A la memoria de Anna Politkovskaïa y de
todos los periodistas desaparecidos
con un ramo de semillas en la boca:
La pasión por la verdad
«Gajes del oficio»
—Cristina, no intentes más la entrevista con
«Carlitos».
—¿Cómo que no? Si estoy tras ella desde hace dos
meses, y para hacerla busqué muchísima información, y... ¡bueno, vos sabés,
Luján…!
—¡Claro que lo sé...!
—¿Entonces?
—No quiere recibirte, pero lo
entrevistará Renée (Sallas), no te preocupes.
—¿Qué pasó?
—Dijo que concede a «Gente» una entrevista exclusiva,
a condición de que no la hagas vos. ¡Pero vamos, Cris... deberías
estar orgullosa!
—¿Qué estás diciendo, Luján? No entiendo.
—Que el señor Presidente de la Nación Argentina te
tiene miedo y no quiere que vos lo entrevistes. No sabe cómo contestar las
preguntas de la periodista Cristina Castello. ¡Es un honor para vos!
Así fue mi diálogo con Jorge de Luján Gutiérrez, director de la revista «Gente», donde yo trabajaba entonces. La fecha: la segunda mitad de julio de 1989.
«Carlitos» no era -no es- otro que Carlos Menem, quien era presidente de la Argentina desde el 8 de julio de aquel año; quien informó de la decisión presidencial fue el entonces jefe de la SIDE (Secretaría de Informaciones del Estado), Juan Bautista «Tata» Yofre. El «honor» me costó, después, ser prohibida como periodista por el presidente de la Nación.
1984, en una de las entrevistas que hice a Menem -hasta que me prohibió- cuando se decía ". Véanse sus zapatos blancos Clic Aquí
«… Mostrar la multitud y cada hombre en detalle/con eso que lo anima y que lo desespera. /Bajo su vida de hombre todo lo que él alumbra/Su esperanza y su sangre/Su historia y su dolor». (Paul Éluard, en «Poème pour tous»).
La poesía siempre alumbra. Con este fragmento empezaba yo mis clases como docente de Periodismo; y la primera lectura que entregaba a los alumnos, con la excusa de que hicieran con ella algún trabajo, era «Cartas a un joven poeta», de Rainer Maria Rilke; quería encenderles hogueras, faros.
Nunca trabajé por la fama, ni para ser una «star». No me conformo con «esto» que llaman «realidad», y rechazo lo que existe por la certidumbre de lo que poco vi pero cuya existencia presiento; tengo hambre y sed de Verdad .
Se dice que en el periodismo soy implacable. Es cierto. Porque ser periodista es tirar semillas, es sembrar; y la siembra requiere fiereza y ternura, para defender la vida de todos, como una experiencia creadora; para quitar las máscaras. Para contribuir a cambiar la vida.
Algunos de mis muchísimos entrevistados "tóxicos". Conmigo en las fotos,
Domingo Cavallo, Aldo Rico, José Luis Manzano; y José Martínez de Hoz, y Monseñor Plaza; y hay tantos más. Necesitaba mostrar cuán miserables eran/son, para que los lectores huyeran de los seres con sombras. Clic Aquí
Empecé a estudiar periodismo porque quería escribir. Había terminado la escuela secundaria tres meses después de cumplir quince años, había leído muchos libros y escrito muchos poemas. Sabía demasiado y no sabía nada; mi «erudición» no era sino teoría. Sabía de lecturas y de mi intensidad para vivir a corazón y a cielo abiertos. Apasionadamente. Pero ignoraba qué era lo más hondo de mi ser; ignoraba mi sed de poeta. No «me» sabía en mi raíz y no supe escuchar la voz de mi esencia; la que vivió en mí desde que anidé en el vientre del amor, de la poesía y de la abnegación; en el de Rosita «Chiquita» Batmalle, mi mamá. Sin embargo, tenía clara conciencia de la otra fuerza que nutre y absorbe mi vida: darme a «mis» demás.
En mi primer año como estudiante, empecé a trabajar en un semanario y terminé la carrera con las más altas calificaciones y honores. Esto fue en Córdoba, donde nací. Con mi título, flamante, llegó también el primer abismo; el de una etapa que termina y otra que comienza, frente a la pregunta: «¿Y ahora, qué?». El abismo duró un instante. Porque ese sino y signo de darme a «mis» demás se sumó a mi pluma de poeta, de la cual renegaba, y me entregué a la profesión con fervor y mística de sembradora, y con vuelo. Me lancé a hostigar imposibles. A tratar de contribuir a «cambiar la vida» (Rimbaud). Y persisto.
Hasta que en 1982 me instalé en Buenos Aires, había trabajado en los diarios «La Voz del Interior», «Córdoba», «Los Principios», «Comercio y Justicia», en varias revistas y en la corresponsalía de «Clarín». No fue fácil ser periodista desde el golpe de Estado del ’76 cuando, quien decidía sobre la vida y la muerte… y también sobre quiénes podíamos trabajar o no, era Luciano Benjamín Menéndez, ahora ex militar, condenado por crímenes de lesa humanidad.
Fui censurada, amordazada, amenazada de muerte y perseguida. Durante el período 1976/83 padecí el horror por tantos seres exterminados; el espanto ante los miles de «desaparecidos», masacrados.
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Sin militancia entonces en ningún partido político y ajena a todo «ismo»; sin ese abrigo (y esclavitud) que puede dar el hecho de «pertenecer» a cierta organización, estaba ciertamente a la intemperie: destino de todo pájaro libre. Mientras tanto, andaba por la vida y por las cárceles -cuando se podía entrar- en visita a los pobrecitos seres clausurados, sin siquiera haberlos conocido antes de su prisión. Blandía una ética de las ideas que devenía en ética de la conducta y estaba poblada de compasión por mis semejantes. Era casi una adolescente pero vivía sola -amo la libertad- y pasé noches enteras tendida en el piso de mi departamento, viendo por debajo de la puerta pies que se movían con levedad y permanencia: eran de los represores y me estaban intimidando; pasé mañanas de interrogatorios policíacos en mi propia casa; sufrí «requisas» -término de la jerga policial-militar, en este caso referido a la inspección humillante del cuerpo, para descubrir si se ocultaba algo- cuando visitaba las mazmorras por puro amor a la vida, para darme a mi prójimo. Tampoco podía integrar el staff de los medios, pues «servicios de Inteligencia» me habían «prohibido». ¿Por qué? Nunca se sabrá; con el tiempo me dijeron que los militares asesinos me habían aplicado el artículo 8:«elemento potencialmente peligroso», porque «los que saben pensar pueden generar desviaciones». Sólo me permitían ser free-lance, esto es perder el sueño frente al teclado y ganar casi nada de dinero. Pero aún así, pude burlar el horror y trabajar.
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Siempre digo que todos tenemos en la vida uno, dos o más momentos de fractura.; hechos felices o desdichados, que marcan una brecha, a partir de la cual hay un antes y un después. Si pienso en mi vida profesional, una fisura fue la que marcó el 24 de marzo de 1976; pero también hubo belleza, gracias a una trampa que la vida hizo al horror. Los golpistas no sólo habían prohibido que yo formara parte de cualquier staff y me habían «castigado» como colaboradora; también habían prohibido que escribiera sobre «política» o «sociedad». En «La voz del Interior» me «condenaron» a las notas de arte. Entonces, al tiempo que se cerraban muchas puertas, se me abrió –más- otra, el arte. Escribir sobre artes plásticas y mi contacto continuo con artistas, enriqueció mi imaginación y me confirmó, más, como poeta. Volaba el vuelo, a pesar de la muerte. Hoy, año 2006, siguen las amenazas pero más aisladamente; sigue la censura –bajo la máscara de la democracia-, ejercida por un gobierno teóricamente democrático, que sólo quiere periodistas adictos.
En realidad, nunca hubo tregua: tienen mal gusto los enemigos de la vida. En 1987, el día que desde la clínica donde había estado internada a causa de un serio accidente de auto, me llevaron provisoriamente a mi casa para seguir una convalecencia de ¡dos años!, aquella «gente» se hizo escuchar, otra vez. Los enfermeros acababan de «depositarme» en mi cama… ¡por fin en la mía!, hasta la siguiente internación, y la otra y la otra, y las otras operaciones. «Sos boleta, Nena, sos boleta, periodista», me amenazaron de muerte –otra vez- en este caso por teléfono; dijeron –y creo que era cierto- que mi casa estaba rodeada. Por Gracia, el presidente era ya Raúl Alfonsín, y dos de los mejores hombres del Radicalismo, su partido, me hicieron proteger. La prensa argentina siempre creyó que mi accidente había sido un atentado.
Con mucho esfuerzo, superé felizmente y por completo lo de aquel accidente. Mi cuerpo no registra señales, y mi ser interior no abriga resentimientos; habrá alguna huella o miedo oculto; pero también, el agradecimiento por estar viva y entera… ¿Por qué si a otros les pasa, no iba a ocurrirme a mí? La dialéctica de la vida y la muerte está en nosotros, pero soy muy sensible a la caricia divina: la vida. Me salvó mi material de resistencia espiritual ante la vida; y me salvó la poesía. Salí de nuevo al ruedo. «Entonces no paré. Entonces anduve, aún con el dolor de frío. Anduve y vi que allí estaba volando, que allí volvía -otra vez- la primavera» (Pablo Neruda). Y mi compromiso en la profesión se hizo más fuerte aún. Nunca di un paso al costado. Jamás cometí una incoherencia, nunca me «vendí», pero no es un mérito, es mi compromiso con la vida. Hasta hoy pago los precios y duelen, sí, y traen problemas. Pero soy muy ignorante cuando se trata de claudicar: no sé hacerlo, no se me ocurre.
De la universidad me quedó la huella indeleble de mi maestro, el cordobés Pablo Ponzano –poeta, periodista, escritor- con quien compartí también la importancia de dejar un surco, de pasar la antorcha, de tratar de contribuir a cambiar la vida.
Algunas intervenciones mías, como invitada en programas de tevé. Clic AQUÍ
¿Trabajamos como periodistas» o «somos» periodistas? «Somos» personas y «trabajamos» como periodistas. Para ser un periodista de verdad, es indispensable ser un Ser Humano. Es -o debería ser- honrar la sacralidad de la vida. Es estudio e investigación, responsabilidad y entrega. Es –o debería ser- amor en acto, para intentar -desde la comunicación-, que la existencia sea plenitud y no vacío.
¿Existe ese periodismo del que hablamos? En noviembre de 2006 el Congreso de Estados Unidos votó por legalizar la tortura y otras atrocidades similares, mientras la discusión en los medios masivos giraba alrededor de ciertas alusiones sexuales de un legislador. Distraer la atención. Ocultar las masacres en el Líbano, en Palestina, en Irán...y siguen los nombres. ¿Quién, qué medio de comunicación informa sobre los millones de dólares que el mercado de la droga aporta a su economía, entre otras «pequeñeces»? ¿Cómo puede ser que cada año mueran de hambre 15 millones de niños?, ¿cómo es posible que combatir la pobreza, la miseria, no sea prioritario para los medios? ¿Por qué la cultura es la Cenicienta? Pienso en Kafka y en su certeza de que ella debería despertarnos, como un puño que nos golpea en el cráneo; pero los medios obedecen a los intereses y manipulan la opinión. Como contrapartida, los pocos periodistas que defienden la verdad –y a quienes los medios se lo permiten- pueden ser silenciados. Exiliados de la profesión. O peor. Según « Reporteros Sin Fronteras», desde principios de este año 2006 y hasta noviembre, 65 periodistas fueron asesinados y 131 encarcelados.
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Ya en Buenos Aires –año 1982, estaba dicho- seguí escribiendo kilómetros de palabras en los medios gráficos de más venta y más conocidos de mi país y mi voz, mi palabra e imagen –mi mensaje- se multiplicaron por la radio y la televisión. Y, además, disparé una lluvia de semillas en el alma y en el conocimiento de mis discípulos de «La entrevista periodística». «Y los árboles y la noche no se mueven sino desde los nidos» (Giuseppe Ungaretti). Enseñar es hacer nidos. Amé a mis alumnos. Los amé, los amo. Y recibí mucho de ellos en nuestra historia hecha de rigor periodístico y de complicidades, de risas, planteos «metafísicos», dolores y dichas compartidos: la vida.
Trabajé en distintas especialidades, pero sobre todo en cultura, crítica de arte y política. Fui redactora rasa, columnista, editorialista y redactora jefe, en gráfica; productora, guionista y conductora, en radio y televisión; y docente de « La entrevista periodística».
En el glorioso diario «Tiempo Argentino», creación de quien fue su director en la primera etapa, nuestro querido Horacio Burzaco. Mi entonces jefe en la sección «Cultura», fue el talentosísimo escritor y periodista Ernesto Schóó, el mismo que me había honrado honró al elegirme para su equipo, en el diario.: Ernesto Schóó fue el responsable de que yo me instalara en Buenos Aires. Él me vio dotes de entrevistadora; y desde entonces me quedó ese rótulo y una dedicación muy intensa a esa especialidad, que es un género de la literatura cuando se hace como se debe. Hice más de tres mil entrevistas, hasta ahora, además de columnas y notas de opinión.Entrevistas a presidentes, a científicos, artistas, verdugos, miserables...
Hasta 1986, fecha del cierre de «Tiempo…», viví la etapa más feliz, plena y enriquecedora, en cuanto a medios gráficos. Mis colegas eran personas cultivadas, alegres y tan noctámbulas como es Buenos Aires; trabajábamos en lo que amábamos y nos pagaban bien. Teníamos armonía: buscábamos la excelencia y también nos divertíamos. Fue el último reducto del gran periodismo, en Buenos Aires.
Yo hacía las entrevistas a las grandes personalidades de la cultura y a los políticos; eran notas que ocupaban las dos páginas centrales del diario. Entrevisté a personas ilustres, artistas, científicos, escritores, filósofos… Me enriquecí espiritualmente con aquellos diálogos que podían durar dos, cuatro, ocho horas, o más; pero sobre todo, pude dar a los lectores otra mirada, otros contenidos, otra visión del mundo más allá de lo contingente. Ese es el fin que no debe olvidarse en toda tarea de prensa: el público, y no el lucimiento personal.
Con un clic Aquí, vamos a "Campanas", de mi sitio Web,
donde pueden leerse algunas opiniones sobre nuestra experiencia de diálogos, de algunas de las personalidades que entrevisté, en gráfica, tele, radio... y AQUÍ para las de "Sin Máscara"
En Buenos Aires, además de haber trabajado en «Tiempo Argentino», fui redactora jefe en las revistas «Gente» y en «Viva», de Clarín, durante años. También fui free lance en el diario «Clarín», en «Playboy International», en «La Semana», «Para Ti»,«El Gráfico»; en «Plaza Mayor», en revistas de arte y cultura y muchos etcéteras. En«Gente», el director –Jorge de Luján Gutiérrez- había creado una sección para mí:«A quemarropa», el nombre lo dice todo. Se decía que yo hacía hablar hasta a las piedras, mis colegas bromeaban con que hacía el «trabajo insalubre». En «Viva», hice las grandes entrevistas de portada, que ocupaban diez o doce páginas de la edición dominical, lo cual significaba tener diálogos de varios encuentros, con los protagonistas. Después, y en cuanto a medios gráficos, desde París, Madrid o Buenos Aires, trabajé para «Cuadernos Hispanoamericanos» (España), para las revistas «Open» y otras, de México, y para otros medios de Argentina y de Europa. Actualmente, soy redactora de dos revistas francesas de cultura. En cuanto a la poesía, publico mis poemarios bilingües (cuatro hasta ahora) en Paris y siempre escribo.
¿Qué es hacer una entrevista? Pues estaba dicho: es tirar semillas. Si la persona que tenemos frente a nosotros tiene riquezas, se potencian con las buenas preguntas, para lo cual hay que saber todo del personaje, antes del encuentro. Pero «todo» quiere decir «todo», lo cual es un trabajo obligatorio: por respeto a cada trayectoria, para evitar los lugares comunes… y para dar riqueza al lector, televidente o radioescucha, quien quiere entender el mundo y conocerse, quien necesita compañía, referencias e identidades.
Los entrevistados del mundo de la cultura suelen ser los «dignos», pero también están «los otros»; y valga este aparente maniqueísmo, al que apelo para simplificar la narración. «Los otros» son, la «raza de los que odian la vida, raza de los que nunca dicen la verdad, raza que funde los huesos del pueblo, con la mentira y el engaño» (William Yeats). Y en diálogo con ellos, hay que ser implacables con los unos y con los otros, para encontrar lo mejor y/o lo peor de cada uno; para que unos puedan ser referencias, faros, y otros, los que asustan a la Naturaleza el sendero a esquivar.
Mi gran remanso profesional fue mi programa de televisión, «Sin Máscara». Una emisión de cultura, atravesado por la vida, donde –a mi tarea de periodista- unía poesía, pintura y música; entrevisté a grandes personalidades para aprovechar lo que de ellas podía enriquecer cultural y espiritualmente al público. Lo mismo había ocurrido en la radio, con mi programa «Convengamos que… con Cristina Castello» y con mi participación en otros - «Amanece que no es poco», por caso- como columnista de política.
Con un clic Aquí, unos 40 segundos, de quince de mis programas "Sin Máscara"
Algunos programas completos, AQUÍ
Mucho camino recorrido y tanto más a recorrer, con un desafío: contribuir hoy a cambiar al periodismo, para que sirva a la Belleza, porque creo con John Keats que belleza y verdad son lo mismo. He intentado escribir el paraíso. / ¿Qué es el paraíso?/No os mováis/Dejad hablar al viento/Ese es el paraíso. / Que los seres humanos perdonen lo que he hecho», escribió Ezra Pound y yo hago mías sus palabras. Que quienes leyeron este latido de vida, estas palabras mías, perdonen lo que he hecho. Y que los periodistas actuales o futuros tomen el guante. Para tratar de escribir el paraíso y hacer escuchar la música del viento.
Cristina Castello, 04/11/2006, actualizado parcialmente hace poco.
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* Escribí este artículo, por pedido gentil de la periodista y poeta francesa Maggy de Coster. Está publicado en su libro « Le journalisme expliqué aux non-initiés », «El periodismo explicado a los no iniciados» - Éditions «L’Harmattan»- Paris.
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*Más de mi desempeño como periodista, en mi Sitio Web. En las secciones —y subsecciones— que van desde «Sin Máscara» hasta «Eco», inclusive (botones de abajo, AQUÍ)
Clic Aquí, hacia algunos de mis programas de radio
«Los volcanes arrojan piedras y las revoluciones, hombres» (Víctor Hugo)
Por volcanes y revoluciones (en el sentido de transformación: en paz).
Y por el poeta y la poesía que los nombran. (C.C.)