sábado, 2 de marzo de 2019

Vuelve «El Diccionario», de Oscar Barney Finn: la Pasión, contra tanta Nada – por Cristina Castello

El lenguaje crea mundos, ¿qué mundos crea el lenguaje?
María Moliner toda entera

Pues la belleza no es nada
sino el principio de lo terrible, lo que somos apenas capaces
de soportar
Rainer Maria Rilke

María Moliner (Marta Lubos) y su médico (Daniel Miglioranza), hoy
interpretado por Oablo Flores Maini



Potente, lacerante por momentos; tierna y fresca hasta lo irresistible.
Terrible belleza,  belleza terrible.
«El Diccionario», una puesta de Oscar Barney Finn, con la apariencia de contar la vida de María Moliner (1900-1981). Pero no. No es solo eso sino mucho más.  En su urdimbre está la historia de la protagonista,  sí, pero también el franquismo y el silencio a que nos condenan las dictaduras; están la enfermedad y la decadencia; la pertinacia de la creación,  pero -por encima de todo- el amor a la  libertad. Y para Moliner, libertad y palabra fueron una manera de vida y  una forma de crear mundos, con el lenguaje.

«Libertad», dice María, casi al final de la pieza teatral, «facultad natural que tiene el hombre de obrar de una manera o de otra, y de no obrar, por lo que es responsable de sus actos». 

Marta Lubos compone con maestría el personaje de esta mujer, emblema de la cultura española del siglo pasado. De María, que cosía calcetines, que tenía un marido, Fernando (papel que tan bien juega el actor Roberto Mosca)– catedrático de Fisica-;  que  tenía hijos, a uno de los cuales le preguntaron cuántos hermanos tenía, y respondió: «Dos varones, una hembra y el diccionario».
De María, bibliotecaria, filóloga y lexicógrafa española, cuyo diccionario irritó a los acartonados y machistas señorones de la Real Academia Española. De María, republicana, hasta el punto de tener que envilecerse, para conservar la vida  y poder seguir creando mundos con el lenguaje. Veamos…



(María quema libros y  Fernando, su esposo, la ve; aquí son jóvenes, pues la obra va y viene, armónicamente,  de un tiempo a otro de su vida)

FERNANDO: ¿Qué estás haciendo?
MARÍA Estoy quemando libros.
FERNANDO: (los retira del fuego) ¡Miguel Hernández, Machado, Lorca! ¿Qué ha
pasado, María?
MARÍA: Tíralos al fuego.
FERNANDO: No podemos quemar los libros.
MARÍA: (Los tira.) Claro que podemos.
FERNANDO: Somos gente de bien. Tranquilízate.
MARÍA: También vendrán a por ti.
FERNANDO: Ya han venido.
MARÍA: ¡Fernando!
FERNANDO: Sí, y me han quitado la cátedra. Envidiosos. Mediocres […] Y me han dicho que los fascistas se  llaman ahora «nacionales». Y Franco, el «Generalísimo». […] (mira hacia afuera)  ¡Mira, los fascistas entran en Valencia!
MARÍA: Fernando, llama a los niños, que salgan al balcón a recibir al Generalísimo.
FERNANDO: ¿Te has vuelto loca?
MARÍA: ¡Enrique, Carmen, Pedro, Fernando, venid!
FERNANDO: No saldré al balcón a dar la bienvenida a Franco.
MARÍA: Fernando, si no sales conmigo al balcón para que nos vean todos  los vecinos, no volveré a hablarte nunca.
FERNANDO: No te reconozco.
MARÍA: ¡Sal!
 (María levanta el brazo con el saludo falangista. Fernando, abatido,  levanta también el brazo.)

lv            Había que salvar la vida... 


«El Diccionario», es lo que hoy conocemos como  «Diccionario de uso del español»: dos tomos,  indispensables. 

Como nos muestra esta pieza teatral, María Moliner empezó a hacer fichas, a mano, con palabras en  1952 y jamás pudo parar. Siempre decía que le faltaban dos años para terminarlo; y si se publicó en 1967,  fue gracias a que la editorial Gredos -que la esperaba desde 1962- se lo exigió. Entregó los dos volúmenes, pero ella siguió: metros y metros de fichas, kilómetros de palabras, para una tarea que no hubiera tenido fin, si la enfermedad y la vida, no le hubieran dicho «basta». Bella locura de la creación.

La bella locura, antes de la otra locura, de la fatal, de la que borra recuerdos y vidas; locuras e intensidades que Oscar Barney Finn dibuja con lo más refinado de su refinada pluma de director de escena.  Bendita vida, antes de su final y con restos de lucidez, pudo enterarse de que el dictador había muerto. No hay estridencias para mostrar  que amanecía la libertad; el director nos lo muestra sobria e intensamente: más que las palabras, los ojos de la protagonista, que relampaguean; y el gesto delicado, tanto que casi hay que adivinar, del neurólogo, quien descuelga un pequeño retrato del Generalísimo.

La aterosclerosis cerebral, -hoy la diagnosticarían Mal de Alzheimer. La enfermedad. Así empieza la obra, con su consulta a un neurólogo (un espléndido Pablo Flores Maini), quien le resta importancia como paciente –es casi cruel con ella- y quiere derivarla a otro colega.  Al principio, solo al principio, hasta que la descubre.
La inteligencia, la vida, la historia, las ideas de María Moliner para la Biblioteca de la República. Y –sobre todo- el Diccionario, seducen al médico, quien la atiende hasta el final.
El final de su vida: burla de la vida o de la maldita muerte, su memoria –justamente su memoria- se desvanece día a día; y finalmente, solo alcanza a recordar el mundo que su lenguaje había creado: su palabra
No puede ni siquiera acceder a la Real Academia de la Lengua, porque los señorones cuyos lenguajes crean mundos muertos, no se lo permitieron: ella era mujer y eso era demasiado. Contenta porque, así, evitaba el discurso de admisión, que le daba pánico, solo dijo: « ¿Qué podía decir yo, si en toda mi vida no he hecho más que coser calcetines?».
La magistral dirección de Oscar Barney Finn, quien  acaba de cumplir cincuenta años de trayectoria artística, como director múltiple, hace de «El Diccionario» un espectáculo imprescindible. Los actores, figuras todas de prestigio, a la altura del director.
Por mi parte, creo que esta obra es necesaria y no sólo por esos méritos. También –y quizá sobre todo- porque es la historia de una pasión, que adquiere más valor en estos tiempos cuando la Nada amenaza con ahogar a la condición humana.

Cristina Castello
29/05/2016

FICHA TÉCNICA

Director: Oscar Barney Finn
Autor: Manuel Calzada Pérez
Actúan: Marta Lubos, Daniel Pablo Flores Maini y Roberto Mosca.
Iluminación: Leandra Rodríguez
Diseño gráfico: Leandro Correa
Producción ejecutiva: Verónica Dragui
Vestuario: Isabel Zuccheri
Diseño del espacio: Barney Finn
Asistencia de dirección: Florencia Laval
Dirección: Oscar Barney Finn
Fotografía: Sofía Gatti
Voz en off: Osmar Núñez
Diseño y realización escenográfica: Eduardo Spíndola

Funciones: viernes a las 20 hs. y domingos a las 18 hs.
Localidades: $280. / Jubilados y estudiantes universitarios (con acreditación) $ 230
El Tinglado Teatro – Mario Bravo 948 – 4863.1188




domingo, 30 de diciembre de 2018

Oscar Martínez, la experiencia fundante del abrazo, por Cristina Castello


Esta nota mía se publicó el 23/06/1996. Necesario decirlo, pues –si no- todo queda fuera de época. Sobre todo el amor, que, desde hace unos 12 años, para Oscar es Marina Borensztein. Su voz no sabe de artificios. A pesar de que detesta hablar de sus cosas personales, en esta entrevista contó -o descubrió en la charla- la raíz de uno de sus misterios.




Ahora un viaje...hacia 1996...

         
Nota de tapa de "Viva", con su hija menor, Manuela,
quien hoy tiene 23 años
Oscar -apariencia eterna de hombre contenido- no es un hombre  contenido, durante nuestra charla.  Entre café  y café -y apoyándose en algún pucho- consigue cancelar su vieja  costumbre  de callar su vida. Pero le cuesta. Entonces  insinúa algo, lo guarda para después y después cuenta, porque  se siente confiado.
         Me  mira a los ojos, constante,  pero hay momentos en que  su mirada mira más hondo. Es cuando dice esas verdades suyas que calló siempre o cuando descubre alguna nueva. Y en ambos casos tienen que ver con dolores -son las razones que explican su vida-  que lo muestran tan humano como todos los verdaderamente  humanos. Tan humano como para hacerse cargo de su propia vida...cuando andamos por nuestro cuarto café o cuando ya ni falta le hace el amparo del pucho. Y siempre habla sereno porque  tiene serenidad, pero algo lo enciende. Muy fuerte.

- ¿Te estás atreviendo a la pasión?
- Sí, porque dejé de estar loco. ¿Y sabés cuándo?: cuando entendí que por haber sido excesivamente racional me había construido  una jaula, en la que quedé  preso.
- ¿Tu mujer te desestructuró?
- Sí (gozoso) Mercedes (Morán) cubrió mis abusos de  responsabilidad y de ¡tanta autoexigencia! que heredé   de mi viejo. Por eso, ahora soy menos obsesivo y menos rígido para juzgarme y para juzgar a los demás.
- ¿Entonces tu aspecto contenido es una máscara?
- No, (con fuerza) es la evidencia de mi desborde interior.
- Pero no se nota...
 - Tal vez no, porque pongo todo el desborde en los personajes que hago como actor. Por suerte. Porque muchos escritores y artistas han dicho que -de no ser por la vocación- serían asesinos o estarían en un loquero. Y yo creo (convencido) que a mí me pasaría lo mismo. En cambio,  estoy en un momento que se parece a un estado de gracia (humilde)...soy feliz, ¿sabés?
- ¿Y lo valorás tanto porque antes sufriste mucho?
- Sí,  pero...(desdramatiza) ¿quién no sufrió?
- ¿Generalizás, para negar algún dolor?
- No...es que no tengo memoria histórica y además,  hay recuerdos -como los de la infancia- que son nada más que coágulos...
- Raro que llames "coágulos" -suena a sangre- a tus recuerdos…
- (Sorprendido) Es verdad... pero más raro es que nunca me haya dado cuenta de eso, a pesar de mis seis años de psicoanálisis. Pero...(sonríe) también podría decir que aquellos recuerdos son como fotos coloreadas por acuarelas, pero  desdibujadas alrededor y en el centro...
-  A tus acuarelas, pues… ¿y si las  removemos?
- (Hace un silencio largo) Bueno... para mí era  luminoso ir a la quinta de Colombo -en mi barrio- donde había choclos y zapallos, potrero para jugar y (con placer) aquel humito que me salía por la nariz, gracias a la escarcha de  las mañanas. Aquello era un paraíso, semejante al de los jardines con magnolias de mi escuela, pero no sé ubicar aquella etapa cronológicamente.
- ¿Por qué?
 - No sé, pero lo único que puedo poner en un tiempo determinado, es  el nacimiento de mi hermana: porque fue   justo a mis cinco años. Pero, mirá... lo veo  como si fuera una foto viva que se incendia enseguida y después...  después no recuerdo  más.
 Foto Ariel Grinberg- Clarín
- Tu desmemoria oculta alguna grieta. Por ejemplo: ¿padeciste bolsillos vacíos  y  zapatos rotos?
- Sí, me pasó en los años '70, '71 y '72, cuando recién empezaba  a ser actor en forma profesional: tenía trabajo por épocas y después andaba galgueando. Pero en aquellas etapas -nunca fueron de más de dos meses- agarraba lo que podía: correteaba mesas de televisión, decoraba platos y los vendía, me empleé en una tejeduría...hacía cualquier cosa, que sirviera para zafar. Ya ves...no fueron sufrimientos.
-  Pero tenés grietas...
- Es verdad,  pero prefiero callar para no producir daños a terceros.
- A ver: el personaje  que más se te metió en la piel, en teatro, fue el del jorobado de "La malasangre". ¿A vos te humillaron, como a él?
- (Me mira, hondamente) Lo que me decís es un concepto muy agudo. Es cierto que es uno de mis  trabajos más sensibles; quizás porque en mí -como en todo actor-  hay algo herido que busca reparación (contesta por nobleza, pero le cuesta).  Pero por favor (delicado) yo entiendo  tu necesidad de profundizar, pero  no quiero estar en vidriera.
- Me lo hacés difícil... ¿No me dejás asomarme otro poquito a vos?
- (Cálido) Está bien, pero recordá que no me gusta desnudarme en público (se ríe).
 - De acuerdo, ¿Te sentiste querido por tus padres?
- Sí, (con mucho amor) mi padre -de mucha inventiva, muy inteligente y melancólico- fue muy  cariñoso: siempre nos daba un beso en la cama. Y mi mamá... pobre, no era tan cariñosa pero es cómica, alegre y lúdica.
-  Sin embargo, siento que no te alcanzó lo que te dieron....
- (Piensa mucho) Mirá... yo recuerdo haber necesitado mayor calidad de afecto, del que recibía; porque había algo de la realidad  familiar, macrofamiliar y social que me resultaba hostil. Es que -como escribí alguna vez- no me educaron  para la felicidad, ni para el placer... ni para el amor.
-  ¿Y vos eras un sediento de amor?
-  Sí,  de chico -y por mucho tiempo más- yo sentía un agujero de amor, imposible de llenar por nadie.
Conmigo, en mi programa "Sin Máscara", años después

- ¿Ahí estuvo la grieta?
- (Se mete dentro de sí, quiere ser sincero) A ver... ahora que lo pienso la primera grieta que sufrí, fue a los dos meses de nacer: de bebé. Todos los médicos dijeron que moriría, por algo pulmonar. Me desahuciaron. Pero parece que apareció un doctor...sí... ¡se llamaba Abdala! y él dio un remedio muy simple. Dijo que me hicieran dormir en los brazos, casi  desnudito -era verano-  en el patio. ¿Te das cuenta? (se apasiona) ...¡el médico ordenó que me tuvieran en brazos!. Entonces  se generó una cadena de solidaridad de padres, tíos y abuelos...¡para hacer turnos y abrazarme! Bueno...con los años mis padres me lo contaron. ¿Y sabés? Curiosamente, me curé.
Oscar, elegido académico de número por la Academia de Letras en 2017

- Te salvó el amor...
- Me curó el amor. Pero aquella experiencia -de bebé- debe haber signado mi vida: creo que fue fundante.
- Te negás a recordar para no volver a sufrir...
- Es probable, pero no lo hago conscientemente. Pero recuerdo cosas: como que yo era   un chico con una doble vida. Muy observador, con  mucha imaginación y un mundo interior intenso, pero no tenía dónde poner todo aquello,   ni cómo encausarlo y entonces  me sentía insatisfecho. Y por otro lado, era muy alegre, simpático, jodón y muy buen imitador: (divertido)  así seducía.
- ¿Y ahora quién sos?
- Ahora hice la síntesis y todo me regocija: mi mundo interior, la experiencia dichosa  del amor recíproco con mi mujer y mis hijas, mi trabajo   y  la poesía que leí y que no pocas veces me ilumina:  ¡estoy en el colmo de la abundancia!. Y también me vuelvo loco (con sensualidad) con   un plato de  tallarines y un buen tinto, con  la risa como vocación contínua...y cuando juega  Independiente.  Pero sobre todo, (con dulzura) siento que el aplauso  y el saludo cariñoso de la gente en la calle, son una metáfora de los brazos que me tuvieron en el patio de la casa de Devoto....
- ¿Ahuyentan tus miedos?
- (Silencio enorme) Sí... el miedo al desamor, porque mi identidad como actor depende del cariño de los demás; y si no soy querido y aprobado, el riesgo es desintegrarme  como persona.
- ¿Así te sentiste cuando se terminó tu primer noviazgo?
- No sé... aquella fue una historia muy tumultuosa, que duró desde mis dieciseis hasta mis dieciocho.
   2016, mejor actor en el Festival de Venecia
- ¿Y de más chico habías tenido amores?
- Sí...(con ternura) y el primero fue a mis diez años: me enloquecía  una chica de quince, cuya imagen me daba un placer, inmenso y nuevo. Pero ella jamás se enteró y fue un amor platónico porque -como muchos de mi generación- yo tenía separado el sexo, del amor. Mirá,   (le da pudor)  a los quince empecé una relación netamente sexual  - que fue la primera y duró dos años- con una chica mucho mayor que yo; pero  recién junté amor y sexo con la novia de la relación tumultuosa: estaba muy enamorado y  ya  teníamos fecha para el Registro Civil. Pero...ella desapareció un día antes de la boda y  bueno, (quita importancia y se ríe) gracias a Dios... porque si no, no sé cómo hubiera sido mi vida.
- Lo decís hoy, pero te habrás sentido morir, ¡te abandonó!
- Y sí... y sólo  me dejó una notita donde decía que se iba a Esquel. Entonces yo salí corriendo con lo puesto -un saquito de hilo y una remerita- y me tomé un avión a Bariloche:  fue mi primer vuelo. Y camino al aeropuerto (impresionado aún) vi un sapo aplastado y me dije que era mala suerte... ¡pero igual seguí!
- Todavía no habías construído tu propia jaula: te atrevías...
- ¡Claro!... si estaba desesperado: sólo quería recuperarla. Y llegué un día y medio antes  del que supuestamente llegaría el tren, (muy apasionado) en el que supuestamente viajaba ella. Entonces en Bariloche me subí a otro tren y viajé cuatro horas, para ir al encuentro de "su" tren. Y me bajé  en una estación llena de frío donde también esperé muchas horas. Hasta que "su" tren llegó.
- Y  pensaste que se acababa la ausencia...
- ¡Sí! Y me subí al primer vagón y después  fui recorriendo uno por uno -en dirección contraria a la que iba el tren-  en medio de gente que viajaba con gallinas  y con otros animales. ¡Andaba como loco y destapaba  a los que viajaban  dormidos, con la esperanza de encontrarla! Pero ella no estaba. Bueno...(sonríe) esa fue mi primera gran frustración amorosa.
- Cuánta desolación: solo, dentro de  tu saquito de hilo…
- ¡Ni te imaginás! Pero  lo primero fue el enojo con mi madre, porque aquella novia me dejó después de una charla con ella....
 En "La misma sangre", filme estrenado en febrero 2019

- ¿Qué le había dicho tu mamá?
- No sé, nunca me lo dijo.
- Pero es horroroso: torció tu destino, ¿sentiste rencor?
- No, porque entendí que aunque a mí cualquiera me hubiera  dicho cualquier cosa, yo no la hubiera dejado....así que no fue culpa de mi madre.  Pero además, algo en mí sabía que yo había corrido detrás de algo irreal.
-  Igual, ¿o el dolor de amor no es salvaje?
- ¡Claro que sí! (Como si después de muchos años, reviviera aquel momento) Y por eso el tiempo cronológico de aquel viaje -que fue largo- no habla de la intensidad de lo que fue para mí.
- ¿Ahí sentiste humillación, como el "jorobado"?
- (Muy sobrio pero tenso) No me gusta esa palabra. Fue dolor:  pero tanto y tan de golpe -esa ida y vuelta mía fue como una película de terror- que cuando volví había superado todo y sólo me quedaba una llaga: fue como si me hubiera caído una ficha.
- Fue vida, pasión y muerte, todo en un mismo tren...
- Sí, crecí diez años de golpe:  ahí terminó violentamente mi adolescencia. Fue un punto de inflexión; fue una "metáfora baldía -como escribió Borges- que convoca un lapso que muere y otro que surge". Entonces empecé a estudiar teatro en serio  y sublimé toda la pasión en un deseo organizado: la vocación.
- Quedaste tan asustado, que esperaste casi veinte años- hasta que llegó tu mujer actual-  para subirte a otro tren...
- (Con interés) Nunca lo pensé así, pero puede ser, puede ser...
a lo mejo hice algo parecido a lo que el gran terapeuta Norberto Levy llama "conclusiones equivocadas". Son las que uno puede sacar después de alguna experiencia fuerte y que lo llevan a gobernar la propia conducta, cometiendo errores.
- ¿Por eso te casaste por primera vez, sin pasión?
- Recuerdo muy poco de mis sentimientos de entonces.
- ¿Otra vez los coágulos de la infancia?
- No, es que... no tengo ganas de hablar de eso, pero (lucha entre ser sincero y callar)  ahora sé que mi relación con Cristina (Lastra, su primera esposa) estuvo signada por mi "conclusión equivocada".
- Me estás dando la razón...
- Bueno... quiero decir que en  aquel momento creí que uno podía tener una relación en base a cosas como cariño, compañerismo, mandatos sociales, matrimonio y nada más.
-Y sin una  pasión que te causara  el dolor de la chica que se fue a Esquel…
- (Impresionado e intenso, pero sereno) Sí, sí estás en lo cierto: le tuve miedo a la pasión porque la identifiqué con la pérdida de la razón, con el abandono y con el fracaso. Es verdad... (se lo repite a sí mismo) a partir de ahí, escindí de mi vida la pasión amorosa. Pero...¡qué raro!... Recién ahora, con esta charla, comprendo que fue por la marca que me dejó la desaparición de la chica del tren. ¡Lástima! Lástima que no tuve una buena asistencia terapéutica o alguien que me hiciera ver las cosas, como las veo en este momento...
- ¿En los dieciocho años que duró tu relación con Cristina, alguna otra mujer te  despertó?
- Mirá... yo fui fiel mientras pude. Y tuve pasiones -amor- pero las aborté, porque sentí que me desguarnecían... y entonces no me jugué como hubiera querido: poniendo el cuerpo y entregándome totalmente.
 El Premio Platino, en España
- ¿No entendías que te suicidabas, no entregándote al amor?
- Sí, pero yo no podía. Entonces puse toda la pasión en mi  trabajo y la sublimé  en un deseo organizado: la vocación. Como cuando era chico y desoí el mandato familiar y dejé el secundario, para estudiar teatro... (sonríe) esa cosa de excéntricos o de gays, como decían en mi familia o en el barrio. ¿Te das cuenta? De chico, dejé que gobernara el corazón y ya grande -cuando aborté las pasiones-  sólo obedecí al mandato de la cabeza. Y me equivoqué.  Pero sufrí tanto, que me juré que -si volvía a sentir pasión- no dudaría: fue lo que hice cuando me enamoré de mi mujer actual..
- ¿Ella destrabó tu libertad y vos fuiste su cobijo?
- Fue exactamente así: tuvimos un encuentro muy potente.
- Te animaste a subir de nuevo al tren...
- Sí, porque primero oscilé entre la  certeza de que  era un amor inevitable y la idea de que era  una insensatez. Pero enseguida (feliz) pasé por encima de todos los miedos y fui capaz de una entrega total
- Como de chico, cuando elegiste el teatro...
- Sí, como a mis ocho años (se dulcifica) cuando con Hugo Rodríguez, mi primo, armábamos un teatro en la casa de chorizo de mi abuela. (Muy entusiasmado) A un cotín viejo le poníamos argollas, con él hacíamos un telón y en servilletas de pizzería escribíamos el programa de las funciones que dábamos a nuestros otros primos. Aquello era la felicidad total (se ríe)... ¡y sin coágulos!...como este amor, por el cual pasé -también- por encima de todas las culpas.
- ¿Fue difícil enfrentar esto con tu primera esposa?
- Sí, pero yo no me separé de ella por mi esposa de hoy: fue  porque nuestro matrimonio no funcionaba. Además, yo no creo que uno ame y el otro no, porque en una pareja hay complicidades: hay un guión que necesita de ambos, para ser escrito. 
- Pero las circunstancias para construír tu nueva pareja no fueron fáciles, ¿no?
- No, y si no hubiera sido porque el amor era enorme, no hubiéramos podido. Mercedes tenía una relación con alquien -aunque no convivía- y  venía de dos experiencias matrimoniales frustradas;   yo venía de una y los dos teníamos hijas. No fue fácil pero tampoco una tarea pesada, porque el amor da alegría y energía: fue, sí, de poner ladrillo a ladrillo y de mucho cuidado y entrega.
- Tu primera entrega adulta, ¿Te costó?
- La entrega no: fue muy gozosa. Lo bravo fue la presión del primer año y la dificultad de integrar a mis hijas - que al principio me juzgaron y a quienes yo extrañaba- a mi nueva situación familiar. Fue muy difícil, pero yo tenía claro que lo mejor que podía ofrecerles era un padre feliz y eso me dio fortaleza para seguir, a pesar de mis grandes angustias y de mis depresiones profundas. Pero además, me fui a vivir con Mercedes y con sus dos hijas, a quienes casi no conocía y que -de golpe- tenían que compartir a su mamá. Por suerte, ellas pusieron muy buena voluntad.
- ¿Como esto, todo en tu vida es con esfuerzo?
- Sí, pero en esto valió la pena: mis hijas están integradas a la casa, a Mercedes y a sus hijas.  Y ahora también está Manuela, que ya tiene un año y tres meses...¿vos sabés lo que fue tener una hija a los treinta y nueve de mi mujer y a los cuarenta y cinco míos? Es una manera de renacer: es la encarnación de la dicha.
- ¿Cómo es Manuela?
- (Habla como un hombre que aprendió el amor y del amor) No puedo decir nada que no suene a lugar común: estamos babosos. Yo siento que  ella me está enseñando a mirar el mundo de nuevo y  descubro ese mundo como un espectáculo mágico y deslumbrante.
- ¿Sabés que -con tu historia- estás demostrando a quienes no creen en el amor, que el amor es posible?
- Sí, lo es y es un aprendizaje. Nosotros, después de nueve años de estar juntos aprendimos incluso a pelearnos. Para no causar resentimientos sin retorno, en un momento de ceguera: cuidando de no averiar el bote, porque ambos vamos en él. Y gracias a eso podemos disfrutar de la sensualidad de la vida: desde despertar juntos hasta poder brindar a mi mujer   -como ofrenda- lo que cocino cuando vamos a nuestra casa de Pilar.
- Es curioso: mientras más descorrés tus velos, menos te parecés a esa imagen de rata de biblioteca o de intelectual alejado de la vida, que algunos tienen de vos...
- Si alguien piensa eso es muy poco perspicaz (se ríe). Además, yo produzco ideas pero no soy un intelectual y todos mis personajes están hechos con la carne y con la sangre; y ahora también soy así en la vida... (con alegría) porque crecí.
- ¿O recuperaste esa inocencia que permite amar de veras?
-   Es verdad... y hay algo que perdura en mí a través del tiempo: desde aquel bebé que era acunado en brazos en el patio de su casa, a este que soy ahora.
- ¿Qué es?
- Que ahora sé que la inteligencia consiste en dejarse llevar por el corazón.

Cristina Castello
En Revista "Viva", de Clarín,  23/06/1996
 

Con Marina, para siempre

sábado, 29 de diciembre de 2018

María Elena Walsh: «Nos estamos quedando sin alma», Por Cristina Castello

Foto: Sara Facio



*“Soy autoritaria en lo elemental. Creo que quienes no piensan como yo son burros o que a quien no le gusta mi película es un idiota"
* “En general, sólo doy cuando me piden”.
* “Escribo para no volverme loca, o a lo mejor me vuelvo loca cuando escribo”
* ¿En qué calle queda la Justicia? “Si  la ve, avíseme"
* “Parece que ahora nos olvidamos de la violencia de la subversión y de los muertos que causó. Era muy sangrienta. Había que equilibrar un poco las cosas” (en relación al golpe de Estado y a las masacres del 76-83 en Argentina)
* “(Con la Junta Militar) Alguna concesión había que hacer. Además, no hay que humillar, ni ofender, ni insultar al enemigo.”
* ¿Quién leyó, pero de verdad y a fondo, “El país jardín de infantes”?, me pregunto yo, c.c.
                   
Breve Walsh. Escribe corto y habla corto. Independiente, pensamiento propio. Polémica siempre.  Lúdica. Juega con sílabas y con palabras. Aún cuando descubre que el dolor es sinónimo de soledad, por intransferible. A seguir…  "la tristeza es pecaminosa".
         Abomina de  la corrupción, del despilfarro y de la estupidez y reivindica una vida sin estadísticas.   Y aunque escriba sobre un Mozart con jubilados en Plaza Lavalle. O se interne en los laberintos de Chaplin o de Disney. O recuerde que Manuelita vive en Pehuajó y cante al sol como la cigarra, está hablando de ella. Siempre se pinta el mismo cuadro. Entonces  la Hormiga Titina es una pincelada. Y sus definiciones para esta entrevista, otras.
         Que "lo light es la intención de que no pensemos, porque nos convierte en subversivos". Que "la pobreza es un mal endémico en la Argentina". Que "lo peor, hoy y aquí, es la agudización de las diferencias sociales". Que la brecha entre ricos muy ricos y  pobres, enriquecidos de penuria… que: pinceladas.
Pinceladas del mismo cuadro.
De María Elena Walsh.
         "Nos estamos quedando sin alma", escribió. O pintó.  Breve. ¿Será porque de su madre heredó el silencio?

 .¿Por qué escribe?
- No le vua decir...
- No le gustan las entrevistas...
- No,  odio el autobombo y  no me gustan  los exámenes, ni los interrogatorios.  En una palabra, no  soy dada a hablar. Escribo.
               -¿Escribir la revela?
               - Sí, me revela esas cosas que  quiero callar, me permite conocerme y descubrir la                                            realidad. Escribo para no volverme loca, o a lo mejor me vuelvo loca cuando escribo.
- ¿Y qué lee?
- De todo, pero mi pasión inagotable son los diccionarios.
Con Julio Cortázar

- Todo con la cabeza. ¿Le gusta su cuerpo?
- No, siempre me resultó incómodo. Me veo torpe,  grandota y desabrida, como mis tías inglesas. Esa es la realidad.
- “Realidad”, dicho así y por usted,  me suena a pragmatismo. A discurso único…
-  Pero la realidad es una trampa interesante.
- Pocas palabras y con códigos, ¿cómo hace con su terapeuta?
- Precisamente, cuando uno siente que el otro piensa como uno, empieza a  manejar sobrentendidos. Los otros días le preguntaba: ¿esta depresión dura como el "Proceso" (Golpe de Estado en Argentina en el período 76-83)?
- ¿Su depresión es enfermedad o estar triste?
- Yo tengo depresión, como enfermedad. Significa estar cansada, desconcentrada, irritable. Y peor aún,  es no entender nada de lo que leo. Es difícil.
- Y difícil el dolor. Usted tuvo cáncer, ¿pudo olvidar?
- No,  la capacidad de olvido del dolor físico es maravillosa, pero el trauma psíquico no se olvida jamás.
 - ¿Quienes sufrieron dolor, lo aguantan menos, tienen un umbral de resistencia más bajo?
Sí,  uno  siempre lo aguanta menos que la vez anterior. El dolor no crea jurisprudencia.
             - ¿Soporta  que alguien  no la sacralice como una suerte de  voz de la conciencia pública?
- Lo que no soporto es que me sacralicen. Aunque quizás la   fama me molesta y la indiferencia me mataría. Pero no soy como Maradona; no  creo haber nacido  en Belén.
            - ¿Por qué no tuvo hijos?
- Porque no tuve vocación de madre. Me espantaban el embarazo, el parto, y eso de andar con el atadito al hombro.
              - ¿Amó con intensidad?
- No sé, la pregunta me supera.
             -¿Y la amaron  como amó?
           - Sí, me compliqué la vida con ímpetu.

  La vida de María Elena Walsh. Parada sobre sus sesenta y cuatro,  sin bastón. Bautizada pero no creyente. Fármacos y un terapeuta  que está de este lado de la vida,  para las depresiones. Un whisky o una cerveza alguna vez. Pero no como su tío abuelo Charlie, un atorrante que “le daba a la botella”.   Especialista en zapping, cuando la tele -que "es un carnaval"-  da actualidad o películas. Curiosa.
                     Y precoz. Parada sobre su precocidad, a los cinco leía, trepada a la higuera de su casa en Ramos Mejía. Mamelucos para escalar árboles y vestiditos bordados, para el té de las cinco con sus tías inglesas: un cuadro de Monet. Amor por los libros y por la tradición inglesa: herencia de Enrique, su padre. Hombre de clase media, leído. Leída ella, viajada, y escriba. Poeta.  Guionista de tevé, dramaturga, cantautora para niños. Y opinadora,
        Parada sobre su lucidez, a los quince publicaba poemas en “El Hogar” y en “La Nación”. Y tenía padrinos: Pablo Neruda, Eduardo Mallea y Juan Ramón Jiménez. Muchos  poetas y escritores de entonces, deslumbrados con ella.  Y claro. Entre los once y los catorce había leído Shakespeare, William Blake, todo el Siglo de Oro Español, Pedro Salinas -"un poeta siempre náufrago"- y se había enojado con Erza Pound porque le parecía de difícil lectura. Publicó "Otoño imperdonable", a los diecisiete,"Apenas viaje a los dieciocho" y "Baladas con ángel", a los veintiuno. Y egresó de Bellas Artes a los 18, con un puñado de semillas: las nociones de arte y estética.
         Precoz. Y se enamoró. Y a los veintidós, erguida sobre su precocidad, a París. Época de oro del Music Hall, noches de artistas.  A cantar, con Leda Valladares. Y sin él. Sin “su” él.

              - ¿Por qué París?
- Para escapar.
               - ¿De qué?
- Del peronismo de características fascistas que hubo después de la muerte de Evita. Era censor y corrupto; un régimen militar que nos sometía  a una virtual guerra civil.

            - Estaba enamorada. ¿Lo dejó?
- Sí, el enamoramiento es un motor potente que  da  energía, pero esa energía se puede poner en otro lado. Huí de él.
- ¿Con qué alma se deja a quien se ama?
- Es cierto,  fue un amor muy fuerte. Inevitable. Pero me recortaba y me encerraba. Me quitaba libertad.
             -  ¿Usted tiene alas?
- No, no sé qué es eso.
              - “Él” fue el escritor Miguel Angel  Bonomini, ¿y en poesía, quién fue el primer amor?
- Gustavo Adolfo Bécquer y me sigue gustando a pesar de las pavadas que se dicen de su poesía.
            - ¿Buscaba identidades en los poetas que conoció?
- Sí, eran los modelos. Además, influía la cuestión política; los que no habían sido mártires -hablo de los que conocí- eran los exiliados de la Guerra Civil Española. Eran brillantes,   estrellas. Y yo era muy cholula.


         Ya no más cholulismo ni madrugadas. Ya no practica la noche, como cuando cantaba. Duerme. De puntillas, como lo hizo a los dieciocho, ojos abiertos a la vida, para no despertar a Juan Ramón Jiménez. Él la  había invitado a Washington como homenaje su poesía joven y no era cosa de molestarlo.
  Hoy,  ojos abiertos  a las nueve aeme. Y a callejear: siempre le gustó.  Camina todos los días. Y nutre ilusiones de hacer cosas bellas. ¿Por la eternidad de la belleza?, digo.
 Firma autógrafos,  en libros o en folletos. No en papelitos. Y se pregunta en qué calle queda la Justicia: "si la ve, avíseme". Y se indigna con la publicidad comercial, "esa plaga espantosa, obscena y repugnante". Y con que los jubilados y los niños sean" las mayores víctimas en el país". Y no se explica cómo la gran mayoría sobrevive, en el ajuste.  Y tiene cara sin cirugías, pero entiende que muchas personas las necesitan como aspirinas.       
         Con una mirada  que busca otros costados de la vida, parada sobre sus neuronas, piensa. Y opina. Y es opinadora. Tiene derecho, como todos. Y todos, el derecho de estar o no de acuerdo con María Elena Walsh, pensadora.

              - Pensadora, ¿siente responsabilidad por sus opiniones?
              - No, siento responsabilidad ante la belleza pero  no ante el público.
- Pero el público son personas y toman a personas como usted como referencia...
             - Y bueno, pero yo  no soy ninguna guía social. Tengo  un mínimo de inteligencia, que me                          permite percibir ciertas cosas y juzgarlas. Nada más.
            - Pero hizo notas que golpearon la conciencia pública....
- Sí, sobre todo "Desventuras en el País-Jardín-de-Infantes" (1979) y "La pena de muerte" (1991) y no sé por qué tuvieron tanta repercusión. Es un misterio, una cuestión de oportunidad.
          - ¿"Desventuras..." es un alegato en favor de la libertad?
-     Sí.
-Pero usted defendía sólo la libertad de expresión. No olvido un fragmento de aquella nota, donde usted escribió: “que las autoridades hayan librado una dura guerra contra la subversión y procuren mantener la paz social son hechos unánimemente reconocidos...
-          Sí, era así.
- Señora, su texto sigue así: ...no sería justo erigirnos a nuestra vez en censores de una tarea que sabemos intrincada y de la que somos beneficiarios.”¿Beneficiarios de un golpe de Estado, de las desapariciones, de las muertes, sin juicio alguno?
             - Sí,  pero parece que ahora nos olvidamos de la violencia de la subversión y de los muertos                  que causó. Era muy sangrienta, y entonces había que equilibrar un poco las cosas.
              - Usted habló de guerra...
            - Sí, de los subversivos tomé  el término. Ellos  querían ser un ejército irregular;
                y a Firmenich le hubiera encantado andar con galones. Es un milico. Y bueno...yo era un                       poco el vocero de aquel lenguaje. Por eso escribí "guerra".
- También en referencia a los dictadores, en “El País....”usted agradeció a los golpistas del“proceso” que actuaran por “bien atendibles medidas de seguridad”...
- Sí, pero alguna concesión había que hacer. Además, no hay que humillar, ni ofender, ni insultar al enemigo.
- Comprendo señora, ¿cómo son hoy Menem y Alfonsín?.  
- Son iguales. Dos extravagantes: puro discurso, muchachismo y comité. Y son iguales el radicalismo y el peronismo;  están fuera de la realidad.
- Bueno, hay diferencias notables, los peronistas están detrás de todos los golpes…
- Para mí son todos iguales.
              - Perdón, ¿es usted  soberbia?
- Ya no. Incluso valoro mucho mi propio silencio. Ante ciertos temas prefiero callar.
             - Algunos intelectuales están sólo para las "grandes" éticas. ¿Trata usted bien a las personas                   en                 la calle?
- Sí, y si no, no es  por soberbia. Será que quienes se me acercan, a veces me hinchan porque son pesados. O que me duele la muela o que estoy depresiva o    con mal genio.
             - ¿Le molesta firmar autógrafos?
- Me gratifica el afecto pero me cansa un poco. Porque algunos son  sinceros pero otros muy mecánicos.
             - Hay personas autoritarias del no autoritarismo. ¿le pasa?
- No se me había ocurrido. Pero no,  no me pasa. Salvo en lo elemental. Creo que quienes no piensan como yo son burros, o que a quien no  le gusta "mi" película es un idiota.
- Usted dice que sus amigos tienen que tener sentido del humor. ¿Entonces?
- (Se ríe) Sí, ahí está mi dosis de autoritarismo.

         Autoritarismo, palabra cuadrada, filosa.  Parada sobre su infancia que está cerca, ella  prefiere las palabras ahora conjugar las de su infancia. Marambú, Bambuco, Gulubú. Ges, bes y emes. Letras redonditas, como los afectos, cuando escribe para chicos. Globitos y aromas del tiempo niño.
Y "celadores" (eufemismo por el terrorismo de estado  del '76-'83), o una humanidad que "retrocede en cuatro patas" -imagen de animalitos (con la pena de muerte), para señalar  en “ese” punto las atrocidades de los adultos. Con ternura hasta donde duele, con ironía... ¿amarga?
         Pero no llora nunca. Salvo en las etapas lloronas de la depresión. Si no: el humor. Zapping en el humor negro, en momentos trágicos. Zapping en el humor para seleccionar amigos.  Y zapping  en  chistes  tontos: en los de músicos, cuando va a las reuniones de SADAIC, como vocal.
         Allí o en cenas con amigos, o la única vez que fue a una cancha de fútbol, está con su equipo deportivo: vestimenta habitual.  Pero tiene otros rubros. Agazapados en algún lugar de su placard, hay dos collares de amatistas y otro con diseño merovingio. En espera de su coquetería. Que la tiene.

              - ¿Y con el dolor por su enfermedad y su miedo, cómo quedó su coquetería?
             - Mal... mi cabeza  ni siquiera era una bocha... ni siquiera se cayó del todo el pelo. Era un                        horror.
             - Y la dependencia y la intimidad, expuestas...
- Terrible. Pero lo peor es el miedo a la muerte.

         Fue cáncer de fémur y, simultáneamente, su actitud de dureza. Ante el espanto. ¿Temor de que no la quieran más? No. Ocultó  la angustia,  porque  la avergonzaba el  deterioro del cuerpo. “Una piedad infinita se esconde en el corazón del amor”, escribió William Yeats. Y así lo creo, con piedad infinita.
Se lo  descubrieron recién después de dos años de penurias y más de diez médicos recorridos. De los "mejores". “Vaya, no importa, son nervios, ya va a pasar”, le decían. 
Y Pasó, después de cinco operaciones aterradas de cáncer. Y del dramatismo de  los post operatorios de traumatología: dolor, fierros en el cuerpo, invalidez, sillas de ruedas, muletas, bastones. Y dependencia, falta de libertad.  Que es mucho. Vaya que sí.
         Pero pasó… aunque las cicatrices espirituales permanecen. Mujer  de libros, cigarrillos  y  viajes. De no cocinar, salvo guiso de lentejas como homenaje  a un amigo. De comer  empanadas, guisitos, milanesas, un bife y ya está. De ir y volver por el mundo, con una prótesis -ni se nota-  en aquel hueso malo. De  decir  palabras. Decencia-derechos humanos-libertad-democracia. Le encantan. Y ahí están de nuevo, en sus dos últimos libros. "Desventuras en el País-Jardín-de-Infantes": compilación de muchas de sus notas periodísticas, entre ellas la del pico de tensión en esta charla. . Y "Novios de Antaño", una travesía por sus primeros diez años de vida. Libros. Y de estos libros y de los anteriores,  vive, viste, come y calza.

  - ¿Cómo se lleva con el dinero?
- Ahora bien, pero no siempre fue así.
              - ¿Alguna vez fue pobre?
- Mi familia fue pobre y no pudo mantenerme, ni protegerme económicamente. Pero agradezco porque  me hice más independiente.
             - ¿Mantuvo el equilibrio cuando empezó a ganar dinero?
- Fue  difícil. Empezó la culpa típica de los artistas: por qué a mí y por qué yo tengo tanto. Y empecé a repartir y a regalar, como para sacármelo de encima. Ahora tengo una relación más equilibrada, pero siempre está eso de regalar algo si me compro alguna cosa. O si  me piden, doy.
            - ¿No da si no le piden?
- No, en general, doy si me piden; si no, no doy.
 - ¿Ahora tiene dinero?
- Afortunadamente  vivo  muy bien, exclusivamente  de mis derechos de autor. Es un milagro que le debo a mi país.
              - ¿Es generosa con su mucama, le paga bien?
- Soy justa.  Le pago bien y le regalo alguna cosa. Y también soy distante pero con mucho afecto.
              -Regalos de su casa donde aparecieron cosas volátiles y una extraña alfombra de luz y donde               la radio  que se prendía sola...
- Sí, fue mientras escribía la "Carta a Mozart", que publiqué en el diario "Clarín". Es absolutamente verdad:dos radios se encendían solas,desaparecían las aspirinas, volaban papelitos, se caían los almohadones...y aquella alfombrita de luz. Ahora cuando me levanto de noche siempre me fijo, pero  nunca la veo.
 - ¿Qué habrá sido?
- ¿Cómo "qué habrá sido". Mozart estuvo en mi casa. Y puedo asegurarlo

                            Cristina Castello, en “Viva”, revista dominical del Diario “Clarín” - Buenos Aires – Argentina, 14 de junio de 1994 (sigue abajo....)

Walsh según Walsh

Obstinación: A los cinco. Quiso llegar a Río Ceballos, desde Unquillo, en una burra que caminaba marcha atrás.
Después de los 25: Más libros. "Casi Milagro" y "Hecha a mano". Y los dos últimos (ver cuerpo de la nota) Y para chicos: "Tutú Marambá", "El reino del revés", "Zoo loco", "Dailan Kifki" y "Cuentopos de Gulubú".
Nostalgia: Solamente de su almohada, mediana y fiel, cuando viaja.
Letra y acordes: "Canciones para mirar", "Doña Disparate y Bambuco"... y siguen las firmas.
Gato Félix. "Renace de sus cenizas como el gato Félix" escribió en una humorada, por ave fénix. Uno de estos políticos modernos que no leen nada, creyó que era cierta y la hizo suya.
Premios: muchos. El Municipal de Poesía, el de Honor de SADAIC y el del Fondo Nacional de las Artes. Y hay más.
Sarcásticos: Sus recitales para ejecutivos, en el '68.
Abrazada a un rencor: Razón por la que no va a la tele. La echaron como autora.
¿Amor para siempre?: "No, todo pasa. Todo".


En Revista "Viva" (Clarín), 1994