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Cristina Castello, entrevistada en Alemania para el libro
«En écrivant la vie» («Escribiendo la vida») de Rodica Draghincescu [1]
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Cristina Castello, escritora, periodista (más de 3.500 entrevistas con personalidades de la vida política y cultural del mundo entero, animadora de emisiones en la televisión argentina), está comprometida contra las injusticias sociales y políticas de Argentina y, sobre todo, enamorada de la literatura. Propongo pues aquí una especie de presentación general, seguida de un cuestionario que pueda situar sus experiencias, sus caminos, visibles al corazón de la cultura de su pueblo y a las miradas de los que en mucho otros países la admiran y la recomiendan (RD)
RD: Usted tiene siempre en cuenta el conjunto de las aspiraciones y decepciones de todas las historias que vivió. ¿Cuál es su proyecto ideológico?
CC: Aúllan hoy las vísceras del mundo, y yo lo siento en el hueso del alma. Pero todavía, y para siempre, me vibran conceptos del pensador argentino José Ingenieros, a quien leí a mis once años. Por ejemplo, que cuando se pone la proa visionaria hacia una estrella y se tiende hacia tal excelsitud inasible, afanoso de perfección y rebelde a la mediocridad, es que se lleva el resorte misterioso de un ideal. Son palabras que se me adhirieron con persistencia de enredadera y aún palpitan en mí, tanto como el titilar deesa estrella. Así es que no adhiero a ningún «ismo» y abomino de aquellos -la mayoría- sin sustento axiológico, y de carácter puramente instrumental. Nada tengo que ver con las derechas, por cierto, pero reniego de todo lo dogmático que encarcele el alma o la lucidez. Soy una librepensadora, una francotiradora de ideas, sentires y semillas. Yo defiendo valores. Siembro. La bondad, la justicia, la libertad, la igualdad... La belleza, en suma, abarcadora de ética y estética. Dicho en términos no convencionales -pues no lo soy- la mía es una ideología de manos abiertas. Para dar. Lo cual significa andar a corazón abierto y conciencia despierta por los caminos; y también haber expuesto cuerpo y vida -y no es metáfora- por la vida de «mis» demás. ¿Recuerda aquello de John Donne... «cuando muere un hombre sufre mi vida porque yo pertenezco a la humanidad»? De eso se trata.
RD: Sí... usted escribió «aquel olor a cárcel, aquel olor. Aquél». ¿Cómo fue su experiencia?
CC: Por gracia, yo viví de este lado de las rejas -en libertad-, pero estuve amenazada de muerte y «prohibida» como periodista, y -por un mandato interior inexplicable- convertí mi vida en una lucha en paz y sin tregua por los seres humanos encarcelados, torturados y «desaparecidos». Fue durante el genocidio que hubo en Argentina en el período 1976-1983 y cuyos responsables fueron los criminales -dicho así también por la Justicia cuando alguna vez fue Justicia- encabezados por Jorge Rafael Videla, presidente de facto, Eduardo Emilio Massera y Orlando Ramón Agosti; es curioso...todos usaban dos nombres...¿para potenciar la crueldad?. Bien... todos tenemos en la vida una o más zonas de fractura, un momento cúspide. Puede ocurrir a partir de cosas bellas o terribles, pero -en cualquier caso- dividen nuestra vida en un antes y un después. Nunca se sale igual de ellas, sino mejor o peor persona, según el material que haya en cada «adentro». La madrugada del 24 de marzo del ’76, cuando se declaró el golpe asesino y torturador de Estado en mi país, y de pronto aconteció la muerte, empezó una de las dos etapas que convirtieron mis días en un antes y un después. Sólo –y tanto- por un mandato interior o por un destino que gritaba Humanidad, dediqué aquellos años de mi casi adolescencia a la defensa de quienes sufrían. No me importaba «de qué lado» estaban. Sólo me interesaba que sufrían («¿Quiénes son los que sufren? No sé, pero son míos»: Pablo Neruda). Entonces anduve con dolor de abismo, de cárcel en cárcel -con las requisas humillantes que aquello suponía- de unos jerarcas eclesiásticos a otros ; y abomino de todos ellos, tanto como amo a los «curitas» buenos, a los curitas de Jesús, muchos de los cuales están «desaparecidos». Y «desaparecidos» quiere decir N.N., tumbas sin nombre y, en la mayoría de los casos, sin cuerpos en ellas. «Desaparecidos», después de haber sido sacados de sus casas: desde niños hasta ancianos y mujeres con hijos en su vientre, y enfermos... ¡seres humanos! Y tuve ¿personas? de los servicios mal llamados de «inteligencia» toda la noche y tantas noches, en la puerta de mi departamento donde vivía sola, de día en la búsqueda y de noche insomne, escribiendo y escribiendo; y sufrí toda clase de intimidaciones. El tema en sí mismo daría para libros y libros. Jamás entendí ni entenderé nunca la crueldad, pero eso no me paraliza. Me hago más fuerte en el horror, sobre todo cuando se trata del prójimo, y entonces el alma lleva a mi cuerpo. Y sigo. Siempre.
RD: ¿Cómo es que está usted con vida?
CC: Digamos, a manera de síntesis y con el riesgo de simplificación que ello implica, que estoy viva por algún designio del Cielo. Que, por ejemplo, torturaron a una pobrecita madre de un detenido, «desaparecido» sólo porque le encontraron correspondencia extraoficial de su hijo. Y aquella correspondencia la recibía yo y yo se la entregaba por pura humanidad, porque ni siquiera conocía al muchacho. Pero ella, pobrecita mamá de un mártir, ni siquiera en el horror de la tortura me nombró. Ya ve... parece que algún ángel me protege para que yo proteja, y que, sin saberlo, nací con este destino. De poesía y de defensa de la justicia y de la libertad. Y a partir de aquel genocidio toda mi vida está puesta -más aún- para que «nunca más». «Nunca más» es una sentencia paradigmática en Argentina... sería largo explicarlo ahora. Pero, de nuevo con riesgo de simplificar, digo que significa la lucha en paz para que «nunca más» torturas, «nunca más» represión, «nunca más» la maldita muerte. «Nunca más» genocidios, «nunca más» golpes de Estado. «Nunca más» el hombre como error y horror de la Naturaleza. «Nunca más» las plazas vacías de las risas de niños abortados con picana eléctrica por monstruos que -antes- violaban a sus madres. Nunca, nunca... ¡«Nunca más»!
RD: ¿En qué clima político e ideológico se encuentra la cultura de su país?
CC: Es curioso...
por segunda vez dice usted «ideología», y yo siento la expresión como una
caricia. Como usted sabe, mucho antes de Fukuyama se gestaba aquello que él
puso en palabras: el fin de la historia y la muerte de las ideologías.
Argumentos perversos para enarbolar la ideología del «dios Mercado», por
la cual se mata la vida de millones de personas. Con armas y con hambre. Son
ideologías del vacío y la impiedad que empezaron el siglo pasado, también en la
vieja civilización europea, y siguen vigentes, aunque a veces se esconden, por
ejemplo, tras aquello que en la escuela de Frankfurt -Adorno, Horkheimer-
se llamó razón instrumental. Vivimos hoy el
fundamentalismo de la violencia, que se ejerce sobre la mayoría de los seres
humanos. Y Argentina es una de sus grandes víctimas. Dentro de ese marco, hay
políticas alentadoras del gobierno actual en materia de lo que se llama «derechos humanos»; y
me expreso así, porque también la alegría es un derecho humano y no veo que
pueda tenerla quien no tiene qué comer, cómo estudiar o cómo cuidar su salud,
por falta de medios. Son los millones de excluidos de la vida, sobre todo a
partir de 1976 y -en materia económica-, fundamentalmente desde el
¿gobierno? del ex-presidente Carlos Menem; de una ¿persona? que enajenó
Argentina y a los argentinos y que debería estar tras las rejas. Pero,
aun así, la cultura grita «presente» y este país donde nací tiene un nivel
cultural alto. Con varios premios Nobel. Con un movimiento en este sentido que
ojalá tuvieran algunos países llamados del «Primer Mundo». Con personas
ingeniosas, que saben hacer arte, o elementos que salvan vidas, tan sólo con un
alambre, con un hilito o con nada. Pero todo es a costa de los artistas, de los
ingeniosos, de los creativos, de los científicos. De deseo e imaginación. «Si
por casualidad, cuando me acuesto, dejo de atarme a los barrotes de mi cama, a
los quince minutos me despierto, indefectiblemente, sobre el techo de mi
ropero», escribió el poeta argentino Oliverio Girondo. Él volaba, él imaginaba.
Pero ser artista, científico, ingenioso o creativo, y tener una conducta
coherente en este país -más que en otros- es estar condenado al
olvido, en cuanto a calidad de vida y al sustento. Es ser un héroe.
RD: ¿Más que en otros países de América Latina?
CC: Bueno... Argentina no escapa a las consecuencias de un «modelo» unipolar, que no puede existir y que está agotándose. Forma parte -como toda América Latina- de lo que se llama el Tercer Mundo: el de las desigualdades, la injusticia y la violencia de la pobreza. Pero, aun así, es un caso no asimilable a otros países de la América indo-hispánica. Por sus orígenes, tiene una fuerte connotación europea, pero hoy es un espejo desfigurado de aquellas culturas. Y mientras tanto, y aunque parezca contradictorio, hay una cultura abierta. Y poesía, música, danza, pintura y todas las artes burlan los designios del «dios Mercado» y crecen en todos los sectores socioculturales. Entonces, con un suspiro hacia mi adentro, y casi en estado de gracia, siento que la creación es tan fuerte como la vida. Que es la vida misma.
RD: ¿Se trata de una coyuntura cultural propicia para que florezcan las publicaciones literarias?
CC: Las publicaciones literarias florecen, pero todo es a partir de esfuerzos individuales y de grupos pequeños que pagan para publicar y venden casi nada. Son los pocos que ejercen la resistencia como reivindicación de vida y arte y, por eso, no tienen lugar en los llamados medios de difusión masiva. Por otra parte, los suplementos «culturales» de los diarios publican casi nada de poesía; y, cuando lo hacen, es sin investigación ni comprensión estética. Ella es la gran ausente y, sin embargo, su voz aparece -escrita por amanuenses- en los discursos oficiales de los poderosos, para «lucirse» y después condenarla al olvido. En cuanto a las grandes editoriales -actualmente la mayoría pasó a capitales españoles-, son monopolios, y no publican cultura sino objetos de consumo para la idiotización de las personas. Máscaras. Son máscaras de noche y desierto, cuyo objetivo es denigrar a los escritores y a la existencia humana, porque eso y no otra cosa es negar la palabra escrita, cuando tiene luz.
RD: ¿De qué generación de poetas procede? ¿Qué maestros reivindica? ¿Había en los años de sus comienzos en la literatura grupos o escuelas dominantes?
CC: No «pertenecí» a ninguna generación de poetas, pues nunca -hasta ahora- me había integrado a grupo alguno. Soy intimista y mis diálogos fueron casi siempre de a dos; y si bien abomino de las personas misteriosas, porque amo los cristales, acecho el misterio y la belleza. Alguna vez estuve toda una noche en mi entonces jardín de flores todas blancas, en espera ansiosa y paciente del nacimiento de un jazmín. Son mis pequeños e infinitos instantes de deleite. Será tal vez porque gozo y padezco de lo que Louis Aragon llamó la pasión del absoluto. Escribo desde los cuatro años, pero siempre traté de ocultar mi poesía... aunque ella asomaba en la prosa y en la respiración del alma. Ahora cambié un poquito y en «mi» París, que tanto amo, se publicó en octubre de 2004 mi primer poemario (en francés y español): «Soif». Sed. Tengo sed. Y no procedo de ningún poeta, pero procedo de todos. Empecé a escribir quizás porque nací habitada por la poesía, a la que descubrí y disfruté, desde antes de tener memoria, con mi mamá: La «Chiquita» Batmalle, un ser de otro mundo. Poeta, y poblada de amor y poesía, me contagió su hambre de Azul, el ansia de Infinito. Ella fue mi «Gran Maestro», tanto como todos quienes alumbraron y alumbran mi ser. Paul Éluard, Robert Desnos, Paul Celan, Arthur Rimbaud, Federico García Lorca, Miguel Hernández, o los argentinos Roberto Juarroz y Alejandra Pizarnik, luces entre tantas luces, son mi imperativo de ojos siempre abiertos.
RD: ¿Para usted la escritura es un acto revolucionario?
CC: Sí, la poesía es la revolución de Dios. Es un compromiso con la vida. Es reveladora y develadora. Es un secreto que se hace camino en un mundo brutal, para abrir mentes y corazones. Y claro... en Roma a los poetas se los llamaba vates -que quiere deciradivinos-, como bien señaló Philip Sidney en su Apology for Poetry. Y la escritura toda es revolucionaria, cuando es literatura y no vacío, porque es resistencia y es persistencia de auroras; es conciencia crítica para el mundo, motor para la imaginación y expansión del espíritu. Es un arma. Para el bien y la libertad, y tiene poder para transformar el mundo, particularmente la poesía. Por eso tantos poetas azules padecieron y fueron asesinados en campos de concentración; porque la poesía, como todas las manifestaciones del arte verdadero, es muy peligrosa para el Poder. El Poder quiere esclavos y el arte es un horizonte definitivo de libertad. Y ya sabemos, con el español León Felipe, que hay un tirano que sujeta, y otro tirano que desata. Y entre los dos, el predio de la libertad, hazaña prometeica, de tensión angustiosa y sostenida, de equilibrio y amor.
RD: ¿Cómo definiría su acto poético? ¿Y el acto político?
CC: Todo acto es político, y la poesía, para mí, es un viaje hacia adentro, una interioridad, una manera de conocimiento: «¿Qué es escribir? Es algo que no puedes hacer hasta que no saques la última línea de ti mismo», dice un poeta ruso. Y de eso se trata. Pero yo siento que el acto poético no es sólo el momento de escribir, sino el intento por encontrar lo verdadero y la medida del amor hacia la humanidad. En cuanto a mí, sin poesía estaría perdida en el mundo, porque me perdería de mí.
RD: ¿Usted dice y provoca la realidad? ¿Cuánto dura la realidad, hablando en general? ¿En qué punto se entrecruza con la ficción que, por otra parte, no es más que una forma posible de la realidad?
CC: La ficción es una parábola que refleja lo que llaman realidad. Pero... ¿qué es la realidad? Yo desconfío de esa palabra. La realidad, sí... «esa llave de clausura hacia todas las puertas del deseo» escribió Olga Orozco, poeta argentina. Y yo coincido con ella. La realidad es algo «armado», es lo que nos dan «hecho» y como única posibilidad. Es un muro. Es un final. Es una resignación. Yo me niego a aceptarla. Quiero construirla de otra manera. A ver... «guerra en Irak», dicen. ¿Eso es realidad? No. Matanza unilateral en Irak. ¿Existe la realidad o existen los ojos que la miran? El mar es líquido, dicen. Sí... eso parece. Pero no. ¿Es que hay algo más sólido que el mar, que nos antecede y nos sucederá? ¿Hay algo más sólido que los ramilletes de espuma con que seduce a las estrellas? ¿Hay algo más sólido que sus abismos insondables... más allá de donde el hombre -y aún su imaginación- pueden llegar?
RD: Periodismo y poesía. ¿En qué marco?
CC: Como en todo, en el compromiso. Yo no soy periodista. Soy persona y soy poeta. Me valgo del periodismo para contrabandear valores y poesía, con una siembra perpetua. Además, el periodismo del mundo de hoy -salvo alguna excepción- me repugna. No cumple con el deber ético de informar, ni de formar. La luz de los televisores tiene color de muerte, porque ignora a quienes sufren o los toma para titulares sensacionalistas. Como habitantes de este planeta, en cualquier país, somos sobrevivientes de masacres y vivimos entre los deudos de asesinados por la impiedad del Poder. Pero la mayoría de las empresas periodísticas callan, porque para ellas todo es mercancía e intereses. Así es que soy feliz con el periodismo sólo cuando puedo ser libre, absolutamente. Como lo fui -y volveré- en mi programa de televisión, «Sin máscara», o en la radio, y -sólo en algunos casos- en los medios gráficos. En éstos, jamás escribí una línea en contra de mis ideas, pero fui muy censurada y, a la fuerza, muy autocensurada.
RD: Su poesía ampara la verdad, la bondad, la paz, la luz, la música, el amor, el idioma. Sus palabras sugieren, esconden, recortan el mundo en secuencias de sentimientos y de sonidos y de imágenes dinámicas. Su escritura es rápida, fuerte, cautivadora, hechizante. Su poesía adquiere rápidamente la polifonía de las palabras. ¿De dónde proviene este apetito por la palabra?
CC: Del vientre de mi madre. Siempre estuve enamorada de las palabras, pero tardé en comprender que escribir podía cambiarme la vida, aun cuando era desconocida para todos. Pero... no me crea, pues no soy yo quien escribe, sino mis lecturas desde muy niña, el cielo que me penetra, la solidez del mar, los árboles, las flores, el amor, la humanidad , que es poesía incluso cuando la masacran. Por mí escriben palabras los faros, las personas buenas, la luna que me mira por la ventana, los hechos fraternos que me causan implosión, el horror que me pone en alerta, los amaneceres, los pájaros y las manos que se abren en ofrenda. Y la música y la pintura y el arte todo. Ellos me susurran las palabras, como también mi hambre de conocimiento, las personas que amo y los rostros de cada ser anónimo que, desde cualquier calle, me descubre el mapa de su geografía interior.
RD: Usted escribió, en «Semillas»: «Quiero. Quiero y siembro. Quiero. / Que enseñemos bondad con bondad. Que el cielo esté siempre pecoso de estrellas /Quiero a adultos con risa virgen /y ángeles que retraten en niños/ Que los impiadosos respiren a Blake. /Que Rilke exorcice la obviedad. /Que el Continente, el Mundo, el Universo/ sean para iguales y sin discriminación». Usted dialoga con el mundo. El idioma le provee las pruebas, le detalla la realidad, fija las reglas y exige mucho más allá de su articulación mágica. No deseo preguntarle sobre sus fuentes, sino sobre el estatuto metafórico generalizado de su poesía. ¿Podría decirnos algo al respecto?
CC: No, porque no lo sé. Sólo sé que no quiero pecar contra la imaginación, ni contra los sentimientos. Que detesto los artificios, que no quiero rendirme a la palabra fácil... esa a la que tantos suelen apelar para enviar a ciertos concursos. «Tengo la belleza fácil y eso es suerte», escribió mi Paul Éluard, y también yo la deseo, pero para aprehender esa belleza. No quiero rendirme a la palabra fácil, a la vox et praeterea nihil: aquello que es nada más que voz, sólo palabras, nada. Quiero sacar la última línea de mí misma. Quiero escribir al ritmo de mi estremecimiento con todos mis pares humanos. No quiero tener todas las respuestas, sino muchas preguntas. No quiero matar al niño que vive en mí. Quiero desaprender lo aprendido, para poder mirar todo como si fuera la primera vez.
RD: Sugerir, preguntar o pretender tal o cual cosa, en un decenio en el cual no se tiene la esperanza de ser comprendido, significa tener coraje, iniciativa. Su deseo es su deber, y esto borra todas las crisis de la poesía de las cuales nos gusta hablar. Usted es directa, combativa, sensorial, exaltada, espiritual; no le gusta el sentido de la abstracción. ¿Es una poeta del «no» o del «sí»?
CC: Yo no sé si es coraje. Creo que, en mi caso, es la imposibilidad de ser distinta de mí misma. Pero... es usted una observadora profunda: cuando equipara en mí el deseo y el deber, que yo siento casi como un destino, está definiéndome. Y lo hace también en el abanico donde me muestra desde combativa hasta espiritual. ¿Sabe, Rodica? Creo que todo forma parte de todo. Soy dionisíaca para sentir y -en general- apolínea en el estilo. Abomino de los adjetivos y de los textos panfletarios, y cada día tiendo más a la síntesis. Pero esto no elude el compromiso. En una sola palabra puede haber una tensión espiritual que la haga potente, como puede ocurrir con una sola pincelada o con una sola nota musical. Además, hay momentos del espíritu que me llevan a una forma u otra. Entonces puedo escribir «Sed garganta arena», en lugar de... «Tengo sed como si en mi garganta hubiera arena». Pero también, y en vivencia del genocidio que empezó en Argentina aquel día del ’76: «El veinticuatro de marzo de dos mil cuatro debería ser una foto amarilla / Del 24 de marzo de 1976. / Pero asesinos de cristos pintan de colores la foto amarilla. / La renacen. / Debería ser foto vencida por el tiempo. Abortado el horror por savia y vida. / En su lugar: clic y ojos burbuja de esperanzas. / Clic y caras mapas de almas en víspera. / Clic y certezas de alborozos. / Pero corruptos de dineros requieren de también corruptos represores...». No creo ya que haga falta responderle si soy una poeta del «sí» o del «no», ¿verdad?
RD: ¿Cuál es el motivo central de su obra poética?
CC.: Mi sed. Sed eterna, bendita, insaciable sed.
RD: «Agua. Música. Arte. Vida. Igualdad. Justicia. Libertad. Transparencia. Sed». ¿Estas palabras clave son representativas de su obra?
CC: Lo central es la sed, que todo abarca, como le decía. De todos modos, las palabras me surgen como una necesidad desesperada de ser auténtica con mis sentimientos. Así es que, cuando escribo, trato de descorrer hasta el último velo para encontrar la última napa de mí misma. Justamente, el primer poema que escribió el irlandés Seamus Heaney se llama Digging [Cavando]. Cavando en él. Y después de escribirlo, sintió haber abierto un aire de luz que lo integraba con la vida verdadera. Como Cátulo, cuyas poesías de amor tienen un lugar único, por la austeridad con que expresó las delicias y torbellinos amorosos. Ya ve... la poesía es también una ventana hacia el germen del silencio.
RD: En un número de «Tel Quel» (1965), Jean-Pierre Faye afirmaba que la palabra «poesía» es la palabra más fea de la lengua francesa. ¿Cómo se percibe la palabra «poesía» en Argentina?
CC: De la misma manera. La poesía es la más degradada de las artes. Pero no hay una sola Argentina, sino -en esto- al menos dos. Hay un sector mediatizado e indiferente, pero hay también una Argentina oculta que espera la luz; son las grandes minorías a las cuales los medios de difusión ignoran. Yo supe a ciencia cierta cuántas almas forman parte de esa Argentina oculta, fundamentalmente con mi programa de televisión, donde el centro era la poesía y la mirada poética del mundo, en toda su verdad. Cada día se sumaban más televidentes, cada día una adhesión mayor. Así es que, más allá de la indiferencia de quienes quieren asesinar la poesía, ella permanece; quizás porque cuando se la conoce y vive, es imprescindible y supone un estado de alerta y de anhelo, de disponibilidad. Una promesa.
RD: Su escritura no gira alrededor de las apariencias y, de esta forma, ella
toma el aspecto de un cuerpo a cuerpo. En usted está la necesidad de la experiencia física. Usted desbarata las astucias del lenguaje y ahonda en las cosas. ¿Ha pensado alguna vez en definir el «verbo poético»?
CC: De esto habló muy bien Robert Frost. ¿Recuerda?...dijo que un poema empieza como un nudo en la garganta, como una añoranza o como un amor; y que luego da con el pensamiento y el pensamiento da con las palabras. Perdóneme... déjeme responderle con esas palabras. No me gustan las definiciones. La poesía «es».
RD: La independencia de su poesía fascina. ¿Hay en Argentina poetas que se le asemejen?
CC: Hay muchos poetas independientes y muchos muy buenos, como ocurre también en la olvidada, y tan rica en arte, América Latina. Sin embargo, no sé si podemos hablar de semejanzas. Cada uno tiene su estilo, pero el diapasón sobre el cual se instala toda la música del poema es distinto en todos. Es la sonata o el himno de cada uno.
RD: Señale, si le parece oportuno, las malas tendencias de la poesía universal contemporánea.
CC: Yo siento que todo aquello que tenga una tendencia, fundamentalmente si es mala -tal su pregunta-, supone el sometimiento a los dictados de las modas. Entonces no es poesía. Entonces ¿para qué hablar de la oscuridad, si existe la luz? Tanta luz. Tanta luz. Tanta.
RD: ¿Podría formular un deseo para todos los poetas de nuestros días?
CC: «Un estruendo: la / verdad en sí misma / hace / acto de presencia / entre los hombres, en pleno / torbellino de metáforas». Paul Celan lo dijo por mí, y si todos tomamos esa antorcha, no aullarán las vísceras del mundo. Nunca, «nunca más».
[1] «Escribiendo la vida », se publica en su título original:
« Schreiben Leben », interviews, por Rodica Draghincescu, Editorial « Pop Verlag », Ludwigsburg - Alemania, 2004. Entrevistas con Gérard Blua, Yves Bonnefoy, Michel Butor, Cristina Castello, Yves Di Manno, Jean-Baptiste Joly, Magda Cârneci, Maurice Couquiaud, Volker Demuth, Kurt Drawert, Rüdiger Fischer, Zsuzsanna Gahse, Guy Goffette, Olga Martynova, Petra Nagenkögel, Jean Orizet, Serge Pey, Eginald Schlattner, Dieter Schlesak, Alès Steger, Sandrine Rotil-Tiefenbach, Gérard Truilhé
Ludwigsburg - Allemagne, août 2005
Verlag. Ludwigsburg - Allemagne, août 2005
Photo de apertura: Denis Garnier - París 2005