Esta nota mía se publicó el 23/06/1996. Necesario decirlo, pues –si no- todo queda fuera de época. Sobre todo el amor, que, desde hace unos 12 años, para Oscar es Marina Borensztein. Su voz no sabe de artificios. A pesar de que detesta hablar de sus cosas personales, en esta entrevista contó -o descubrió en la charla- la raíz de uno de sus misterios.
Nota de tapa de "Viva", con su hija menor, Manuela, quien hoy tiene 23 años |
Oscar -apariencia eterna de hombre
contenido- no es un hombre contenido,
durante nuestra charla. Entre café y café -y apoyándose en algún pucho- consigue
cancelar su vieja costumbre de callar su vida. Pero le cuesta.
Entonces insinúa algo, lo guarda para
después y después cuenta, porque se
siente confiado.
Me
mira a los ojos, constante, pero
hay momentos en que su mirada mira más
hondo. Es cuando dice esas verdades suyas que calló siempre o cuando descubre
alguna nueva. Y en ambos casos tienen que ver con dolores -son las razones que
explican su vida- que lo muestran tan
humano como todos los verdaderamente
humanos. Tan humano como para hacerse cargo de su propia vida...cuando
andamos por nuestro cuarto café o cuando ya ni falta le hace el amparo del
pucho. Y siempre habla sereno porque
tiene serenidad, pero algo lo enciende. Muy fuerte.
- ¿Te estás atreviendo a la pasión?
- Sí, porque
dejé de estar loco. ¿Y sabés cuándo?: cuando
entendí que por haber sido excesivamente racional me había construido una jaula, en la que quedé preso.
- ¿Tu mujer te desestructuró?
- Sí (gozoso) Mercedes (Morán) cubrió mis
abusos de responsabilidad y de ¡tanta
autoexigencia! que heredé de mi viejo.
Por eso, ahora soy menos obsesivo y menos rígido para juzgarme y para juzgar a
los demás.
- ¿Entonces tu aspecto contenido es
una máscara?
- No, (con fuerza) es la evidencia de mi
desborde interior.
- Pero no se nota...
- Tal vez no, porque pongo todo el desborde en
los personajes que hago como actor. Por suerte. Porque muchos escritores y
artistas han dicho que -de no ser por la vocación- serían asesinos o estarían
en un loquero. Y yo creo (convencido)
que a mí me pasaría lo mismo. En cambio,
estoy en un momento que se parece a un estado de gracia (humilde)...soy feliz, ¿sabés?
- ¿Y lo valorás tanto porque antes
sufriste mucho?
- Sí, pero...(desdramatiza)
¿quién no sufrió?
- ¿Generalizás, para negar algún
dolor?
- No...es
que no tengo memoria histórica y
además, hay recuerdos -como los de la
infancia- que son nada más que coágulos...
- Raro que llames
"coágulos" -suena a sangre- a tus recuerdos…
- (Sorprendido) Es verdad... pero más raro
es que nunca me haya dado cuenta de eso, a pesar de mis seis años de
psicoanálisis. Pero...(sonríe) también
podría decir que aquellos recuerdos
son como fotos coloreadas por acuarelas, pero
desdibujadas alrededor y en el centro...
-
A tus acuarelas, pues… ¿y si las
removemos?
- (Hace un silencio largo) Bueno... para
mí era luminoso ir a la quinta de
Colombo -en mi barrio- donde había choclos y zapallos, potrero para jugar y (con placer) aquel humito que me salía
por la nariz, gracias a la escarcha de
las mañanas. Aquello era un paraíso, semejante al de los jardines con
magnolias de mi escuela, pero no sé ubicar aquella etapa cronológicamente.
- ¿Por qué?
- No sé, pero lo único que puedo poner en un
tiempo determinado, es el nacimiento de
mi hermana: porque fue justo a mis
cinco años. Pero, mirá... lo veo como si fuera una foto viva que se incendia
enseguida y después... después no
recuerdo más.
Foto Ariel Grinberg- Clarín |
- Tu desmemoria oculta alguna grieta.
Por ejemplo: ¿padeciste bolsillos vacíos
y zapatos rotos?
- Sí, me
pasó en los años '70, '71 y '72, cuando recién empezaba a ser actor en forma profesional: tenía
trabajo por épocas y después andaba galgueando. Pero en aquellas etapas -nunca
fueron de más de dos meses- agarraba lo que podía: correteaba mesas de
televisión, decoraba platos y los vendía, me empleé en una tejeduría...hacía
cualquier cosa, que sirviera para zafar. Ya ves...no fueron sufrimientos.
-
Pero tenés grietas...
- Es
verdad, pero prefiero callar para no
producir daños a terceros.
- A ver: el personaje que más se te metió en la piel, en teatro,
fue el del jorobado de "La malasangre". ¿A vos te humillaron, como a
él?
- (Me mira, hondamente) Lo que me decís es
un concepto muy agudo. Es cierto que es uno de mis trabajos más sensibles; quizás porque en mí
-como en todo actor- hay algo herido que
busca reparación (contesta por nobleza,
pero le cuesta). Pero por favor (delicado) yo entiendo tu necesidad de profundizar, pero no quiero estar en vidriera.
- Me lo hacés difícil... ¿No me dejás
asomarme otro poquito a vos?
- (Cálido) Está bien, pero recordá que no
me gusta desnudarme en público (se ríe).
- De acuerdo, ¿Te sentiste querido por tus
padres?
- Sí, (con mucho amor) mi padre -de mucha
inventiva, muy inteligente y melancólico- fue muy cariñoso: siempre nos daba un beso en la
cama. Y mi mamá... pobre, no era tan cariñosa pero es cómica, alegre y lúdica.
-
Sin embargo, siento que no te alcanzó lo que te dieron....
- (Piensa mucho) Mirá... yo recuerdo haber
necesitado mayor calidad de afecto, del que recibía; porque había algo de la
realidad familiar, macrofamiliar y
social que me resultaba hostil. Es que -como escribí alguna vez- no me
educaron para la felicidad, ni para el
placer... ni para el amor.
-
¿Y vos eras un sediento de amor?
- Sí, de
chico -y por mucho tiempo más- yo sentía un agujero de amor, imposible de
llenar por nadie.
Conmigo, en mi programa "Sin Máscara", años después |
- ¿Ahí estuvo la grieta?
- (Se mete dentro de sí, quiere ser sincero) A
ver... ahora que lo pienso la primera grieta que sufrí, fue a los dos meses de
nacer: de bebé. Todos los médicos dijeron que moriría, por algo pulmonar. Me
desahuciaron. Pero parece que apareció un doctor...sí... ¡se llamaba Abdala! y
él dio un remedio muy simple. Dijo que me hicieran dormir en los brazos,
casi desnudito -era verano- en el patio. ¿Te das cuenta? (se apasiona) ...¡el médico ordenó que
me tuvieran en brazos!. Entonces se
generó una cadena de solidaridad de padres, tíos y abuelos...¡para hacer turnos
y abrazarme! Bueno...con los años mis padres me lo contaron. ¿Y sabés?
Curiosamente, me curé.
Oscar, elegido académico de número por la Academia de Letras en 2017 |
- Te salvó el amor...
- Me curó el
amor. Pero aquella experiencia -de bebé- debe haber signado mi vida: creo que
fue fundante.
- Te negás a recordar para no volver
a sufrir...
- Es
probable, pero no lo hago conscientemente. Pero recuerdo cosas: como que yo
era un chico con una doble vida. Muy
observador, con mucha imaginación y un
mundo interior intenso, pero no tenía dónde poner todo aquello, ni cómo encausarlo y entonces me sentía insatisfecho. Y por otro lado, era
muy alegre, simpático, jodón y muy buen imitador: (divertido) así seducía.
- ¿Y ahora quién sos?
- Ahora hice
la síntesis y todo me regocija: mi mundo interior, la experiencia dichosa del amor recíproco con mi mujer y mis hijas,
mi trabajo y la poesía que leí y que no pocas veces me
ilumina: ¡estoy en el colmo de la abundancia!. Y
también me vuelvo loco (con sensualidad)
con un
plato de tallarines y un buen tinto,
con la risa como vocación contínua...y
cuando juega Independiente. Pero sobre todo, (con dulzura) siento que el aplauso
y el saludo cariñoso de la gente en la calle, son una metáfora de los
brazos que me tuvieron en el patio de la casa de Devoto....
- ¿Ahuyentan tus miedos?
- (Silencio enorme) Sí... el miedo al
desamor, porque mi identidad como actor depende del cariño de los demás; y si
no soy querido y aprobado, el riesgo es desintegrarme como persona.
- ¿Así te sentiste cuando se terminó
tu primer noviazgo?
- No sé... aquella
fue una historia muy tumultuosa, que duró desde mis dieciseis hasta mis
dieciocho.
2016, mejor actor en el Festival de Venecia |
- ¿Y de más chico habías tenido
amores?
- Sí...(con ternura) y el primero fue a mis
diez años: me enloquecía una chica de
quince, cuya imagen me daba un placer, inmenso y nuevo. Pero ella jamás se
enteró y fue un amor platónico porque -como muchos de mi generación- yo tenía
separado el sexo, del amor. Mirá, (le da pudor) a los quince empecé una relación netamente
sexual - que fue la primera y duró dos
años- con una chica mucho mayor que yo; pero
recién junté amor y sexo con la novia de la relación tumultuosa: estaba
muy enamorado y ya teníamos fecha para el Registro Civil.
Pero...ella desapareció un día antes de la boda y bueno, (quita
importancia y se ríe) gracias a Dios... porque si no, no sé cómo hubiera
sido mi vida.
- Lo decís hoy, pero te habrás
sentido morir, ¡te abandonó!
- Y sí... y
sólo me dejó una notita donde decía que
se iba a Esquel. Entonces yo salí corriendo con lo puesto -un saquito de hilo y
una remerita- y me tomé un avión a Bariloche:
fue mi primer vuelo. Y camino al aeropuerto (impresionado aún) vi un sapo aplastado y me dije que era mala
suerte... ¡pero igual seguí!
- Todavía no habías construído tu
propia jaula: te atrevías...
- ¡Claro!...
si estaba desesperado: sólo quería recuperarla. Y llegué un día y medio
antes del que supuestamente llegaría el
tren, (muy apasionado) en el que
supuestamente viajaba ella. Entonces en Bariloche me subí a otro tren y viajé
cuatro horas, para ir al encuentro de "su" tren. Y me bajé en una estación llena de frío donde también
esperé muchas horas. Hasta que "su" tren llegó.
- Y
pensaste que se acababa la ausencia...
- ¡Sí! Y me
subí al primer vagón y después fui
recorriendo uno por uno -en dirección contraria a la que iba el tren- en medio de gente que viajaba con
gallinas y con otros animales. ¡Andaba
como loco y destapaba a los que
viajaban dormidos, con la esperanza de
encontrarla! Pero ella no estaba. Bueno...(sonríe)
esa fue mi primera gran frustración amorosa.
- Cuánta desolación: solo, dentro
de tu saquito de hilo…
- ¡Ni te
imaginás! Pero lo primero fue el enojo
con mi madre, porque aquella novia me dejó después de una charla con ella....
En "La misma sangre", filme estrenado en febrero 2019 |
- ¿Qué le había dicho tu mamá?
- No sé,
nunca me lo dijo.
- Pero es horroroso: torció tu
destino, ¿sentiste rencor?
- No, porque
entendí que aunque a mí cualquiera me hubiera
dicho cualquier cosa, yo no la hubiera dejado....así que no fue culpa de
mi madre. Pero además, algo en mí sabía
que yo había corrido detrás de algo irreal.
-
Igual, ¿o el dolor de amor no es salvaje?
- ¡Claro que
sí! (Como si después de muchos años,
reviviera aquel momento) Y por eso el tiempo cronológico de aquel viaje
-que fue largo- no habla de la intensidad de lo que fue para mí.
- ¿Ahí sentiste humillación, como el
"jorobado"?
- (Muy sobrio pero tenso) No me gusta esa
palabra. Fue dolor: pero tanto y tan de
golpe -esa ida y vuelta mía fue como una película de terror- que cuando volví
había superado todo y sólo me quedaba una llaga: fue como si me hubiera caído
una ficha.
- Fue vida, pasión y muerte, todo en
un mismo tren...
- Sí, crecí
diez años de golpe: ahí terminó violentamente
mi adolescencia. Fue un punto de inflexión; fue una "metáfora baldía -como
escribió Borges- que convoca un lapso que muere y otro que surge".
Entonces empecé a estudiar teatro en serio
y sublimé toda la pasión en un deseo organizado: la vocación.
- Quedaste tan asustado, que
esperaste casi veinte años- hasta que llegó tu mujer actual- para subirte a otro tren...
- (Con interés) Nunca lo pensé así, pero
puede ser, puede ser...
a lo mejo
hice algo parecido a lo que el gran terapeuta Norberto Levy llama
"conclusiones equivocadas". Son las que uno puede sacar después de
alguna experiencia fuerte y que lo llevan a gobernar la propia conducta,
cometiendo errores.
- ¿Por eso te casaste por primera
vez, sin pasión?
- Recuerdo
muy poco de mis sentimientos de entonces.
- ¿Otra vez los coágulos de la
infancia?
- No, es
que... no tengo ganas de hablar de eso, pero (lucha entre ser sincero y callar)
ahora sé que mi relación con Cristina (Lastra, su primera esposa)
estuvo signada por mi "conclusión equivocada".
- Me estás dando la razón...
- Bueno... quiero
decir que en aquel momento creí que uno
podía tener una relación en base a cosas como cariño, compañerismo, mandatos
sociales, matrimonio y nada más.
-Y sin una pasión que te causara el dolor de la chica que se fue a Esquel…
- (Impresionado e intenso, pero sereno) Sí,
sí estás en lo cierto: le tuve miedo a la pasión porque la identifiqué con la
pérdida de la razón, con el abandono y con el fracaso. Es verdad... (se lo repite a sí mismo) a partir de
ahí, escindí de mi vida la pasión amorosa. Pero...¡qué raro!... Recién ahora,
con esta charla, comprendo que fue por la marca que me dejó la desaparición de
la chica del tren. ¡Lástima! Lástima que no tuve una buena asistencia
terapéutica o alguien que me hiciera ver las cosas, como las veo en este
momento...
- ¿En los dieciocho años que duró tu
relación con Cristina, alguna otra mujer te
despertó?
- Mirá... yo
fui fiel mientras pude. Y tuve pasiones -amor- pero las aborté, porque sentí
que me desguarnecían... y entonces no me jugué como hubiera querido: poniendo
el cuerpo y entregándome totalmente.
El Premio Platino, en España |
- ¿No entendías que te suicidabas, no
entregándote al amor?
- Sí, pero
yo no podía. Entonces puse toda la pasión en mi
trabajo y la sublimé en un deseo
organizado: la vocación. Como cuando era chico y desoí el mandato familiar y
dejé el secundario, para estudiar teatro... (sonríe)
esa cosa de excéntricos o de gays, como decían en mi familia o en el
barrio. ¿Te das cuenta? De chico, dejé que gobernara el corazón y ya grande
-cuando aborté las pasiones- sólo
obedecí al mandato de la cabeza. Y me equivoqué. Pero sufrí tanto, que me juré que -si volvía
a sentir pasión- no dudaría: fue lo que hice cuando me enamoré de mi mujer
actual..
- ¿Ella destrabó tu libertad y vos
fuiste su cobijo?
- Fue
exactamente así: tuvimos un encuentro muy potente.
- Te animaste a subir de nuevo al
tren...
- Sí, porque
primero oscilé entre la certeza de
que era un amor inevitable y la idea de
que era una insensatez. Pero enseguida (feliz) pasé por encima de todos los
miedos y fui capaz de una entrega total
- Como de chico, cuando elegiste el
teatro...
- Sí, como a
mis ocho años (se dulcifica) cuando
con Hugo Rodríguez, mi primo, armábamos un teatro en la casa de chorizo de mi
abuela. (Muy entusiasmado) A un cotín
viejo le poníamos argollas, con él hacíamos un telón y en servilletas de
pizzería escribíamos el programa de las funciones que dábamos a nuestros otros
primos. Aquello era la felicidad total (se
ríe)... ¡y sin coágulos!...como este amor, por el cual pasé -también- por
encima de todas las culpas.
- ¿Fue difícil enfrentar esto con tu
primera esposa?
- Sí, pero
yo no me separé de ella por mi esposa de hoy: fue porque nuestro matrimonio no funcionaba.
Además, yo no creo que uno ame y el otro no, porque en una pareja hay
complicidades: hay un guión que necesita de ambos, para ser escrito.
- Pero las circunstancias para
construír tu nueva pareja no fueron fáciles, ¿no?
- No, y si
no hubiera sido porque el amor era enorme, no hubiéramos podido. Mercedes tenía
una relación con alquien -aunque no convivía- y
venía de dos experiencias matrimoniales frustradas; yo venía de una y los dos teníamos hijas. No
fue fácil pero tampoco una tarea pesada, porque el amor da alegría y energía:
fue, sí, de poner ladrillo a ladrillo y de mucho cuidado y entrega.
- Tu primera entrega adulta, ¿Te
costó?
- La entrega
no: fue muy gozosa. Lo bravo fue la presión del primer año y la dificultad de
integrar a mis hijas - que al principio me juzgaron y a quienes yo extrañaba- a
mi nueva situación familiar. Fue muy difícil, pero yo tenía claro que lo mejor
que podía ofrecerles era un padre feliz y eso me dio fortaleza para seguir, a
pesar de mis grandes angustias y de mis depresiones profundas. Pero además, me
fui a vivir con Mercedes y con sus dos hijas, a quienes casi no conocía y que
-de golpe- tenían que compartir a su mamá. Por suerte, ellas pusieron muy buena
voluntad.
- ¿Como esto, todo en tu vida es con
esfuerzo?
- Sí, pero
en esto valió la pena: mis hijas están integradas a la casa, a Mercedes y a sus
hijas. Y ahora también está Manuela, que
ya tiene un año y tres meses...¿vos sabés lo que fue tener una hija a los
treinta y nueve de mi mujer y a los cuarenta y cinco míos? Es una manera de
renacer: es la encarnación de la dicha.
- ¿Cómo es Manuela?
- (Habla como un hombre que aprendió el amor y
del amor) No puedo decir nada que no suene a lugar común: estamos babosos.
Yo siento que ella me está enseñando a
mirar el mundo de nuevo y descubro ese
mundo como un espectáculo mágico y deslumbrante.
- ¿Sabés que -con tu historia- estás
demostrando a quienes no creen en el amor, que el amor es posible?
- Sí, lo es
y es un aprendizaje. Nosotros, después de nueve años de estar juntos aprendimos
incluso a pelearnos. Para no causar resentimientos sin retorno, en un momento
de ceguera: cuidando de no averiar el bote, porque ambos vamos en él. Y gracias
a eso podemos disfrutar de la sensualidad de la vida: desde despertar juntos
hasta poder brindar a mi mujer -como
ofrenda- lo que cocino cuando vamos a nuestra casa de Pilar.
- Es curioso: mientras más descorrés
tus velos, menos te parecés a esa imagen de rata de biblioteca o de intelectual
alejado de la vida, que algunos tienen de vos...
- Si alguien
piensa eso es muy poco perspicaz (se
ríe). Además, yo produzco ideas pero no soy un intelectual y todos mis
personajes están hechos con la carne y con la sangre; y ahora también soy así
en la vida... (con alegría) porque
crecí.
- ¿O recuperaste esa inocencia que
permite amar de veras?
- Es verdad... y hay algo que perdura en mí
a través del tiempo: desde aquel bebé que era acunado en brazos en el patio de
su casa, a este que soy ahora.
- ¿Qué es?
- Que ahora
sé que la inteligencia consiste en dejarse llevar por el corazón.
Cristina Castello
Con Marina, para siempre
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