Foto: Ramón Puga Lareo |
Alegría. Como la de un avión
que vuelve, con los seres que amamos. Como la de uno que parte, cargado de
sueños nuestros. Como la de dos tazas de café por las mañanas, cuando el amor
no se agostó en la noche ni en el tiempo. Como la de los amigos que, como el
oso, se extienden la patita. Como la del deleite de la ternura. Como la de ser
fraternos. Y dignos. Y buenos.
Alegría, como la de una hoja de papel, incitación a la poesía; como la de un pincel, que apremia a trabajar el lienzo; como la de las teclas del piano, en las yemas de Horowitz, de Martha Argerich, de Cristian Zimermann, de V. Richter, de Aldo Ciccolini. Como la de Place Concorde, cuando las hadas de París nos aletean con el espíritu de la República y del arte.
Alegría, como la de una hoja de papel, incitación a la poesía; como la de un pincel, que apremia a trabajar el lienzo; como la de las teclas del piano, en las yemas de Horowitz, de Martha Argerich, de Cristian Zimermann, de V. Richter, de Aldo Ciccolini. Como la de Place Concorde, cuando las hadas de París nos aletean con el espíritu de la República y del arte.
Y claro que a veces parece que nos tapiaron el cielo, porque también existe
la tristeza. Pero si sentimos con el escritor Enrique Bossero, que su imagen es
la de un tobogán sin niños en medio de una plaza cercada por el viento,
múltiples son -por gracia de Dios- las caras de la alegría. Por ejemplo,
la del vuelo de los pájaros de Jacques Prévert. Pájaros. Pájaros de los
que transportan a los niños, pájaros de las primeras caricias, pájaros de la
maternidad. Alegoría de lo eterno, despiertan con un himno a la vida.
Sus trinos.
La alegría es un relámpago del mundo, un guiño de los ángeles. Es sed de
estar despiertos, gula de luz. Inteligencia para descubrir la vida en cada
sitio donde late; y toda chispa de esperanza como víspera. Es descubrir un
político, aunque sólo sea uno, para quien su imperativo sea el bien común. Es
advertir con cada libro que nos abrasa que en algún lugar del mundo está o
estuvo su autor, con quien compartimos delicias, visiones. Es saberla
sorpresiva: “y súbita, de pronto, porque sí, la alegría.” (Pedro
Salinas) Y es darnos cuenta cuando ella nos habita y darle poder para que sea
la única dictadura del Mundo. La de la sonrisa.
Cristina
Castello
- ¿Cuál es el poder de
la alegría?
- Algo que nos hace
sentir como un dios, por un ratito.
- ¿Cuándo?
- Cuando ayudamos a
alguien a que ejerza su posibilidad creadora. (Sin soberbia) Yo lo hice, por suerte, con muchos dibujantes.
- ¿El goce consiste en
vivir la vida como ética y como estética?
- Sí, como ética cuando
uno permite -por ejemplo- que alguien exprese su arte o cuando somos buenos. Y
como estética, con el regocijo ante ciertas bellezas, como la griega. ¿Qué
quiere? (Se deleita) A mí me gusta lo
clásico porque es el estilo más despojado y armonioso.
- Síntesis de belleza,
¿como el David de Miguel Angel o las obras de Mantegna?
- ¡Sí, y como la Venus
de Milo! (No puede con su genio de humorista) Es la única mujer que no habla
hasta por los codos (ríe de su propia
gracia).
- ¿El humor es un guiño
de la inteligencia?
- Sí y la risa nos
diferencia de los animales, de manera que hay que decir (se divierte): No sea animal
¡Ríase!
- ¿Se imagina un país
loco de alegría?
- ¿Cómo sería?
- Quizás donde nadie
muera -o esté triste- por querer vivir...
- (Pletórico) Sí, como el país que había cuando yo fundé la G.C.U. (Gente como uno) y nos encontrábamos en
los bares, en Mau-Mau, en Harrod’s o la confitería París, en Buenos Aires. Pero
ahora hay una invasión de gente, digamos rara,
¿no?
- ¿Los nuevos ricos?
- ¡Sí, sí! Y cuando uno
viaja, ve a ciertos argentinos de los cuáles dan ganas de huir.
- Los que en París gritan: garçon, garçon.
- ¡¡¡Si!!! (Con ímpetu) A diferencia de la gente
refinada -que es discreta- ellos usan corbatas escandalosamente chillonas y se
ríen a destiempo, con carcajadas estrepitosas. ¡Son unos payasos!
- Pero la carcajada
-como en Garrick- puede ser una máscara de la tristeza.
- Sí, y puede ser
histeria cuando nos reímos porque nos hacen cosquillas.
- Nada sabemos de la
risa de Cristo pero debe de haber sido feliz: fue el amor mismo
- (Hace una introspección profunda) No sé, puede haber sido muy
sereno, sin remordimientos y con paz espiritual, pero no sé si fue feliz.
- Bueno, la paz no es
poca cosa: es alegría en silencio...
- Es verdad: la risa más
sutil está en la mirada que tiene alegría.
- ¿Y qué es la alegría?
- Es una filosofía de
vida, propia de personas inteligentes.
- ¿De dónde nace?
- Es un don para el
hombre y (juguetón) una doña, para la
mujer. Bueno, (tentado) ¡basta de
hacerme preguntas que excitan mi humor!
- ¿Y si fijamos la tibieza del sol en invierno como imagen
del júbilo?
- ¡Excelente idea!
Porque, además, el sol curó mi alergia: es bueno para la salud, fundamental
para la alegría.
- Lo mismo pensó el
poeta Ardengo Soffici, cuando escribió, ya sano, que después de tener su cuerpo
licenciado por la enfermedad no podía creer en la felicidad de vivir.
- Sí, la felicidad es
estar vivo. Pero mire: ser infeliz y no darse cuenta, también debe de ser
lindo, ¿no? (ríe).
- ¿Y usted es feliz?
- El noventa y nueve por
ciento de los días de mi vida fui feliz, salvo cuando tuve desgracias
familiares o de amigos.
- Pedro Salinas compara
la inminencia de la llegada de la dicha, con un árbol, cuando el aire entra por
debajo de sus raíces y ni siquiera mueve sus hojas. Es la felicidad -dice- está
ya cerca”, ¿coincide?
- (Pedestre) ¡No! Esa es la felicidad para quien tiene sentido
poético, pero yo soy feliz con jolgorio) y
no me entra aire por ningún lado.
- ¿Nunca sintió esa
sensación de víspera?
- (Más pedestre) Nunca. ¿Qué quiere? ¡No tengo poesía!
-¿Qué lugar del mundo le
provoca gozo?
- Igual que a mi hija,
me gusta Venecia, ¡Ah! No sabe usted cómo disfruto de esa ciudad, porque es
romántica. (No tan pedestre)
- ¿Y qué me dice de las delicias de la
naturaleza?
- ¡Ah! Las noches
estrelladas en el campo. Y esa sensación de infinito (casi sueña, ¿dónde quedó el hombre de los pies siempre a tierra?)
¡Cuánta hermosura!
- Como la risa de la
primavera y la alegría de la belleza.
- Sí, sí y el goce del
renacer de las mujeres, que en septiembre se ponen más bellas (¿y su pisada tierra? Landrú ya tiene alas).
Y el placer de verles el brillo en los ojos, cuando son amadas.
- Bueno, Dino Campana
escribió a su amor: “Hay en tu cuerpo una
sombra de esa necesidad que vaga serena e ineluctable por el alma y la disuelve
en júbilo”.
- (Alborozado) ¿Ve? Esa es una manifestación de la alegría. ¡Esos sí
que son sentimientos fuertes!
-
Landrú: usted niega la poesía. Y le
gusta Dino Campana, que es un poeta italiano exquisito y...
- (Encontrado en falta, juega) No me diga Landrú.
- ¿Le digo Colombres?
- (Muerto de risa) ¡No! Dígame“Cuchi
Cuchi”.
- Y habla del infinito y de la
primavera.
- (Tozudo y juguetón) Sí, porque en primavera duermo la siesta, y
entonces nazco dos veces en el día: renazco. Es la re-re-re (ríe y ríe, sin sonido, claro).
- Parece un chico.
- (Confidente, habla bajito) Mire, voy a contarle: si hay algo
que me gusta son los trabajos de Walt Disney. Como Sinfonía, con música clásica y con aquellos dibujitos animados tan
lindos. Recuerdo cuando almorcé en el estudio de Disney, donde también se
hacían películas de aventuras. Estábamos en el comedor y por una puerta entraba
María Antonieta, y por otra Guillermo Tell, y Robin Hood, y Tarzán, ¡y todos
ellos!
-
¿Son su imagen de la dicha?
- ¡Sí, sí! Esa es la alegría en estado puro. Y
también (en tono de confesión) ¡los
caramelos colorados! Me desvelan desde que era chico. Los veo y se me van los
ojos; y cuando hay varios al colorado lo dejo para el final, para conservar el
sabor.
- ¿Y qué dejamos para la
“Oda a la alegría” de Schiller?
- Sí, está bien, pero
eso está en música clásica, para escuchar en silencio.
- Pero existe la danza.
- ¡Ah, sí! Yo no puedo
vivir sin bailar. Tanto, que gané concursos de tango y también bailé foxtrox y charleston. Y en Puerto Rico aprendí el cha-cha-chá: (canta) “El
bodeeeguero y el cha-cha-cha”. Y también el merengue, la guaracha;
el guapachá, el guaguancó y la cumbia. Me
fascinan los ritmos tropicales, porque son otro lugar de la alegría.
¿Cuáles son sus lugares
felices en Buenos Aires?
- El Rosedal y Palermo.
Otros no tienen mucha felicidad. Pero, además (reflexivo) los argentinos somos medio necrófilos, ¿no? Mire que
hacer tan buenos restaurantes frente a La Recoleta, ¡justo frente a un
cementerio!. Pero perdone, ¿por qué estoy hablando de un lugar de muertos, si
usted me pregunta sobre la vida?
-Precisamente. Hay
palabras que tienen vida: nido, libertad, amigo, tibieza, calor, confianza.
¿También para usted?
- Yo pienso más en
términos de palabras graciosas y no graciosas. Graciosas me parecen, por
ejemplo, miope y huevo frito (ríe, todavía le
falta lo mejor). Y qué decir de feldespato,
un mineral al que bautizaron sin ninguna justicia; (pícaro) y ni hablar de palabras que parecen poéticas, como carminativo, pero (está travieso) quiere decir: antiflatulento.
Lástima, ¿no?, carminativo sonaba a
amor.
-
Al amor, entonces. Y a la alegría de un desayuno enamorado después de tres, de
diez años.
- ¡Claro! La base de eso
es el romanticismo. Y esa es la única verdad: su consideración del amor como la
única alegría verdadera.
- Pero hay personas
fóbicas al amor y a la felicidad. Rara la condición humana,¿no?
- Muy rara. Porque a
quien huye le importa más ser infeliz, que hacer daño con su abandono a aquel
del cual escapa. (Extrañado) ¿Será
que no le importa la bondad? O quizás, ni siquiera se da cuenta de que el amor
es enemigo del malhumor y hasta se priva de la posibilidad de vuelo que tienen
los enamorados.
- Claro que vuelan.
Oliverio Girondo escribió que tenía que atarse a los barrotes de la cama,
porque -si no- aparecía indefectiblemente sobre el techo del ropero.
- Sí, sí, (divertido) pero eso pasa a los veinte
años y después se convierte en cariño.
- No, si persiste la
magia y si la persona amada es geografía e identidad. El amor se renace.
- ¡Eso! Es como un
pedazo de uno. Yo me casé hace cincuenta y dos años y para las bodas de oro le
dije a mi mujer: ¿querés que festejemos
con un crucero o con un minuto de silencio? (los ojos le ríen).
- ¿Y eligieron el minuto de silencio?
- ¡No! El crucero. ¡Y
allí hicimos el minuto de silencio! (ríe).
- ¡No dirá ahora que el
erotismo es un calvario!
- No, pero es un
refinamiento que bastardeó la televisión. Lo confunde con el ratoneo y así (serio) no tiene alegría.
- Si le digo manos, horizonte, sexo, trino, ¿Le suenan al deleite del amor?
- Bueno, eso de sexo es
para los de veinte. Pero me gustan las otras palabras. Porque con las manos se
crea. Y el trino de los pájaros representa la libertad. Y el horizonte es
amplitud y luminosidad.
- Me recuerda que
Chagall con su pintura, nos abrió los ojos a la luz.
- Sí, pero las pinturas
no me producen alegría: algunas me agobian. Me gusta el placer del artista, que
nació con ese don.
- ¿Los políticos tienen
el don de la alegría?
- ¡No! Y tampoco los
grandes nombres de la historia. ¿O usted cree que los reyes que formaban una
corte de enanos para divertirse, eran felices? ¡No, no! Y los políticos, como
máximo, a veces tienen sentido del humor.
- Deme ejemplos, por
favor
- El político Alfredo
Palacios. Yo lo dibujaba con mulatas y decía que fue el fundador de Villa Cariño. Y sin embargo, el día que
no salía en (la revista) Tía Vicenta,
me llamaba y preguntaba si él había perdido vigencia. Le gustaba que hiciera
chistes con su persona.
-
El humor humaniza y quienes son inteligentes se dan cuenta.
- Sí, saben que los
desacartona. Como el ex-presidente de Argentina, Arturo Frondizi: tanto
escándalo hizo el director del diario El
Mundo porque yo lo había dibujado con la nariz grande y Frondizi estaba
contentísimo.
- ¿Y usted se enoja
alguna vez?
- No, yo nací alegre y
optimista. Soy como ese señor de un chiste mío, cuya mujer le dijo: querido: "Aquel hombre te dijo
estúpido". Y él contestó: "Hace
bien el señor y tiene razón: soy un estúpido”. Y claro, ¿para qué discutir
una verdad?
- ¡Bueno, para defenderse!
- (Convencido) ¡No! Déjeme con mi mundo de caramelos colorados y con
los dibujitos de Disney ¿O alguien tiene el derecho de hacerme perder la
alegría?
Cristina Castello
Revista
Plaza Mayor, 10-02-99