Moisés Lebensohn (1907-1953) es un caso
paradigmático de lo que llamaría la cuota de "ignorancias parciales y
recuerdos restringidos" en la historia política argentina. Los
pertenecientes a esa esfera de confusas exclusiones en las diversas corrientes
de la historiografía nacional se invisten con el rótulo de figuras secundarias.
Esa clasificación de personajes del pasado en jerarquías de importancia y
trascendencia pública no ofrece objetividad. La Historia no es una ciencia
exacta. Por lo tanto, es frecuentemente arbitraria. Los historiadores suelen
responder, y es casi inevitable que así sea, a preconceptos ideológicos,
políticos, religiosos y hasta provenientes de simpatías personales.
Desde el punto de vista exitista de la
vida política como carrera por la ocupación de cargos estatales, (escala
valorativa hoy de moda ) se comprende el olvido o la ignorancia de la
trayectoria de Lebensohn. El único cargo público nacional que tuvo fue el de
convencional constituyente en 1949. Designado presidente del bloque radical,
desde allí se opuso a la reelección presidencial. Denunció las cláusulas de
corte totalitario, como el estado de guerra interno, que le permitía al
presidente decretar la intervención de las fuerzas armadas en reemplazo de los
poderes Judicial y Legislativo. En un discurso de sólido contenido jurídico y
político, señaló cada uno de los componentes autoritarios del gobierno del
general Perón y de la drástica eliminación de las libertades de prensa y
expresión de las ideas, que caracterizó a su régimen. Al retirarse con su
bloque de la Convención Constituyente reunida en tan irregulares condiciones, y
en respuesta a los gritos de la mayoría "¡Que se vayan!" exclamó:
"Volveremos, para dictar la Constitución de los argentinos". Poco más
tarde, Lebensohn sufrió la cárcel por razones políticas durante más de un año y
allí se quebrantó su salud física definitivamente.
Pero lo importante de Lebensohn no está
en los cargos que ocupó, sino en su intensa vida política desde el llano y en
la coherencia y lucidez de su pensamiento democrático. Por lo pronto, Lebensohn
fue mucho más que un lúcido crítico del conservadurismo fraudulento de los
treinta y del autoritarismo populista de los cuarenta. Periodista (fundador y
director del diario "Democracia" de Junín, un ejemplo de periodismo
moderno, inteligente y profundo); estudioso de la filosofía política y la
economía, fue seguramente el teórico más interesante e inteligente de la Unión
Cívica Radical. Queda de su pensamiento un puñado de discursos y de artículos
periodísticos de lógica impecable y de vigorosa elocuencia. Hace décadas que no
se reeditan, ni siquiera se difunden por el partido al que perteneció. La
claridad expositiva de esas pocas piezas lebensohnianas no excluye un ideario
denso y complejo que se filtra tras una escritura lineal con sentido pedagógico
y esclarecedor. Pero además de intelectual comprometido, Lebensohn fue hombre
de partido, un dirigente activo de la renovación de las estructuras partidarias
del radicalismo, un formador de cuadros militantes juveniles, incansable
misionero, tribuno de palabra racional y emocionada retórica, una síntesis
difícil y pocas veces alcanzada por el discurso político.
Con su esposa |
Para Lebensohn ese proyecto seguía
inconcluso, no solamente interrumpido. La idea lebensohniana tiene una dialéctica
abierta que no culmina en el círculo acabado de la geometría utópica. Lebensohn
era un espíritu inquieto y, a medio siglo de su desaparición, aún se despliega,
potente, en las dos grandes líneas de su ideario: la democracia social y la
condición intangible de la persona humana.
El materialismo marxista, al que conocía
en profundidad, nunca hizo carne en él. Su concepto de las igualdades sociales
y económicas lo condujeron a una concepción flexible de incomplitud en los
procesos sociales. No creía en la lucha de clases como motor de la historia,
sino en la posibilidad movilizadora de las necesidades insatisfechas materiales
y espirituales, que alientan la inquietud de la condición humana en todas las
capas de la sociedad. Era socialista en cuanto al valor de la igualdad y la
justicia, pero su idea del desarrollo humano absorbe la chatura opaca de una
sociedad definitiva. Afirmaba que "no pueden invertirse los fines del
Estado, cuyo intervencionismo sólo puede referirse a la administración de las
cosas y a los derechos patrimoniales, y no a los derechos del espíritu, morada
de la libertad humana". Por eso la libertad, como realización indelegable
del individuo, como desenvolvimiento de todas las potencias de la persona,
signaba todo su pensamiento.
Hay una introspección poética de la vida
del hombre que constituye en Lebensohn el punto central de su sensibilidad y de
su ética política y lo alejaban de cualquier materialismo. De ahí que
concibiera a la Argentina como una república que no constituye un simple trozo
de territorio, un mercado o una factoría rica, ni una nación metafísica basada
en etnias, religiones o lenguas, sino como sitio expansivo de la "causa
del género humano". Su valor fundamental era la libertad. Pero "la
libertad no está oprimida sólo por las dictaduras, sino también por el
privilegio económico. La Argentina nació como una república con el valor
supremo de la libertad. Y quien abjure de la libertad -señala- está abjurando
de su condición de argentino".
Lebensohn murió a los 44 años, el 13 de
junio de 1953. "No debo morir", decía en su lecho final. No parece
que el Partido Radical de hoy esté recordando sinceramente los deberes que se
imponía el alma agitada de Lebensohn, ni mucho menos recogiendo su mensaje. Más
bien su dirigencia lo está suicidando. Poco interesa, porque Lebensohn supera
de lejos la decadente conducción de un partido que perdió su rumbo y envejeció
en su propia laxitud quedantista. Nunca fue una figura cómoda para los
dirigentes enquistados.
Sin embargo, y eso es lo que importa,
para las jóvenes generaciones su prédica y su modelo de vida, de severo
compromiso público, registran una actualidad sorprendente. Conviene releerlo.
"La libertad de los pueblos no
consiste en palabras, ni debe existir en papeles solamente. Cualquier déspota
puede obligar a sus esclavos a que canten himnos a la libertad; y este canto
maquinal es muy compatible con las cadenas y opresión de los que lo entonan. Si
deseamos que los pueblos sean libres, observemos religiosamente el sagrado
dogma de la igualdad. ¿Si me considero igual a mis conciudadanos, por qué me he
de presentar de un modo que les enseñe que son menos que yo? “(MOISÉS
LEBENSOHN, 1940)
Jueves 19 de junio de 2003. Diario 'Rio
Negro'. Argentina