domingo, 30 de diciembre de 2018

Oscar Martínez, la experiencia fundante del abrazo, por Cristina Castello


Esta nota mía se publicó el 23/06/1996. Necesario decirlo, pues –si no- todo queda fuera de época. Sobre todo el amor, que, desde hace unos 12 años, para Oscar es Marina Borensztein. Su voz no sabe de artificios. A pesar de que detesta hablar de sus cosas personales, en esta entrevista contó -o descubrió en la charla- la raíz de uno de sus misterios.




Ahora un viaje...hacia 1996...

         
Nota de tapa de "Viva", con su hija menor, Manuela,
quien hoy tiene 23 años
Oscar -apariencia eterna de hombre contenido- no es un hombre  contenido, durante nuestra charla.  Entre café  y café -y apoyándose en algún pucho- consigue cancelar su vieja  costumbre  de callar su vida. Pero le cuesta. Entonces  insinúa algo, lo guarda para después y después cuenta, porque  se siente confiado.
         Me  mira a los ojos, constante,  pero hay momentos en que  su mirada mira más hondo. Es cuando dice esas verdades suyas que calló siempre o cuando descubre alguna nueva. Y en ambos casos tienen que ver con dolores -son las razones que explican su vida-  que lo muestran tan humano como todos los verdaderamente  humanos. Tan humano como para hacerse cargo de su propia vida...cuando andamos por nuestro cuarto café o cuando ya ni falta le hace el amparo del pucho. Y siempre habla sereno porque  tiene serenidad, pero algo lo enciende. Muy fuerte.

- ¿Te estás atreviendo a la pasión?
- Sí, porque dejé de estar loco. ¿Y sabés cuándo?: cuando entendí que por haber sido excesivamente racional me había construido  una jaula, en la que quedé  preso.
- ¿Tu mujer te desestructuró?
- Sí (gozoso) Mercedes (Morán) cubrió mis abusos de  responsabilidad y de ¡tanta autoexigencia! que heredé   de mi viejo. Por eso, ahora soy menos obsesivo y menos rígido para juzgarme y para juzgar a los demás.
- ¿Entonces tu aspecto contenido es una máscara?
- No, (con fuerza) es la evidencia de mi desborde interior.
- Pero no se nota...
 - Tal vez no, porque pongo todo el desborde en los personajes que hago como actor. Por suerte. Porque muchos escritores y artistas han dicho que -de no ser por la vocación- serían asesinos o estarían en un loquero. Y yo creo (convencido) que a mí me pasaría lo mismo. En cambio,  estoy en un momento que se parece a un estado de gracia (humilde)...soy feliz, ¿sabés?
- ¿Y lo valorás tanto porque antes sufriste mucho?
- Sí,  pero...(desdramatiza) ¿quién no sufrió?
- ¿Generalizás, para negar algún dolor?
- No...es que no tengo memoria histórica y además,  hay recuerdos -como los de la infancia- que son nada más que coágulos...
- Raro que llames "coágulos" -suena a sangre- a tus recuerdos…
- (Sorprendido) Es verdad... pero más raro es que nunca me haya dado cuenta de eso, a pesar de mis seis años de psicoanálisis. Pero...(sonríe) también podría decir que aquellos recuerdos son como fotos coloreadas por acuarelas, pero  desdibujadas alrededor y en el centro...
-  A tus acuarelas, pues… ¿y si las  removemos?
- (Hace un silencio largo) Bueno... para mí era  luminoso ir a la quinta de Colombo -en mi barrio- donde había choclos y zapallos, potrero para jugar y (con placer) aquel humito que me salía por la nariz, gracias a la escarcha de  las mañanas. Aquello era un paraíso, semejante al de los jardines con magnolias de mi escuela, pero no sé ubicar aquella etapa cronológicamente.
- ¿Por qué?
 - No sé, pero lo único que puedo poner en un tiempo determinado, es  el nacimiento de mi hermana: porque fue   justo a mis cinco años. Pero, mirá... lo veo  como si fuera una foto viva que se incendia enseguida y después...  después no recuerdo  más.
 Foto Ariel Grinberg- Clarín
- Tu desmemoria oculta alguna grieta. Por ejemplo: ¿padeciste bolsillos vacíos  y  zapatos rotos?
- Sí, me pasó en los años '70, '71 y '72, cuando recién empezaba  a ser actor en forma profesional: tenía trabajo por épocas y después andaba galgueando. Pero en aquellas etapas -nunca fueron de más de dos meses- agarraba lo que podía: correteaba mesas de televisión, decoraba platos y los vendía, me empleé en una tejeduría...hacía cualquier cosa, que sirviera para zafar. Ya ves...no fueron sufrimientos.
-  Pero tenés grietas...
- Es verdad,  pero prefiero callar para no producir daños a terceros.
- A ver: el personaje  que más se te metió en la piel, en teatro, fue el del jorobado de "La malasangre". ¿A vos te humillaron, como a él?
- (Me mira, hondamente) Lo que me decís es un concepto muy agudo. Es cierto que es uno de mis  trabajos más sensibles; quizás porque en mí -como en todo actor-  hay algo herido que busca reparación (contesta por nobleza, pero le cuesta).  Pero por favor (delicado) yo entiendo  tu necesidad de profundizar, pero  no quiero estar en vidriera.
- Me lo hacés difícil... ¿No me dejás asomarme otro poquito a vos?
- (Cálido) Está bien, pero recordá que no me gusta desnudarme en público (se ríe).
 - De acuerdo, ¿Te sentiste querido por tus padres?
- Sí, (con mucho amor) mi padre -de mucha inventiva, muy inteligente y melancólico- fue muy  cariñoso: siempre nos daba un beso en la cama. Y mi mamá... pobre, no era tan cariñosa pero es cómica, alegre y lúdica.
-  Sin embargo, siento que no te alcanzó lo que te dieron....
- (Piensa mucho) Mirá... yo recuerdo haber necesitado mayor calidad de afecto, del que recibía; porque había algo de la realidad  familiar, macrofamiliar y social que me resultaba hostil. Es que -como escribí alguna vez- no me educaron  para la felicidad, ni para el placer... ni para el amor.
-  ¿Y vos eras un sediento de amor?
-  Sí,  de chico -y por mucho tiempo más- yo sentía un agujero de amor, imposible de llenar por nadie.
Conmigo, en mi programa "Sin Máscara", años después

- ¿Ahí estuvo la grieta?
- (Se mete dentro de sí, quiere ser sincero) A ver... ahora que lo pienso la primera grieta que sufrí, fue a los dos meses de nacer: de bebé. Todos los médicos dijeron que moriría, por algo pulmonar. Me desahuciaron. Pero parece que apareció un doctor...sí... ¡se llamaba Abdala! y él dio un remedio muy simple. Dijo que me hicieran dormir en los brazos, casi  desnudito -era verano-  en el patio. ¿Te das cuenta? (se apasiona) ...¡el médico ordenó que me tuvieran en brazos!. Entonces  se generó una cadena de solidaridad de padres, tíos y abuelos...¡para hacer turnos y abrazarme! Bueno...con los años mis padres me lo contaron. ¿Y sabés? Curiosamente, me curé.
Oscar, elegido académico de número por la Academia de Letras en 2017

- Te salvó el amor...
- Me curó el amor. Pero aquella experiencia -de bebé- debe haber signado mi vida: creo que fue fundante.
- Te negás a recordar para no volver a sufrir...
- Es probable, pero no lo hago conscientemente. Pero recuerdo cosas: como que yo era   un chico con una doble vida. Muy observador, con  mucha imaginación y un mundo interior intenso, pero no tenía dónde poner todo aquello,   ni cómo encausarlo y entonces  me sentía insatisfecho. Y por otro lado, era muy alegre, simpático, jodón y muy buen imitador: (divertido)  así seducía.
- ¿Y ahora quién sos?
- Ahora hice la síntesis y todo me regocija: mi mundo interior, la experiencia dichosa  del amor recíproco con mi mujer y mis hijas, mi trabajo   y  la poesía que leí y que no pocas veces me ilumina:  ¡estoy en el colmo de la abundancia!. Y también me vuelvo loco (con sensualidad) con   un plato de  tallarines y un buen tinto, con  la risa como vocación contínua...y cuando juega  Independiente.  Pero sobre todo, (con dulzura) siento que el aplauso  y el saludo cariñoso de la gente en la calle, son una metáfora de los brazos que me tuvieron en el patio de la casa de Devoto....
- ¿Ahuyentan tus miedos?
- (Silencio enorme) Sí... el miedo al desamor, porque mi identidad como actor depende del cariño de los demás; y si no soy querido y aprobado, el riesgo es desintegrarme  como persona.
- ¿Así te sentiste cuando se terminó tu primer noviazgo?
- No sé... aquella fue una historia muy tumultuosa, que duró desde mis dieciseis hasta mis dieciocho.
   2016, mejor actor en el Festival de Venecia
- ¿Y de más chico habías tenido amores?
- Sí...(con ternura) y el primero fue a mis diez años: me enloquecía  una chica de quince, cuya imagen me daba un placer, inmenso y nuevo. Pero ella jamás se enteró y fue un amor platónico porque -como muchos de mi generación- yo tenía separado el sexo, del amor. Mirá,   (le da pudor)  a los quince empecé una relación netamente sexual  - que fue la primera y duró dos años- con una chica mucho mayor que yo; pero  recién junté amor y sexo con la novia de la relación tumultuosa: estaba muy enamorado y  ya  teníamos fecha para el Registro Civil. Pero...ella desapareció un día antes de la boda y  bueno, (quita importancia y se ríe) gracias a Dios... porque si no, no sé cómo hubiera sido mi vida.
- Lo decís hoy, pero te habrás sentido morir, ¡te abandonó!
- Y sí... y sólo  me dejó una notita donde decía que se iba a Esquel. Entonces yo salí corriendo con lo puesto -un saquito de hilo y una remerita- y me tomé un avión a Bariloche:  fue mi primer vuelo. Y camino al aeropuerto (impresionado aún) vi un sapo aplastado y me dije que era mala suerte... ¡pero igual seguí!
- Todavía no habías construído tu propia jaula: te atrevías...
- ¡Claro!... si estaba desesperado: sólo quería recuperarla. Y llegué un día y medio antes  del que supuestamente llegaría el tren, (muy apasionado) en el que supuestamente viajaba ella. Entonces en Bariloche me subí a otro tren y viajé cuatro horas, para ir al encuentro de "su" tren. Y me bajé  en una estación llena de frío donde también esperé muchas horas. Hasta que "su" tren llegó.
- Y  pensaste que se acababa la ausencia...
- ¡Sí! Y me subí al primer vagón y después  fui recorriendo uno por uno -en dirección contraria a la que iba el tren-  en medio de gente que viajaba con gallinas  y con otros animales. ¡Andaba como loco y destapaba  a los que viajaban  dormidos, con la esperanza de encontrarla! Pero ella no estaba. Bueno...(sonríe) esa fue mi primera gran frustración amorosa.
- Cuánta desolación: solo, dentro de  tu saquito de hilo…
- ¡Ni te imaginás! Pero  lo primero fue el enojo con mi madre, porque aquella novia me dejó después de una charla con ella....
 En "La misma sangre", filme estrenado en febrero 2019

- ¿Qué le había dicho tu mamá?
- No sé, nunca me lo dijo.
- Pero es horroroso: torció tu destino, ¿sentiste rencor?
- No, porque entendí que aunque a mí cualquiera me hubiera  dicho cualquier cosa, yo no la hubiera dejado....así que no fue culpa de mi madre.  Pero además, algo en mí sabía que yo había corrido detrás de algo irreal.
-  Igual, ¿o el dolor de amor no es salvaje?
- ¡Claro que sí! (Como si después de muchos años, reviviera aquel momento) Y por eso el tiempo cronológico de aquel viaje -que fue largo- no habla de la intensidad de lo que fue para mí.
- ¿Ahí sentiste humillación, como el "jorobado"?
- (Muy sobrio pero tenso) No me gusta esa palabra. Fue dolor:  pero tanto y tan de golpe -esa ida y vuelta mía fue como una película de terror- que cuando volví había superado todo y sólo me quedaba una llaga: fue como si me hubiera caído una ficha.
- Fue vida, pasión y muerte, todo en un mismo tren...
- Sí, crecí diez años de golpe:  ahí terminó violentamente mi adolescencia. Fue un punto de inflexión; fue una "metáfora baldía -como escribió Borges- que convoca un lapso que muere y otro que surge". Entonces empecé a estudiar teatro en serio  y sublimé toda la pasión en un deseo organizado: la vocación.
- Quedaste tan asustado, que esperaste casi veinte años- hasta que llegó tu mujer actual-  para subirte a otro tren...
- (Con interés) Nunca lo pensé así, pero puede ser, puede ser...
a lo mejo hice algo parecido a lo que el gran terapeuta Norberto Levy llama "conclusiones equivocadas". Son las que uno puede sacar después de alguna experiencia fuerte y que lo llevan a gobernar la propia conducta, cometiendo errores.
- ¿Por eso te casaste por primera vez, sin pasión?
- Recuerdo muy poco de mis sentimientos de entonces.
- ¿Otra vez los coágulos de la infancia?
- No, es que... no tengo ganas de hablar de eso, pero (lucha entre ser sincero y callar)  ahora sé que mi relación con Cristina (Lastra, su primera esposa) estuvo signada por mi "conclusión equivocada".
- Me estás dando la razón...
- Bueno... quiero decir que en  aquel momento creí que uno podía tener una relación en base a cosas como cariño, compañerismo, mandatos sociales, matrimonio y nada más.
-Y sin una  pasión que te causara  el dolor de la chica que se fue a Esquel…
- (Impresionado e intenso, pero sereno) Sí, sí estás en lo cierto: le tuve miedo a la pasión porque la identifiqué con la pérdida de la razón, con el abandono y con el fracaso. Es verdad... (se lo repite a sí mismo) a partir de ahí, escindí de mi vida la pasión amorosa. Pero...¡qué raro!... Recién ahora, con esta charla, comprendo que fue por la marca que me dejó la desaparición de la chica del tren. ¡Lástima! Lástima que no tuve una buena asistencia terapéutica o alguien que me hiciera ver las cosas, como las veo en este momento...
- ¿En los dieciocho años que duró tu relación con Cristina, alguna otra mujer te  despertó?
- Mirá... yo fui fiel mientras pude. Y tuve pasiones -amor- pero las aborté, porque sentí que me desguarnecían... y entonces no me jugué como hubiera querido: poniendo el cuerpo y entregándome totalmente.
 El Premio Platino, en España
- ¿No entendías que te suicidabas, no entregándote al amor?
- Sí, pero yo no podía. Entonces puse toda la pasión en mi  trabajo y la sublimé  en un deseo organizado: la vocación. Como cuando era chico y desoí el mandato familiar y dejé el secundario, para estudiar teatro... (sonríe) esa cosa de excéntricos o de gays, como decían en mi familia o en el barrio. ¿Te das cuenta? De chico, dejé que gobernara el corazón y ya grande -cuando aborté las pasiones-  sólo obedecí al mandato de la cabeza. Y me equivoqué.  Pero sufrí tanto, que me juré que -si volvía a sentir pasión- no dudaría: fue lo que hice cuando me enamoré de mi mujer actual..
- ¿Ella destrabó tu libertad y vos fuiste su cobijo?
- Fue exactamente así: tuvimos un encuentro muy potente.
- Te animaste a subir de nuevo al tren...
- Sí, porque primero oscilé entre la  certeza de que  era un amor inevitable y la idea de que era  una insensatez. Pero enseguida (feliz) pasé por encima de todos los miedos y fui capaz de una entrega total
- Como de chico, cuando elegiste el teatro...
- Sí, como a mis ocho años (se dulcifica) cuando con Hugo Rodríguez, mi primo, armábamos un teatro en la casa de chorizo de mi abuela. (Muy entusiasmado) A un cotín viejo le poníamos argollas, con él hacíamos un telón y en servilletas de pizzería escribíamos el programa de las funciones que dábamos a nuestros otros primos. Aquello era la felicidad total (se ríe)... ¡y sin coágulos!...como este amor, por el cual pasé -también- por encima de todas las culpas.
- ¿Fue difícil enfrentar esto con tu primera esposa?
- Sí, pero yo no me separé de ella por mi esposa de hoy: fue  porque nuestro matrimonio no funcionaba. Además, yo no creo que uno ame y el otro no, porque en una pareja hay complicidades: hay un guión que necesita de ambos, para ser escrito. 
- Pero las circunstancias para construír tu nueva pareja no fueron fáciles, ¿no?
- No, y si no hubiera sido porque el amor era enorme, no hubiéramos podido. Mercedes tenía una relación con alquien -aunque no convivía- y  venía de dos experiencias matrimoniales frustradas;   yo venía de una y los dos teníamos hijas. No fue fácil pero tampoco una tarea pesada, porque el amor da alegría y energía: fue, sí, de poner ladrillo a ladrillo y de mucho cuidado y entrega.
- Tu primera entrega adulta, ¿Te costó?
- La entrega no: fue muy gozosa. Lo bravo fue la presión del primer año y la dificultad de integrar a mis hijas - que al principio me juzgaron y a quienes yo extrañaba- a mi nueva situación familiar. Fue muy difícil, pero yo tenía claro que lo mejor que podía ofrecerles era un padre feliz y eso me dio fortaleza para seguir, a pesar de mis grandes angustias y de mis depresiones profundas. Pero además, me fui a vivir con Mercedes y con sus dos hijas, a quienes casi no conocía y que -de golpe- tenían que compartir a su mamá. Por suerte, ellas pusieron muy buena voluntad.
- ¿Como esto, todo en tu vida es con esfuerzo?
- Sí, pero en esto valió la pena: mis hijas están integradas a la casa, a Mercedes y a sus hijas.  Y ahora también está Manuela, que ya tiene un año y tres meses...¿vos sabés lo que fue tener una hija a los treinta y nueve de mi mujer y a los cuarenta y cinco míos? Es una manera de renacer: es la encarnación de la dicha.
- ¿Cómo es Manuela?
- (Habla como un hombre que aprendió el amor y del amor) No puedo decir nada que no suene a lugar común: estamos babosos. Yo siento que  ella me está enseñando a mirar el mundo de nuevo y  descubro ese mundo como un espectáculo mágico y deslumbrante.
- ¿Sabés que -con tu historia- estás demostrando a quienes no creen en el amor, que el amor es posible?
- Sí, lo es y es un aprendizaje. Nosotros, después de nueve años de estar juntos aprendimos incluso a pelearnos. Para no causar resentimientos sin retorno, en un momento de ceguera: cuidando de no averiar el bote, porque ambos vamos en él. Y gracias a eso podemos disfrutar de la sensualidad de la vida: desde despertar juntos hasta poder brindar a mi mujer   -como ofrenda- lo que cocino cuando vamos a nuestra casa de Pilar.
- Es curioso: mientras más descorrés tus velos, menos te parecés a esa imagen de rata de biblioteca o de intelectual alejado de la vida, que algunos tienen de vos...
- Si alguien piensa eso es muy poco perspicaz (se ríe). Además, yo produzco ideas pero no soy un intelectual y todos mis personajes están hechos con la carne y con la sangre; y ahora también soy así en la vida... (con alegría) porque crecí.
- ¿O recuperaste esa inocencia que permite amar de veras?
-   Es verdad... y hay algo que perdura en mí a través del tiempo: desde aquel bebé que era acunado en brazos en el patio de su casa, a este que soy ahora.
- ¿Qué es?
- Que ahora sé que la inteligencia consiste en dejarse llevar por el corazón.

Cristina Castello
En Revista "Viva", de Clarín,  23/06/1996
 

Con Marina, para siempre