Foto: Ramón Puga Lareo |
«Mientras existan hombres que tengan las mismas
necesidades que las mías, la pintura existirá»
Seguí tiene humor, ironía y agudeza. Como su
obra, desde donde nos miran enanitos mandones de opereta, en un mundo donde el
humor es tan sólo la cortesía del espanto. Y donde, para él, los recuerdos son
vivencia. Como el tango y como Carlos Gardel.
¾¿Quién es Carlos
Gardel?
¾Es la tapa de El Alma que canta sobre la cama
de las chicas del servicio de casa de mis padres. Enorme sonrisa y tragacanto
al por mayor, con dos gotas de colonia de la Franco Inglesa. Algunas veces lo
vieron en las afueras de Tacuarembó con el rostro cubierto de vendajes,
sombrero negro y
una sonrisa que no podía ser sino la suya. Otras, a 80 kilómetros de Medellín, con el rostro desfigurado, la dentadura intacta y acompañado de un guitarrista rubio que parecía un ángel. Gardel fue el testigo de mis primeros sobresaltos amorosos. De mis primeros mates con una cascarita de naranja, que tomé con la misma sensación que años después sentí cuando fumaba mi primer cigarrillo de marihuana.
una sonrisa que no podía ser sino la suya. Otras, a 80 kilómetros de Medellín, con el rostro desfigurado, la dentadura intacta y acompañado de un guitarrista rubio que parecía un ángel. Gardel fue el testigo de mis primeros sobresaltos amorosos. De mis primeros mates con una cascarita de naranja, que tomé con la misma sensación que años después sentí cuando fumaba mi primer cigarrillo de marihuana.
¾Su obra se nutre de las imágenes del tiempo niño.
Hablo de los juguetes de madera de la época de la Segunda Guerra Mundial, de los gauchos de los almanaques, del San Martín de la revista “Billiken”...
Hablo de los juguetes de madera de la época de la Segunda Guerra Mundial, de los gauchos de los almanaques, del San Martín de la revista “Billiken”...
¾Sí, yo creo que la mayor parte de mi trabajo es producto de
la memoria de mi infancia; allí está la raíz de mi sentido lúdico y la del
humor, en Córdoba. En la revista Leoplan me inspiré para la serie de Felicitas
Naón con la cual participé en la Bienal de los Jóvenes de París, que fue un
poco el motor que me dejó anclado en esta ciudad. Más tarde hice la serie de A
usted, de hacer la historia y los objetos en tres dimensiones que provenían
directamente de Billiken.
¾Como espejos de parques de diversiones, ¿los recuerdos lo
revelan y explican su obra?
¾Sí, hay parte de “mis archivos” que me ayudan a reconstruir
la historia de mi infancia. Pienso, por ejemplo, que el muro que pinté en Boulogne-sur-Mer también tiene origen en mi
niñez, y que mi recuerdo de un rompecabezas de temas marinos me llevó a hacer
aquel muro cerámico de Lisboa. Y luego las casitas por aquí y por allá de la
serie Los Barrios fueron como aquellas que yo pintaba de muy chico,
cuando acompañaba a Ernesto Farina en la Córdoba barranquera. Apenas
instalábamos nuestros caballetes, salían de las casitas chicos y grandes que se
nos acercaban y nos preguntaban: “¿Tai Pintando?”, “No, estoy tomando gotas”,
les contestaba Ernesto... y al rato se iban, bastante desilusionados. ¡Si
todavía me parece verlos!
¾En su obra, el humor da la impresión de ser un guiño de la
inteligencia.
¾No me gustan las definiciones...
usted ya sabe.
¾Me hablaba del alimento nutricio para su trabajo...
¾Digamos que mi alimento fueron las tiras cómicas, las
caricaturas políticas de cuando era niño, los almanaques de Alpargatas que
traía mi padre ¡y tantas cosas de entonces que me vienen ahora a la cabeza! Y
es que en la Argentina nunca fuimos escasos como fabricantes de sonrisas, y eso
es algo a reivindicar, porque no debemos apartarnos de nuestras virtudes. ¿Cómo
olvidar, además, cuántas veces Molina Campos me hizo soñar?
¾En sentido opuesto, recuerdo aquellos hombres de 1977 en
sus pinturas, solos y casi siempre frente a un muro, como en “La distancia de
la mirada”. ¿Son una profecía del siglo XXI?
¾No..., pero a veces las circunstancias relegan los juegos,
y el humor se ensombrece. Entonces aparecen series como esta que usted menciona
y que yo hice en el período 1976-77; o como los Paisajes de la pampa, que
empecé después de la muerte de mi padre. En aquellos momentos no hubiera podido
hacer otra cosa.
¾Precisamente, hoy el mundo tiene tanta desolación como sus
“Paisajes de la pampa”. Y en sus obras, los pavimentos y los hombrecitos
narigones, solos e inquietantes, interrogan al universo. ¿Cuál es la raíz de su
visión plástica?
¾El
humor y cierta mirada irónica de la sociedad a la que pertenezco, y de la que
en cierta manera me siento excluido, son el cordón umbilical de mis cosas. Pero
esto no es nuevo: lo arrastro desde mis primeros pasos por las escuelas de
Bellas Artes de Córdoba. Y desde fines de los ’50 yo trabajé por series, que
tienen un número indeterminado de obras, y para cada una de ellas adapto la
técnica que empleo. Así es que saltar de una a otra, o dejar espacios para mi
trabajo gráfico, para el dibujo o para la escultura, me beneficia. De esta
forma, evito la fatiga y conservo una frescura que no sé si lograría de otro
modo.
¾De
alguna manera se siente excluido, me dice, y se me ocurre que es así porque hoy
vemos muchas “instalaciones” y “performances” y se habla de “arte digital’,
y todo eso parece ajeno a usted.
¾Desde principios de los ‘60 las instalaciones forman parte
del abecedario del mundo
de la plástica. Hay cosas que se mantienen y muchas que han desaparecido. Pero
reconozcamos que los nuevos útiles de trabajo que se presentan a las nuevas generaciones,
y que evolucionan día a día, despiertan la curiosidad de cualquiera.
de la plástica. Hay cosas que se mantienen y muchas que han desaparecido. Pero
reconozcamos que los nuevos útiles de trabajo que se presentan a las nuevas generaciones,
y que evolucionan día a día, despiertan la curiosidad de cualquiera.
¾¿Las instalaciones son pintura, o hay que escuchar a
quienes pronostican, de nuevo, la muerte del arte?
¾Yo pienso que, en la integración con la arquitectura y en
la construcción de grandes espectáculos, las instalaciones juegan un rol
preponderante. Pero la pintura es otra cosa. La pintura tiene acción física y
tiene el placer de hacer. La complicidad de las manos y lo que hay dentro de la
cabeza. La necesidad de dejar una marca sobre un soporte o de aplastar con los
dedos un pedazo de cera, que puede transformarse en escultura. Por eso...
aunque hablen de muerte de la pintura... ¡No! Mientras existan hombres que
tengan las mismas necesidades que las mías, la pintura existirá.
¾¿Qué diferencia las instalaciones de los ’60 de las del
siglo XXI?
-Yo
diría que las exposiciones de ese carácter en las que participé entonces tenían
un objetivo. Queríamos hacer rabiar a los viejos y divertirnos por nuestro
lado. El humor era el común denominador de aquellas muestras y la risa siempre
es saludable, ya sabe usted. Pero, con el tiempo, la semántica se altera y lo
que en nuestra época valía para hacer rabiar a los viejos, hoy son las banderas
del arte oficial. Aquí y allá.
-Usted no tiene banderas, no responde a modas ni a
“ismos”, a pesar de tantos que le
atribuyeron. Años ha, y según los amantes de los rótulos,
fue americanista, informalista, surrealista, neofigurativo, pop, expresionista
y tanto más...”o menos”, pues los
rótulos encorsetan. ¿Será que la fidelidad a sus propias voces es su único
“ismo”?
"Sugiriendo el desastre" |
¾Como
usted sugiere, nosotros hacemos nuestras cosas y otros se
preocupan por encasillarnos. Y claro que todo aquello que nos conmueve, influye
en nuestro trabajo y que nadie es un producto de generación espontánea. Pero yo
nunca creí en las clasificaciones dogmáticas, y me parece horrible que el
espectador me identifique por ciertos tics o maneras de hacer. No. Ni
soy consciente de “pertenecer”, ni fue mi intención.
¾Talento y libertad suelen pagar precios. Por ejemplo,
cuando Emilio Pettoruti se molestó porque su obra, recién llegado usted a París
y muy joven, fue reconocida. Y ya le había ocurrido algo similar en México con
David Alfaro Siqueiros, aunque esta relación
cambió después, en Europa...
¾Así es, pero tan sólo son recuerdos que reservo como
anécdotas y no demasiado más. Nunca llegué a conocer a Pettoruti, y con
Siqueiros pude entender, perfectamente, que él detestara lo que yo hacía en
México entonces. De todos modos, se reconcilió cuando vio mis dibujos
expresionistas, que continué al margen
de los otros grandes cuadros abstractos con costurones y rasgaduras. Pero... sí,
creo que pagué precios.
¾¿Cómo es eso?
¾Quiero decir que el más caro, y esta vez en sentido
absolutamente literal, fue en 1970 en el Musée d’Art Moderne de la Ville de
Paris. Yo había sido invitado a presentar una selección de todo mi trabajo
gráfico, del ‘63 al ‘70. En aquel momento estaba acá mi viejo amigo, Ed Shaw,
quien me ayudó con la colgada de las obras. El día del vernissage,
comimos algo en un restaurante de los alrededores y antes de ir a ponernos
elegantes decidimos dar un último vistazo a la muestra...
¾Elegantes
y sencillos... se trata de estilo. ¿Qué ocurrió con ese último vistazo?¾Que
cincuenta metros antes de la entrada nos sobresaltó una tremenda explosión.
Nubes espesas y amarillentas salían de las puertas del museo. Mucha gente
corría, otra escapaba despavorida por las puertas de seguridad, y nosotros no
entendíamos nada. Hubo unos minutos de espera y luego, entre personas que se
sacudían el polvo, supimos que todo el cielorraso de mi sala se había
desprendido. Más de cien cosas con sus correspondientes marcos en
aluminio anodizado, passe-partout de seda crema y plexiglás, yacían en
mil pedazos mezclados con paneles de yeso y cables del sistema eléctrico. Ni el
museo tenía seguros para estas exposiciones temporales, ni yo había tenido
la precaución de contratarlos.
"À vous de faire l'histoire" |
¾Aparte de esto pagó otros precios en el sentido en que
hablábamos antes, pero, sin haber hecho
concesiones, usted tiene su lugar en el ámbito de la gran pintura. Y, ya que
estamos, no olvido cómo su nombre dio casi la vuelta al mundo, también por su
obra “Sugiriendo el desastre”.
¾ ¡Pero, como se imaginará, aquella fue una anécdota
rarísima! En el ‘98 había hecho una
muestra en la Maison de l’Amérique Latine y en la Galerie Marwan Hoss.
Expuse arte precolombino que yo tengo, y tres cuadros: Esperando el avión negro,
Cuando el avión negro sale, y Cuando pasó el avión negro. Los dos
primeros se vendieron y el último ¾que no tenía el título atrás¾ quedó, y lo guardé
en un rinconcito. Después, cuando se hizo la FIAC 2001, quise mostrar el cuadro
pero, lógicamente, había que ponerle un título nuevo, y lo llamamos Sugiriendo
el desastre. Es el cuadro que ilustró la invitación alargada para esta
muestra.... Mire... ¿ve? Es éste. Pero fíjese en la fecha... dice del 10 al 15
de octubre de 2001, en la Galerie Claude Bernard. Mientras tanto, llegó
el 11 de Septiembre, y hasta el día de hoy la gente sigue creyendo que yo lo
pinté después... y a propósito.
¾¿Tal vez por eso de lo anticipatorio del arte?
¾ Bueno... yo no diría
tanto, sólo que aquello me parece curioso..
¾Pienso ahora en “La
lección de anatomía del doctor Tulp”, de Rembrandt, una suerte de retrato del
“establishment” de médicos neerlandeses del siglo XVII, que inspiró en usted no
pocas obras satíricas. En estos días, durante mi paso por galerías de París y
de otras ciudades de Europa, vi pocas expresiones genuinas de pintura, en
realidad más moda que pintura, mientras que para muchos buenos artistas no es
fácil exponer. ¿Existe un “establishment” dentro del arte, que abre o cierra
caminos?
¾Mire, buenos pintores con dificultades para entrar en el
mercado del arte, hubo siempre. Y a veces yo no lo comprendí. Pero quizás el establishment
desempeñe, ahora más que nunca, un rol preponderante para la carrera de algunos
artistas. Por otra parte, ya sabemos que París tiene hoy el mismo esquema que
las otras grandes ciudades del arte, como Nueva York o Londres. Aquí, el arte
contemporáneo, por ejemplo, está en los alrededores de la Bibliothèque François
Mitterrand; la zona del Marais está dedicada a gente más o menos de mi
generación, tal como, con algunos exponentes aislados, el distrito dieciséis o
Saint-Germain. Entre unos y otros, horrores, como en todos lados.
¾Es que la cultura ¾que se desarrolla
inmediatamente cuando la sociedad vive períodos plenos¾ nunca fue
prioritaria en Argentina. Entonces
aparecen siempre organismos y fundaciones que reemplazan el rol del
Estado. En mi época, la Fundación Di Tella jugó ese papel, no solamente en las
artes plásticas sino también en el teatro y en la música. Como usted recordará,
su interrupción se produjo inmediatamente después del golpe de estado contra el
doctor Arturo Illia; y quienes tanto reclamaron en su momento la intervención
militar, tanto se arrepintieron después.
¾Pensaba
en Córdoba y en una generación de artistas que parece irrepetible. La suya, que
es también la de Eduardo Bendersky,
Marcelo Bonevardi, Ernesto Farina, José “Bepi” De Monte, Pedro
Pont’Verges, Diego Cuquejo.... Y sin duda hay artistas valiosos de las
generaciones posteriores, y también entre los jóvenes y los adolescentes. Pero
aun así, parece que después de ustedes se hubiera detenido la historia...
¾Es verdad que aquella generación había hecho exposiciones en Córdoba y
en Buenos Aires; y en el ’55, cuando volví de Europa, sus artistas constituían
el grupo más activo. Pero no es menos cierto que durante diez años la cultura argentina vivió en secreto. Y a partir
de la llegada de la democracia, una cantidad de artistas jóvenes, pintores,
escultores y objetistas, han llenado ese vacío. Córdoba tiene hoy la primera galería
cuya arquitectura estuvo prevista para ese fin. Los museos están sin medios
económicos ¾como de costumbre¾, pero se hacen
cosas: están activos. Y las escuelas de arte están invadidas de alumnos, lo
cual no ocurría en mis tiempos.
¾Usted
hizo sus primeras exposiciones en Córdoba y en Buenos Aires, en 1957 y 1961,
respectivamente, pero, claro, después de haber sido reconocido en Europa. Y así
actúa Argentina con sus artistas y científicos: nada les da cuando están
surgiendo y después se atribuye el mérito de sus triunfos, tan luchados. ¿Es un
país expulsivo?
¾Bueno...
yo coincido en que todos aplauden al deportista que triunfa fuera del país,
mientras que al científico y al artista se les reservan las dudas. Pero la
Argentina es como es. Y cuando una luz de esperanza ilumina un poco el camino,
todos nos ponemos contentos. Como ahora, sin saber demasiado por qué. Pero
somos un poco así, y así tenemos que asumirnos.
¾Desde 1962 vive en París, pero conserva costumbres criollas como el mate y el asado, y Córdoba no es en usted recuerdo, sino vivencia.
¾Le
voy a decir, como si fuera un psicoanalizado, que ya resolví el
problema de Dios y que resolví el problema de la madre. Pero el de
Córdoba me queda pendiente.
problema de Dios y que resolví el problema de la madre. Pero el de
Córdoba me queda pendiente.
¾¿Es
su tierra la de aquello de “ porque me muero si me quedo / pero me muero si me
voy”, como dice la canción de María Elena Walsh?
¾Vea,
yo me fui de muy joven y muchas veces pensé en volver y dejar mis huesos en
Villa Allende (Córdoba), pero lo fui postergando. Quizás porque estar aquí o
estar allá, bueno... mi ritmo es parecido, mi taller de París es lo que llaman
allá un “quincho”; el asado de tira que consigo aquí es a veces mejor que el de
allá; antes aquí era una complicación encontrar yerba y alguna vez tuve que
comprarla en una farmacia, pero ahora hay en todos lados; y del vino, que
indudablemente en la Argentina ha mejorado mucho, ¡prefiero no hablar!
¾Usted
creó el Centro de Arte Contemporáneo en el Chateau Carreras, de Córdoba. ¿Qué
lo impulsa a abrir las manos en tiempos de puños cerrados e individualismo?
¾Ya
sabe usted que estando yo aquí, y tradición judeo-cristiana de por medio,
siempre me sentí en falta. Y una forma de expiación fue haber querido inventar
aquel centro de arte, aunque mi
intención era bien otra, en relación a cómo han transformado ahora ese
lugar. Mire... yo creo que fue la única
vez que perdí con resignación y rabia al mismo tiempo, porque estoy convencido
de que mi idea era buena.
¾Usted
es un dador: también donó trescientas treinta y una de sus obras al Museo de Arte
Moderno de Buenos Aires, en 2001.
¾Sí,
porque me lo sugirió la directora, que es una vieja amiga, y digamos que
naturalmente yo soy lo opuesto de un tacaño.
¾¿Será
que en algún aspecto, y para bien, no creció y conserva al niño...
a
aquel que veía esconderse el sol, a la par que el paisaje de Córdoba se cubría
de langostas, como dijo alguna vez?
¾Si crecí, no sé..., pero que la memoria del niño está
intacta, se lo aseguro.
Siento hasta el olor a cera de los suelos de aquellos corredores que nos llevaban a la sección “niños” de Gath & Cháves. Aquel olor a eucaliptus
de los ascensores de casa Tow, el sabor del jamón York en el
restaurante del Hotel Bristol, adonde íbamos seguido con mi abuela... y donde había que comer despacito y dejar algo para que el camarero no se llevara el plato vacío. ¡Y los domingos... ! Ah... los domingos eran las medialunas con chocolate espeso de La Oriental y pasar por la panadería Europea a recoger los merengues de crema chantilly...
Siento hasta el olor a cera de los suelos de aquellos corredores que nos llevaban a la sección “niños” de Gath & Cháves. Aquel olor a eucaliptus
de los ascensores de casa Tow, el sabor del jamón York en el
restaurante del Hotel Bristol, adonde íbamos seguido con mi abuela... y donde había que comer despacito y dejar algo para que el camarero no se llevara el plato vacío. ¡Y los domingos... ! Ah... los domingos eran las medialunas con chocolate espeso de La Oriental y pasar por la panadería Europea a recoger los merengues de crema chantilly...
¾Claro, en la calle Nueve de Julio, de Córdoba.... Era un
rito.
¾¡Sí! Y más tarde íbamos directo a la Cancha de Belgrano,
donde a veces perdíamos y a veces ganábamos. Y después llegó Perón, a quien por
diferentes razones nunca pude comprender; y llegaron mis viajes, y la aventura.
Y descubrí que mi vida había transcurrido sin tropiezos. Y que para otros, para
los más, la cosa era más difícil; y que yo no podía hacer a full en
Córdoba aquello que quería. Y entonces... entonces me vine sin venirme, y me
quedo sin quedarme.
¾Antonio, ¿dónde está y qué es eso que llaman “patria”? ¿Es la Córdoba de su nacimiento, con ese calidoscopio de imágenes que lo revelan y explican? ¿Se trata, acaso, de sus maestros: José Gutiérrez Solana o los alemanes Otto Dix y George Grosz...?
¾ La patria, la patria...
¿Qué es? ¿Dónde está ? ¿Es donde uno nació, donde las raíces están bien
establecidas, donde la infancia transcurrió sin demasiados apremios? ¿Es el
lugar donde pude hacer y vivir de mi pasión, la pintura...?
¾¿...Es
decir que ”patria” podría ser este París de sus últimos cuarenta años y de su
consagración como artista?
¾Vea... yo nunca tuve problemas de desarraigo, pero le diría
que estando aquí extraño Córdoba, y en Córdoba extraño París. Es como estar
sentado en dos sillas, aunque para pasar de una a otra es necesario un vuelo de
Air France que dura trece horas.
¾En 1983 me dijo que
algún día viviría en Ibiza, o en Cartagena, o en Nueva York, o en Puerto Rico,
o en Jamaica o en Colonia (Uruguay). Ahora parece que está llegando ese día:
¿qué lugar lo cobijará al fin?
¾Cuando me lo preguntó entonces, seguramente yo no tenía muy
madura la respuesta, y hoy por hoy excluiría las ciudades que le dije en aquel
momento. Para cerrar el círculo, me inclinaría por Córdoba. Pero no me apure,
voy a decidirlo cuando sea grande.
Cristina Castello, en «Cuadernos Hispanoamericanos» - Madrid. Año
2004
Antonio Seguí (Córdoba, Argentina, 1934) vive en París desde 1963 y es uno de los artistas plásticos más internacionales de su país. En 1958 viajó a México ¾donde conoció a David Alfaro Siqueiros¾, en el intento de encontrar una pintura que le permitiera desentrañar la esencia de América Latina. Se desilusionó. Vio en los seguidores de los muralistas una imagen “remanida, académica y casi comercial”. En 1963 expuso en la Bienal de Pintura Joven de París, y desde entonces se sucedieron premios y honores. Entre tantos, representó a la Argentina en la Bienal de Venecia; ganó el Primer Premio en el Museo de Lodz (1967), la Medalla de Honor en la VIII Bienal de Grabado de Cracovia (1986) y el Gran Premio Fondo Nacional de las Artes (Buenos Aires, 1990).
Aunque vivía en París, no pocas veces lo amenazó de muerte la dictadura militar que tomó el poder en Argentina en el período 1976-1983; y en 1982 una ráfaga de ametralladora le abrió la cabeza, en su propia casa. Era el estilo de aquellos militares, con quienes no renuncian a la libertad, a la paz, ni a la democracia y cometen el “pecado” de la inteligencia.