miércoles, 12 de junio de 2019

Un paso enorme para pasar en limpio el debate que importa, por Ricardo Lafferriere


La gesta de Cambiemos hasta ahora ha marcado el inicio de este proceso en cuatro años casi  heroicos por los desafíos que ha debido enfrentar. Hoy, necesita ser reforzada con el apoyo y participación de quienes entiendan la nueva agenda, aunque no hayan participado en el proceso desde su inicio.

Hace varios años que desde esta página y desde las notas que semanalmente hacía en NOTIAR he defendido la necesidad de construir un espacio político que expresara el dilema central de la Argentina entrando en el siglo XXI: cosmopolitismo consciente o autarquismo cerril. En términos políticos, democracia abierta y plural o autoritarismos diversos que reducen los espacios de libertad y de futuro.

Lo imaginaba en una confluencia de lo más avanzado de las fuerzas políticas más importantes, que requerían para ello sacudirse sus lastres históricos  tal vez apropiados para la agenda del siglo pasado pero inaplicables en el nuevo escenario del país y del mundo.
Cada una de ellas siguió los procesos que su dinámica interna superestructural le indicó. Hasta que el futuro nos alcanzó con un liderazgo que no provenía de ninguna de ellas, pero que sin embargo está produciendo este realineamiento que es imposible no visualizar como la construcción dialéctica de una política propia de los problemas que enfrentan los argentinos -como los que enfrenta la humanidad- en esta etapa de su desarrollo económico, tecnológico y social.

Modernidad para volver a ubicar al país en el consenso global, que perdió en la primera mitad del siglo XX. Mirada alzada hacia las posibilidades reales de su potencialidad física y humana. Superación de las discusiones de taberna y regreso a la reflexión con vocación nacional más que aparcera. Conciencia de pertenencia a un país común, por encima del natural afecto y pasiones que son inherentes a la política partidaria.

Los intentos fueron varios, pero el pasado siempre nos alcanzaba y siempre sigue al acecho. Las turbulencias externas y las limitaciones -e incapacidades- internas nos regresaban al punto de partida, una y otra vez, y aún pueden hacerlo. La superación definitiva del contencioso futuro-pasado aún no se ha saldado y es necesaria una gran capacidad de comprensión y contención para atravesar ese proceso en forma democrática, abierta, plural y solidaria.

La decisión del radicalismo en su Convención de Gualeguaychú, en el 2015; la actitud de la Coalición Cívica y por último la adopción del PRO de una estrategia de confluencia aportando el liderazgo mejor posicionado de entonces -el del actual presidente- iniciaron un camino que comenzó esa construcción de un espacio político moderno y plural, en condiciones de liderar el proceso de cambio hacia una Argentina resurgente, apoyado en la confluencia de los amplios sectores medios argentinos conteniendo la diversidad de sus orígenes, historias y culturas políticas. Formaron CAMBIEMOS, propuesta de cambio y de progreso.

Enfrente, quedó la vieja Corporación de la Decadencia. Los conservadores defensores de la Argentina vieja, corporativa y cerrada, que vivían y viven en todos los espacios tradicionales -empresarios, gremiales, políticos, culturales, intelectuales, periodísticos- miraron y miran a Cambiemos como el enemigo natural. No se equivocan.
Sin embargo, los bloques no fueron nítidos, porque en ambos quedaron por razones históricas y de viejas lealtades voces que desentonaban. En ambos se hacían oír.
Este paso que ha dado el presidente de la República avanza en el sentido de pasar en limpio el debate real. No es el que dividió al país en la segunda mitad del siglo XX entre peronistas y antiperonistas, ni mucho menos el previo, el de radicales frente a conservadores. El conflicto de hoy es otro y necesitaba ser aclarado para que los argentinos contaran con una política que representara sus inquietudes, ansiedades y sueños en un mundo globalizado, con problemas que cada vez tienen más dimensión universal y rechazan los toscos remedios de toldería.
Lo que une a una buena política es la necesidad de adecuar los pasos de cada presente a los desafíos de cada futuro. Y aunque la historia nunca es lineal -y mucho menos la política-, son los liderazgos los responsables de construir los instrumentos necesarios para expresar con la mayor nitidez posible los desafíos de cada  hora.

Bienvenido entonces el audaz paso que apunta a superar las estructuras caducas de una política envejecida devenida impotente y a construir los nuevos alineamientos. Tendrá raíces diversas porque deberá enfrentar problemas complejos. Tendrá debates  intensos, porque sus protagonistas vienen de familias políticas diferentes, con historias y épicas distintas. Viejos rivales se acercarán, y viejos amigos se alejarán. Así ocurre en estos procesos y ha ocurrido en la historia del país, cuando se declaró la Independencia, cuando se logró la Constitución, cuando se dio el gran salto modernizador de 1880, cuando el pueblo irrumpió en la política en 1916, cuando la historia comenzó a contar con el protagonismo del movimiento obrero en 1945 y cuando con el liderazgo gigante de Raúl Alfonsín el país despidió para siempre cualquier atisbo dictatorial asentando su gesta en la fuerza de la unidad nacional sostenida y expresada por el presidente aún al precio de la incomprensión de amigos y circunstanciales adversarios.

Bienvenido y ojalá sirva para ampliar la base de sustentación de la modernización, el progreso y el cambio inclusivo, democrático, solidario y pujante que coloque a la Argentina nuevamente en el podio de los países mirados con simpatía y afecto en el concierto mundial.
La gesta de Cambiemos hasta ahora ha marcado el inicio de este proceso en cuatro años casi  heroicos por los desafíos que ha debido enfrentar. Hoy, necesita ser reforzada con el apoyo y participación de quienes entiendan la nueva agenda, aunque no hayan participado en el proceso desde su inicio. Así debe ser leído este paso que, a no dudarlo, ayudará a consolidar la marcha, profundizarla y proyectarla en el tiempo.


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