Eso sería muy bueno, pero no…no es el caso.
- ¿Elena Garro fue para usted “ese” amor, que es  respuesta a la gran pregunta de la vida?
- No puedo contestarle (lo desea, pero se contiene) porque otras amigas se enojarán, pero… sí, estuve perdidamente enamorado de ella.
- ¿Cómo son las mujeres que lo enamoran?
- Mire, la vida lo jubila a uno, pero no pierdo de vista (con regocijo) que la fertilidad del mundo en mujeres lindas, es muy grande.
- ¿Sensible, inteligente, con vida interior, refinada, sencilla y…?
- Bueno, mi deseo es mucho más moderado pero…por lo menos que no desmienta la armonía de todos esos valores. Aunque…por favor querida, no se moleste pero…mis amigas son muy celosas.
Boda con Silvina Ocampo, 15-01-40
Uno de los testigos: Jorge L. Borges
- Está bien, ¿qué lugar ocupan los sueños, en su escritura?
- Hasta el año ’40 escribía lo que soñaba por la noche, pero aquellos libros fueron muy estúpidos (ríe). ¿Y sabe por qué?…porque la intensidad de ciertos momentos del sueño, engaña: cuando uno lo cuenta a otro, la historia se desvanece.
- ¿Y los sueños de día ayudan en la creación?
- Ah… (de nuevo es el maestro que muestra el camino, modesto) maneje usted con sensatez sus day dreams: son una creación placentera, pero estéril a la hora de escribir. Desde luego, a mí -cuando era chico- me preocupaban, pero ya no podría pasarme: al tiempo que me queda, quiero invertirlo en contar otras cosas. Y… (confidente) mire, mientras esperaba que usted llegara, sacaba la cuenta: tengo ochenta y cuatro años y si los multiplico por dos, da ciento sesenta y ocho…¡tal vez entonces, escriba mejor!
- ¿Siempre con su tinta azul?
- Sí, no quiero gastar tiempo en aprender a manejar una computadora…déjeme que siga son mi tinta azul.
- ¿Es para usted uno de los “objetos felices” de que hablaba Goethe?
- Sí, y mis lapiceras están de acuerdo conmigo: cuando les pongo tinta negra, se tapan.
- ¿Qué otros objetos felices le son propios?
- No sé si llamarlos objetos, pero encuentro que el mar es poético; y me atrae ese algo decadente que tienen las ciudades balnearias fuera de estación. Pero…lo que en verdad me encanta, es el anochecer y el amanecer en los campos nuestros; soy un argentino incorregible y nada me gusta más que esas inmensas llanuras y ese horizonte que aparece en todas partes.
- Usted vio muchos, en sus muchísimos viajes…
- Por suerte sí, y encuentro que el hombre más simpático es el de Holanda. Qué raro es todo allá… ¿no? Usted cree pedir un plato y le traen otro: algo totalmente inesperado (risas) pero todo me parece muy bueno.
- Apuntaba a cómo influyeron esos viajes en su literatura…
- Bueno, siempre anduve con mi tinta azul…
- Quienes viajan mucho, son personas capaces de desprenderse de su cotidianeidad, pero usted la lleva en su lapicera: escribe en todas partes…
- Sí, ejerzo mi cotidianeidad en Holanda, en Madrid, o en Cagnes-Sur-Mer (Francia, Costa Azul), donde tengo un departamento en el cual me gustaría quedarme por lo menos seis meses…¡es tan bello lugar!
- ¿Y cuál es la metáfora de la gran belleza del mundo?
- Para mí lo es la llanura…sí, sí, creo que sí.
- Parece pleno y sin embargo, según Louis Aragón, para quienes tienen el gusto por lo absoluto, “nada” es nunca suficientemente “algo”…
- Sí, pero para mí la pampa es completamente “algo” y me conforma del todo; como es “algo” esa búsqueda de mí mismo, del mundo y de la realidad, que significa escribir. Y también, ese bálsamo que entra por la ventana: el sol (con levedad)…querida, ¿ve ahí la vida?

Fotos: Ramón Puga Lareo
Cristina Castello, 
Febrero 1999 en  revista “Plaza Mayor”; Bioy murió el 8 de marzo del mismo año
Bioy Casares en Wikipedia (clic sobre su nombre)

jueves, 3 de septiembre de 2015

Ernest Hemingway: escritor, enamorado y suicida, por Cristina Castello


Ernest Hemingway: Escritor, enamorado y suicida
  Por Cristina Castello
Desde muy joven, la obsesión de Ernest Hemingway fue descubrir cómo vivir, y conservó esta obsesión hasta la muerte. Cuando ya no supo cómo, se pegó un tiro.

Antes, ardió en su propio fuego —su intensidad—, aunque más a lo hondo que a lo largo. Sí. Su paso por el mundo fue breve. Y julio fue su mes.
En el de 1899 abrió sus ojos a la vida y el de 1961 lo llevó a la muerte. En sus casi sesenta y dos julios fue periodista, pescador y boxeador; amó el mar y las corridas de toros. Tuvo cincuenta y siete gatos, varios de ellos con su propia lápida en el cementerio de animales construido junto a la piscina, en su «Finca Vigía» de la Habana, donde residió veintidós años. Fue cazador en África, conductor de ambulancias en la Primera Guerra Mundial, corresponsal y especie de combatiente en la segunda, y corresponsal en España durante la Guerra Civil; sufrió depresiones y padeció  electroshocks. Ardía en su propio fuego, estaba dicho.

Hemingstein, como solía llamarse socarronamente a sí mismo, fue un viajero tan obstinado como lo fue su deseo de justicia y de libertad. Y, sobre todo, fue novelista y escritor. Es un verdadero monumento de las letras anglosajonas —ganador del Premio Pulitzer por El viejo y el mar y del Nóbel de Literatura en 1954— y un referente literario de todas las épocas.
Pero para él, saber cómo vivir también se refería a su relación con las mujeres, y esto lo llevó de abrazo en abrazo, de la idealización a la decepción… con todas ellas, a las que llamaba «hijas». Así lo muestran sus cuatro matrimonios y sus —al menos— otras dos relaciones amorosas profundas.
Agnes von Kurowsky

Una, con la norteamericana Agnes von Kurowsky, a quien deslumbró con su inteligencia, sus músculos, su desparpajo... y con la medalla al valor que le dio el gobierno italiano, por la descarga de metralla que recibió cuando intentó rescatar un soldado herido. Pero nuestro escritor tenía entonces apenas 19 años y Agnes, 30…y ella se casó con un galán napolitano.

Para la otra aventura, a sus 49 años, eligió en Venecia a Renata Ivancich, italiana, de 19, de cuya historia surgió su novela Al otro lado del río y entre los árboles. Antes de morir, él quiso cruzar las aguas y descansar entre el follaje. No le fue posible. 
Renata Ivancich

De espías y repollos
¿Tuvo Hemingway sólo otros dos amores apasionados, además de sus esposas… o fueron otros cuatro, o cinco? 
Vamos a la número «cuatro» (mencionadas, todas, fuera del orden cronológico).  Muy joven aún, le iba bien una mujer que era, ya, un mito: Mata Hari. Así lo recoge quien más tarde sería su biógrafo: «Nos contó a un grupo, bastante borracho, que ‘una noche la j... bien, aunque la encontré muy pesada de caderas y tenía más interés por lo que hicieras por ella que por lo que ella daba al hombre’». Pero la verdad era otra: Hemingway viajó a Europa por primera vez en el 1918 y Mata Hari había sido fusilada en 1917. El ensueño de Ernest había inventado una leyenda que todos creyeron.
La quinta. ¡Y que «quinta»! Él la llamaba «My little kraut» («Mi pequeño repollo») y ella lo apodaba «Mi querido papá». «Marlene, te quiero por encima de todas las cosas, y lo sabes endemoniadamente bien», le escribía Ernest desde Cuba. «Marlene» era Marlene Dietrich, el «Ángel azul», la actriz alemana que se opuso al nazismo a riesgo de su vida.  
¡Oh Marlene!

Se amaron con «ese» amor que puede tener cierto sostén de eternidad: el amor platónico, sin sexo. La pasión de esta, para la mayoría de los mortales, «extraña pareja», esa «pasión sin igual», según Hemingway, había empezado en 1934, cuando se conocieron. Pero el fervor amoroso creció y se mantuvo después, durante diez años: entre los 50 y los 60 del célebre autor. Se admiraron. Burlaron geografías, distancias y ansias de cuerpos enlazados. Se adoraron.
Así lo atestigua la colección de 31 cartas de amor del escritor a la actriz, donadas por Maria Riva, hija de la Dietrich, al museo John F. Kennedy de Boston.

La esposa, su amiga y las dos periodistas

Su libro Fiesta tiene esta dedicatoria: «A Hadley y a John Hadley Nicanor».  
En 1920 se casó con Elizabeth Hadley Richardson, cuando ella contaba 29 y él sólo 21. Ernest ganaba entonces 40 dólares mensuales pero Hadley paliaba la situación con sus 3.000 anuales por dividendos de acciones. El matrimonio se fue a París, etapa que está reflejada en Paris era una fiesta. Fue un tiempo dorado, donde nació John Hadley Nicanor, su primer hijo: «cuando éramos muy pobres y muy felices»… «Yo la quería —dice Ernest de su esposa— y no quería a nadie más».
 Elizabeth Hadley Richardson

Hasta que apareció la «amiga de la esposa». Y todo se acabó.
O empezó. Ahora con «la amiga», Pauline Pfeiffer, bellísima, con quien se casó cuando él tenía 29 años… sumido en remordimientos y en su propio dolor,  cuando su nueva esposa estuvo a punto de morir, en el parto de Patrick, el segundo hijo de Ernest.

 En 1936 estalló la guerra en España. Hemingway ya era rico y famoso, y vivía en una finca en Key West, en Florida, Estados Unidos. A su lado, Pauline y Patrick. Aun así, él quebró su paz para informar desde España sobre la Guerra Civil. Pero en su vida ya había otra periodista, a quien había conocido en un bar. Era Martha Gellhorn, también brillante y bella.    
Pauline Pfeiffer

   Fue el final del segundo matrimonio. En España, donde también recogió material para su futura novela (Por quién doblan las campanas), Ernest vivió con pasión su nuevo romance, que culminó en boda a los 41 años del escritor.  Con Martha se estableció en Cuba, pero su nueva vida sólo conoció soplos de dicha. Él anhelaba desesperadamente una hija, que Martha no le dio jamás; y la vida en común de la pareja —con disputas agrias y frecuentes— fue casi accidental, pues ella viajaba mucho, absorbida por el periodismo.
 Martha Gellhorn

 Por eso, cuando en 1945 Hemingway está otra vez en Europa mandando informes sobre la Guerra Mundial y conoce en Londres a Mary Welsh, también periodista, las condiciones son ideales para un nuevo romance. Tras el fin de la guerra, Ernest y Mary se casan, cuando él tenía 47 años.  ¿Fue Mary su último amor?
Veamos… Él buscaba el sentido de la vida... En Adiós A Las Armas Hemingway se retrata a sí mismo como Frederick Henry,
—rol que en el filme sobre el libro jugó Gary Gooper— un chofer de ambulancia en el frente italiano que se enamora de una hermosa enfermera, Catherine Barkley. La novela es en su mayor parte autobiográfica. ¿Acaso Catherine, su primer amor en la ficción, fue su único y gran amor?
Quizá. Porque —paradójicamente— él era un solitario y porque buscaba un amor ideal.
Mary Welsh

 «Lo único que quería saber era cómo vivir», había escrito en su primera obra importante, Fiesta, publicada a sus 27 años.
 ¿Lo había conseguido? Seguramente creyó que no.

El domingo 2 de julio de 1961 se levantó temprano en su casa de Ketchum, Idaho, último hogar del último matrimonio Hemingway, fue hasta el cuarto donde se guardaban las escopetas de caza, y allí cargó una de doble cañón. Se la puso en la frente. Apretó el gatillo.
El ruido del disparo despertó a Mary Welsh.




Cristina Castello, en revista Open (México), 10 de octubre de 2007

martes, 1 de septiembre de 2015

Alberto Migré y miles de ojos voyeurs, en "Sin Máscara" con Cristina Castello

Alberto Migré, autor de teatro. de telenovelas y de radioteatros.


Las luces y sombras del amor. 
De ese amor "que mueve el sol y las estrellas" (Dante) . 
Hice decir a Migré «Detened todos los relojes», de
Wystan Hugh Auden
:" Detened todos los relojes, cortad los teléfonos,/ Haced que el perro no ladre ante el jugoso hueso,/Silenciad los pianos, y con tambor amordazado /Sacad el ataúd, y que vengan los dolientes./
Que los aeroplanos tracen círculos gimientes/Escribiendo en el cielo el mensaje El Ha Muerto..."
Y por cierto en el programa hubo intimidades de gran ternura, de Alberto Migré.
Y humor y risas y ... la vida,
Y poesía como forma de Ser.
Delicia de programa
Fue en el año 2000 ó 2001 (ya buscaré la fecha)