domingo, 31 de diciembre de 2017

Oprah Winfrey. de Cenicienta a reina de la televisión, por Cristina Castello


         Ganó 1.000 millones de dólares consecutivamente los últimos tres años, y su fortuna es de 2.5 billones.

 ¿Nada más? Periodista, actriz, escritora, empresaria y editora, es la persona de raza negra más influyente de su generación.
Pacifista, fanática de Barack Obama, aseguró que el entonces candidato dará «fuerza, convicción, honor y compasión»; y
en la pantalla, con su «The Oprah Winfrey Show», apuntaló al demócrata con inteligencia y pasión. Treinta millones de espectadores de 112 países la siguen con devoción, y bajo su lema, «Si yo puedo, todos pueden», se reflejan en ese espejo donde aprenden a soñar.
          
Oprah nació Cenicienta y sus piececitos recorrieron la infancia, descalzos y ateridos; tanta era la pobreza, que la pequeña hacía sus vestidos con bolsas de patatas.  Aun así, a los tres años la llamaban La predicadora, pues recitaba los salmos en la Iglesia: ya asomaban su carisma e inteligencia. Hasta los seis vivió con su abuela, quien criaba cerdos en una granja de Mississippi. Después, Vernita Lee —su madre—, la llevó a Milwaukee, donde la miseria y las vejaciones tomaron cuerpo y alma de niña con un furor sin piedad.

Desde los nueve a los trece años, los familiares la abusaron sexualmente; a los 14 quedó embarazada y tuvo a su hijo que—nacido prematuro— murió poco después.  Aunque Oprah no sabía —ni sabrá— quién era el padre del bebé, escondió su gravidez mientras pudo. Defensora de la vida, no quiso que la obligaran a abortar. Parientes temibles los suyos, vendieron a la revista «National Enquierer» la historia perversa que ellos mismos habían provocado; y la muchacha debió salirles al paso para contar toda la verdad en «O, The Oprah Magazine», donde también narró su entonces huida hacia las drogas. Para olvidar.

         Valerosa, eligió el amor al prójimo en lugar del rencor. Frente a las cámaras se muestra franca y sencilla, llora, ríe y se conmueve; parece una persona del común, con quien la mayoría encuentra identidades. Como el poeta René Daumal —aun sin saberlo— convierte sus palabras en un llamado y un clamor: «La tentativa que te propongo hacer conmigo, puede resumirse en dos palabras / Permanecer despiertos».
         Oprah es la imagen de la Self made woman, que tanto aman sus coterráneos.  Defiende los derechos de niños, mujeres, homosexuales, desheredados por la vida y, por cierto, los de las personas de raza negra. Ella se abre a su público, y consigue que sus entrevistados cuenten lo que siempre callaron; fue en ese talk-show, y en 2000, que George W. Bush confesó por primera vez su pasado de alcoholismo.

         La Reina no es de izquierdas, por cierto, pero abomina de la violencia. Contraria a la ocupación de Irak cuando planteó: «¿Es la guerra la única respuesta?», la acusaron de «antiamericana», y le enviaron innumerables correos cargados de odio. Pero su convicción pudo más y otra vez exhortó a todos a desconfiar de la política exterior: «¿Qué piensa el mundo de nosotros?» — preguntó—, y la voz potente de Michael Moore la acompañó; él valora también que Oprah se preocupe por el desamparo de los estadounidenses en materia de salud, como el cineasta lo mostró en su filme «Sicko».
Oprah es filántropa. 
Entre otras menudencias, donó 300 millones de dólares para los más pobres; cuando en 2006 su programa cumplió veinte años, pagó las vacaciones en Hawai de sus mil empleados, familias incluidas; financió las carreras universitarias de jóvenes negros, y —cada vez más— está allí donde el dolor la reclama.
         
              Culta y anhelante de infancias felices, invirtió 40 millones de dólares en dos escuelas para niños en Sudáfrica, gesto que Nelson Mandela elogió. Pero hay más: tiene una fundación para ayudar a mujeres y chiquillos; y su propuesta del ‘91de crear un registro de abusadores de niños se plasmó en la Oprah-Bill (ley). Fue en el ‘93, con Clinton en el Poder. La otrora Cenicienta también escribe la historia. Y será Historia.

El vendaval Oprah

         No le importa afectar intereses. «Nunca más comeré una hamburguesa», dijo en plena crisis de las vacas locas. Y de pronto, la industria cárnica perdió 12 millones de dólares. «Life» la consideró la mujer más influyente de su generación y «Time», una de las cuatro personas que dieron forma al siglo XX y a los comienzos del XXI.

         También la Academia Nacional de Artes y Ciencias le entregó la medalla de oro, por su aporte a la lectura y a los escritores. Sí. Todo libro que Oprah recomienda, significa una venta de un millón de ejemplares. Cuando aconsejó leer «El amor en los tiempos del cólera», de Gabriel García Márquez, que desde hacía veinte años dormía en los archivos, hubo que imprimir un millón de copias.

         Voluntariosa: fue bulímica, se curó, y cuando engordó, adelgazó 35 kilos a fuerza de dieta y gimnasia. También enseñó a las mujeres cómo vestirse, perfumarse, maquillarse y agradar. Live your best («Vive lo mejor de ti»), convoca desde su portal. Mientras tanto, las crueldades de su madre continúan: en julio provocó un escándalo en la elegante tienda «Valentina» por una deuda de 156.000 dólares que se negaba a pagar.  ¡Qué familia!
Y su padre amadísimo... ¿qué dirá? Vernon Winfrey está escribiendo «Things Unspoken» («Cosas no dichas»), sobre su hija, sin habérselo consultado. ¡Caramba! Desde su embarazo, la entonces Cenicienta había vivido en Nashville con el papá. Fue él quien le enseñó la disciplina y los valores, y la acostumbró a leer un libro y escribir un resumen por semana. Y ahora... ¿qué?

         Graduada en Comunicación y Arte en la Universidad, a los 17 había empezado a trabajar en la radio, hasta que en el ‘78 la tevé la descubrió. De allí al talk-show, que continúa hoy — en México se ve por «American Network»—, no hubo más que un soplo. «The Oprah Winfrey Show» cautivó también al público de Arabia Saudí, donde —curiosamente, por la diferencia de culturas— se dice que ella da energía y esperanza: la siguen multitudes.

         El vendaval Oprah continúa su derrotero; compró el canal de televisión «Discovery Networks», que ahora se llamará «OWN» (The Oprah Winfrey Network). Libre como el horizonte, en agosto estrenó un novio: Tyler Perry, actor, escritor y productor. Dejó atrás un pasado de largos años en pareja con Stedman Graham, comentarista, escritor y empresario: fue con éste que eligió tres de sus tres perritos, blanquísimos todos ellos. Después, cuando murió el cuarto y más viejo —una cocker spaniel—, le dedicó un programa, y sus 30 millones de telespectadores lloraron por Sophie. Así se llamaba, como el personaje que interpretó en «El color púrpura», su primera actuación en el cine, donde hizo el papel de una esclava.
         
Ahora se prepara para dar su voz a un personaje de «La princesa y la rana», de Walt Disney. Oprah será Su Alteza, madre de la princesa Tiana. De esclava a reina, en el cine. Como una metáfora de su vida. Como un canto a la alegría. Y a la fraternidad.

Cristina Castello, en revista "Open" de México. Julio de 2008