miércoles, 12 de marzo de 2008

Gonzalo Vivián: «En la axila de una mariposa», por Cristina Castello

  En «Tangocho»* el abrazo de las parejas que danzan es una forma de sofocar el espanto de una humanidad devenida atroz. Gonzalo Vivián tiene un arco iris en su esencia. Solísimo —destino de profeta— y poblado de colores, pinta la negritud del mundo sin abjurar de la ternura. Su obra no es denuncia sino testimonio. No es mera gestualidad ni panfleto. No es esperanza. Es generosidad. Su pluma pictórica arrulla un cosmos distante de la prosa. El de un poeta en cuyo universo abriga la resonancia altruista del «nosotros», sin que por ello la forma desvanezca su luz.


En vigilia, vigilantes, desesperados, lúcidos, ojos con preguntas y otros con respuestas. Ojos de Gonzalo como los de un Cristo que demanda a Dios, en alguno de sus autorretratos. Ojos-cavernas que aúllan silentes el desamparo de los justos del planeta. Ojos en obras que se hermanan con «El grito», de Edward Munch. Ojos de un tiempo detenido y en busca del Absoluto en pinturas de la «Serie de la  Ausencia», que acercan a Vivián a «mi» amadísimo Eugène Carrière. Desde el hecho figurativo hasta la abstracción, nuestro artista es libre de todo «ismo» y no es ajeno a ninguno: «Che bandoneón», óleo lumínico, lo testimonia a través de los varios estilos que conviven en él, armoniosamente. Y ahí el tango, que en este caso y en la pareja danzante, es un juego y la promesa de un pasado que insinúa avanzar hacia un futuro, humano?
                             
 El «Tango Vivián», un pas de deux. Ese momento dramático y lírico,  de amor y muerte y de la muerte de amor. En sus obras, seres de cuerpos rudos se rozan deliciosamente en el dos por cuatro. Azules y amarillos se abrazan en un compás. Las parejas se entremezclan, se enlazan, danzan en la pista o entre el cielo y la tierra: en el «Azul Vivián». 



Y la soledad, y el horror, y siempre los ojos. Sí. Pero el tango aparece como una caricia entre seres que son un bandoneón, un piano o un violín. «Violín Vivian». Alma de violín. Tal vez porque según Kandinsky, el artista es como un violín en manos de experto: el menor toque de arco lo hace vibrar.  Y así, aun entre los grises cuando hay grises en esos cuadros, la vida se abre como un mosaico y muestra todos los rasgos donde la esencia del hombre se condensa.
Las «Mujeres Vivián», pintadas, dibujadas o apenas sugeridas y casi siempre solitarias, son el faro del misterio. Ellas vieron nacer la serie «Los caminantes», personajes que cinco años después fueron (y son) personas: los piqueteros. «Poeta Vivián» profetiza desde sus obras sin proponérselo y testimonia la deshonra que padece el hombre. Pero hay un secreto: de noche duerme en la axila de una mariposa e inunda de arco iris sus alforjas para dibujar en el mundo su sueño mejor. La fraternidad.

 *«Tangocho» es el último libro de Gonzalo Vivián
Cristina Castello, 28 de septiembre de 2007