viernes, 6 de abril de 2018

Cristina Castello: el soplo del rayo, por Claude Darras

Cristina Castello, el soplo del rayo
Par Claude Darras


         No hace falta recordar el lugar que ocupan Paul Éluard, Jorge Luis Borges, Robert Desnos, Pablo Neruda, Victor Hugo y Miguel Hernández en su biblioteca intelectual. Poesía magnánima, sensual, desgarradora, Cristina Castello canta y clama, incansable, la verdad de la existencia, mezclando todos los perfumes, todos los gritos, todos los sueños, todas las caricias, todas las visiones, los de la mujer celebrada y los de la ceniza aborrecida.
         Periodista y pedagoga argentina, abre el tiempo de una epopeya nueva, nada menos; una epopeya del verbo en que lo auténtico del testimonio se armoniza con lo sensual de la expresión. Apenas leídos un versículo, una estrofa, un párrafo, exigen que se aprenda más de esta mujer que, en Francia desde el año 2001, comparte hoy la vida con el poeta André Chenet.
         Un vistazo retrospectivo sobre su experiencia profesional y poética  confirma la exigencia que puso en palabras, con el imperativo -como Antonin Artaud- de que no estuviesen desvinculadas de la vida. El resultado es una escritura del compromiso total, ético y político, de la palabra dada como acto de insumisión frente a todas las concesiones. Sus amigos, escritores que comparten con ella la misma palabra (Bernard Noël y Jean-Pierre Faye), expresaron su júbilo al escuchar y volver a escuchar a la«mensajera de las sílabas negras», según la definición de Antonio Gamoneda al escribir el prefacio de una de sus obras.
         Las voces mezcladas, coros que susurran o coros polifónicos, el desenfreno de la frase, los ritmos locos de la narración, la inventiva del recitativo, restituidos con brillo del castellano al francés por Pedro Vianna, todos estos componentes atestiguan que la poesía siempre será una cuestión de soplo, sabiendo que aquí se trata del soplo del rayo.

Torbellino

[...]
La palabra puede ser una cruz o una flor
Acaso un cerrojo abierto hacia la libertad
Un abecedario de alas, un violín de Chagall.

O quizás un cóndor genuflexo, un edén mendigo,
Unas sábanas fósiles en su destino de espera
Sin el perfume a placer del amor fecundado...
...
Tinieblas

Están agotados. Como las páginas
De los libros que se clausuran
Sin Ser jamás otra edición, la vida
Los desaparecidos de Argentina
Tulipanes sin tumbas, derruidos
Fantasmas sin huesos, grito mudo
Lágrimas que surcan mis venas...

(Extractos de «Ares», Buenos Aires, 12/II/2007 y/19/III/2007en «Orage/Tempestad», de Cristina Castello).

Nada más difícil que hablar de poesía, esbozar aunque sólo fuera una nota crítica que dé cuenta de un poemario o de una antología. ¿Habré de repetir la advertencia de Louis Aragon cuando apunta que «hay que estar loco para escribir sobre la poesía»  «La poesía se escribe, no se explica»  plantea Aragon, en 1968, en su prefacio a un texto suyo titulado Y «Quien habla de poesía está loco porque la poesía empieza allí donde se pasa a lo incomunicable». No, de veras, no reiteraré el desafío de Aragón. Prefiero refugiarme en el reto de Jean Cocteau que incita a «hacer comunicable lo incomunicable» de la escritura poética. Con esta perspectiva atrevida, escogí, en el tablero de mis lecturas, a cuatro de nuestros contemporáneos. [Acá, Cristina Castello], para quienes la poesía es un prisma que desde el fulgor deslucido de los periódicos, hace brotar los siete colores, fuente de matices infinitos y de múltiples escrituras.

Traducción del francés: Denise Peyroche