Nicolas Sarkozy, el nuevo presidente de Francia, ¿pondrá de rodillas al país de la libertad, el arte y el pensamiento?
(Nota de Julio de 2007, recién había jurado como Pte. y aún estaba casado con Cecilia)
Usa tacones altos para disimular su metro sesenta y cuatro. Ventila sus problemas de alcoba, y ama los yates de sus amigos millonarios. Empotrado en pantalones y camisas de un estilo artificialmente formal, es inseparable de su teléfono móvil y de sus objetos Bling Bling (los de la estética de la ostentación: mientras más caros, mejor). Ama sus relojes Rolex, los elegantísimos trajes de Prada y los anteojos Aviateur.
En París se dice que, de su mano, Francia acaba de entrar en la era del one man show; el diario conservador «The Economist», de Londres, lo compara con Napoleón; y «The Boston Globe» (USA) tituló «Au revoir Paris» (Adiós París), cuando conoció a este Monsieur.
So pretexto de luchar contra la «inseguridad» impuso la «tolerancia cero» y transformó a los policías en cowboys, fanático él, de las películas yanquis. Y sobre todo, muy interesado en George W. Bush, a cuyo metro ochenta mira desde sus zapatos empinados y con pompón.
Es Nicolas Sarkozy, proveniente de familia judía de origen húngaro, presidente de Francia desde el 16 de mayo de 2007. Sin embargo —a pesar de su conducta— cosecha adhesiones al por mayor en el país de los derechos humanos y sociales, en franca decadencia. ¿Son aplausos, o es la histeria del terror?
Diferente absolutamente de las tradiciones nacionales de Francia, a las que parece presto a liquidar, dijo en Washington que se sentía orgulloso de que lo llamaran «el Americano». Y se comprende, pues su política exterior se perfila, cada vez más, incondicional al llamado Imperio americano. Sarkozy quiere instaurar un programa conservador al estilo de los Estados Unidos de hoy: privatización de los servicios públicos, ofensiva contra los sindicatos, desmantelamiento de los sistemas de protección social, y otras «lindezas» propias de los sufridos países emergentes, pero impensables para la France.
Con Cecilia, aún su esposa |
Él ataca. Quizá con la misma violencia y rencor que desde los cuatro años sintió por su padre; el hombre había abandonado a su esposa, Andrée Mallah —hija de un cirujano de París, y judía sefardí convertida al catolicismo—, quien debió, por eso, retomar sus estudios de abogacía y trabajar. Hoy, erguido sobre sus 55, ni siquiera las rutas se salvan de sus tacones.
Cuando era ministro del Interior, hubo que instalar radares en todas las carreteras del país: la policía había detenido su automóvil cuando corría a 130 kilómetros por hora, en un trayecto que permitía conducir a 70. Y mientras escribo, veo por televisión que pasa los semáforos en rojo en pleno París y con toda su guardia civil.
Veloz el hombre. Veloz como George W. Como «Bush, le cyclone», según el título del libro del belga Michel Collon. El vertiginoso Sarko, como lo llamamos en Francia, ejecutó en sus primeros cien días de gobierno un paquete de medidas del más salvaje conservadurismo. Entre ellas: la ley de autonomía de las universidades, que hace temer que se las privatice; la ley de seguridad interior; el paquete fiscal, que significa un aumento de 35 horas a 40, el tiempo semanal de trabajo.
Y esto no es poco en el país de la cultura, del arte, de la discreción y de la belleza, donde —hasta ahora—era mal visto trabajar en exceso para conseguir riqueza. Donde no se daba importancia al «tener» sino al «ser»; al pensamiento y a la inteligencia y no a la ostentación. En esta Francia que fue la del «pienso, luego existo», la decadencia lleva al «más trabajo, más existo», «más consumo, más valgo»… al tiempo que cada día se cierran más fuentes de trabajo, y que la mayoría comienza a no tener cómo ni qué consumir.
«Es nuestro Tony Blair», dicen algunos franceses, todavía asombrados, también, por las revelaciones del diario «L’Express». Según ellas, la revista «Paris Match» del 9 de agosto le hizo a Nicolas una lipoaspiración: photoshop mediante la cual le quitó los rollitos de grasa que se veían en las fotos originales de la agencia Reuters. ¿Es el Tony Blair local o es una réplica gala del Carlos Menem de las cirugías, del colágeno en su bocaza, de los tacones altos, de su entrega a Bush «del mismo palo», y la destrucción de la Argentina? Es verdad que nadie hay que se le compare, pero…
«Ni una gota de sangre francesa»
No. Ni siquiera una gota de sangre francesa corre por las venas de Cécilia Ciganer Albéniz, la esposa del «americano en París». Y es ella quien lo dice, orgullosa. Hija de padre nacido en Bălţi, en la actual Moldavia, y de una madre española —Teresita (Diane) Albéniz, nieta del compositor Isaac Albéniz—, ama su libertad, ama España y las corridas de toros, y habla castellano tan bien como posa para «Paris Match» envuelta en relucientes telas rosado-fucsia.
Es una primera dama «políticamente incorrecta»: «No me veo en ese papel —ha dicho—, es algo que me fastidia», lo cual no le impidió entrar como tal, por primera vez, al Palais Élysée (la casa presidencial) con un vestido glamoroso de Prada.
Al romance: conoció por azar a Sarkozy, cuando él mismo —entonces alcalde de Neuilly Sur Seine (en las afueras elegantes de París)— la casó con su primer marido; él era Jacques Martin, unshowman muy popular en la televisión francesa que murió en la mitad de este septiembre, y con quien tuvo dos hijas. El varón, Louis, es de su matrimonio actual, actual, hasta que dure…
Si bien en Francia la vida privada es tabú —de eso no se habla—, es el propio Sarko quien difundió la suya y la de su mujer a la prensa y en su libro «Témoignage» (Testimonio); allí cuenta de una separación temporal de la pareja y, como si fuera un romántico, enfatiza:«Ahora nos reencontramos y será para siempre».
Ella había sido su asesora hasta que entraron en crisis en 2005. El periódico belga «Libre Belgique» publicó entonces que había dejado a su marido por Richard Attias, empresario marroquí, organizador del Foro Económico de Davos. Sí, y las fotos que los muestran juntos en Jordania no son pocas. Mientras tanto, Nicolas se ocupó de sus relaciones amorosas con la periodista de «Le Figaro» Anne Fulda. No era cuestión de perder el tiempo.
Juntos de nuevo desde 2006, ella es un pájaro libre. No fue a votar por su marido en la segunda vuelta de la elección presidencial; y el 11 de agosto, día del histórico almuerzo con Bush, después del cualSarko expresó la felicidad que le causó el encuentro, Cecilia —especialmente invitada— dejó esperando al jefe del Imperio.
Pero la ausencia no quitó el sueño al jefe de la Casa Blanca. Como publicó «International Herald Tribune», Francia —la «Bella durmiente», como la nombra— se había despertado. Se había despertado, sí, al conservadurismo, a sus políticas de retroceso social, económico y político. Se había despertado, para comenzar el calvario de millones de franceses, que padecen el encarecimiento constante de artículos de primera necesidad; de un costo escandaloso de los alquileres y del estancamiento de los salarios. El umbral de pobreza en Francia se sitúa en un ingreso de 1.016 € para una sola persona, ¿cómo puede vivir alguien con ese dinero mensual, si un apartamento precario en el suburbano no cuesta menos de 500 €? Imposible. Por eso cada día aumentan los SDF, personas sin domicilio fijo y cae el empleo… ¡Ah, los tiempos de la «Bella durmiente»!
El eje Bush-Sarkozy:
¿cerveza, vodka y hambre mundial?
¿cerveza, vodka y hambre mundial?
Un poco pasadito de vodka
Sarko se siente más a gusto con el cantante francés Johnny Hallyday que con Jean-Paul Sartre o cualquier otro pensador. La música de Hallyday es el Yéyé (yeyé, en castellano), el pop de los Estados Unidos en los ’60, mezcla de rock y de twist. Y Bush reconoce que ni siquiera habla bien… el inglés.
Y siguen las coincidencias…
En ocasión de la cumbre del G-8 en Alemania, antes de la última rueda de prensa, Sarko se reunió con el presidente ruso Vladimir Putin. Y desde ahí fue a la televisión, subiendo la escalera de cuatro en cuatro escalones. El comentarista Eric Bœver lo presentó ante las cámaras, divertido, con estas palabras: «Aparentemente no había bebido sólo agua». Y es verdad que él jamás había tomado alcohol, pero se dice que Putin habría agregado vodka a su jugo de naranjas.
Lo cierto es que aquel día Sarko estaba borracho. Yo lo vi: dudaba, se sonreía como perdido, estiraba los brazos desproporcionadamente y entrecortaba sus palabras.
Pero no fue el único bebedor no anónimo. También Bush quedó fuera de combate durante varias horas. Había tomado cerveza y desparramado cantidades de espuma. ¿Cerveza sin alcohol, quizá, ya que es declaradamente alcohólico? ¿O, contento por el «americano en París», olvidó su adicción?
Bush quiere para Europa la ideología de los valores neoconservadores; y el presidente francés le abrió las puertas de la bella y envidiada Francia, desde su discurso en la asunción del Poder: lo elogió apenas empezó a hablar.
Para él, como para Bush, todo es negro o blanco, y toda oposición es el «Mal». Sin embargo, la reacción de la mayoría de los ciudadanos —no de los intelectuales y artistas— es apoyar la gestión de Sarko. ¿Por qué? Por la política del miedo que él practica, y por su atractiva simpleza que —como la de su maestro George W.— no es sino mediocridad y desinterés por el sentido humano de la existencia.
Así las cosas, uno de los grandes temores es que el presidente francés —de rodillas— promueva una política exterior basada en la guerra, con la mira puesta ahora en Medio Oriente. Por eso inventan cosas como «el Eje del Mal» o la lucha antiterrorista, aunque los únicos objetivos son el petróleo, las armas y el poder sobre el mundo.
La película «Lord of War» («El Señor de la Guerra»), de Andrew Niccole interpretada por Nicolas Cage, muestra el horror que cobija el tráfico de armas. Bush es quien da el nombre al filme, rodado en 2005.
2005: el 29 de mayo de aquel año, Sarko perdía sus ilusiones con un «no» mayoritario en el referéndum por la Constitución europea. Los franceses festejaron en las calles, flameantes de banderas azul-blanco-rouge: confiaban en su país, soñaban. Todavía.
Pasaron apenas dos años y todo parece estar en riesgo, también el sistema de salud. Francia creó la Seguridad Social (la Sécu) en 1945, con una idea simplemente humana: que cada uno pague según sus medios y reciba según sus necesidades. Ahora el «americano en París» anunció la creación de franquicias médicas y no se detiene: prevé instaurar el sistema de las aseguradoras de salud y terminar con la histórica — y justa— Sécu. Aspira a que sólo tengan salud los que puedan pagar, como lo muestra la película «Sycko», indispensable.
Mientras tanto, nadie olvida las vacaciones de los Sarko en agosto, en una quinta a orillas del lago Winnipesaukee, cuyo alquiler semanal es de 30.000 dólares; y a nadie le importa que la semana pasada haya salido de su despacho con una carta manuscrita de amor, aparentemente para Cécilia, que terminaba en castellano: «Millones de besitos». No se priva de nada.
Y es cierto que hay debates y manifestaciones ciudadanas, pero el miedo y la sorpresa pueden más. Hoy, antes de terminar este artículo, escuché que mi médico parisino decía: «Me gusta Sarko: es activo, no se queda en las palabras». Es lo que piensan muchos. «Roba, pero hace», se decía en América Latina en los ’90: no importaba la ética, ni la ley, ni la paz.
Publicado en Revista OPEN (México)
*El 2 de febrero de 2008, Nicolás Sarkozy se casó con la aristocrática modelo y cantante Carla Bruni